Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de bosques, cinco amigos muy curiosos llamados Anna, María, Carlos, Mathias y Santiago. Un día, mientras jugaban en el parque, Anna, una niña de cabellos rubios y ojos brillantes, dijo emocionada: «He escuchado historias sobre una casa vieja y espeluznante al final del bosque. ¿Por qué no vamos a explorarla?» Todos estuvieron de acuerdo, a pesar de que también sintieron un poco de miedo.
Al caer la tarde, los cinco amigos se adentraron en el bosque. Además, llevaban linternas y mochilas llenas de provisiones. El sol se estaba poniendo y las sombras de los árboles hacían que el camino fuera aún más tenebroso. A pesar del miedo, los niños seguían adelante, animándose unos a otros.
Después de caminar un rato, llegaron a la casa. Era un edificio viejo, con ventanas rotas y hierbas creciendo por todos lados. Encima de la puerta, había un cartel que decía «No Entrar». Pero Anna, siendo la más valiente, empujó la puerta que crujió al abrirse. Al mismo tiempo, los otros la siguieron, aunque un poco dudosos.
Dentro de la casa, todo estaba oscuro y polvoriento. Las tablas del suelo crujían bajo sus pies, y los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas llenas de polvo. Para empezar, María, una niña de cabello castaño, sugirió que se dividieran en grupos para explorar mejor. En cambio, Carlos, un niño de cabello negro corto, pensó que era mejor quedarse juntos. No obstante, decidieron quedarse juntos para no perderse.
A continuación, comenzaron a explorar la planta baja. Encontraron un viejo reloj de péndulo que había dejado de funcionar, y una chimenea llena de telarañas. Santiago, el niño de cabello marrón oscuro, vio una sombra moverse y se asustó, pero resultó ser solo un ratón. Los amigos se rieron un poco para aliviar la tensión.
Luego, subieron al segundo piso. En primer lugar, entraron a una habitación que parecía ser el estudio de alguien. Había libros antiguos y papeles por todas partes. Mathias, el niño de cabello rizado rojo, encontró un libro viejo y polvoriento en el escritorio. «Miren esto,» dijo mientras lo abría. Las páginas estaban llenas de dibujos extraños y símbolos que no entendían.
De repente, escucharon un ruido fuerte que venía del sótano. «¿Qué fue eso?» preguntó María, temblando un poco. A pesar del miedo, Anna tomó la linterna y dijo: «Vamos a averiguar.» Bajaron las escaleras con mucho cuidado, sosteniéndose unos a otros.
El sótano estaba aún más oscuro y frío. Había cajas viejas y muebles rotos por todas partes. Además, encontraron una puerta pequeña al fondo del sótano. «Parece una puerta secreta,» dijo Carlos. Anna la empujó, y para su sorpresa, se abrió fácilmente.
Dentro, encontraron una habitación pequeña con velas encendidas y una mesa en el centro. Encima de la mesa, había una caja de madera tallada con figuras misteriosas. «Esto es muy extraño,» dijo Mathias. María, llena de curiosidad, abrió la caja y dentro encontraron una llave antigua y un papel con un mapa dibujado.
«Este mapa debe llevar a algún lugar,» dijo Santiago, observándolo detenidamente. Decidieron seguir el mapa, aunque estaban un poco asustados. Subieron las escaleras de nuevo y siguieron las indicaciones del mapa. Los llevó a una habitación secreta detrás de una pared falsa.
Para abrir la pared, usaron la llave que encontraron en la caja. La pared se deslizó hacia un lado, revelando una escalera que bajaba aún más. «¿Deberíamos bajar?» preguntó Carlos. «No tenemos opción, debemos ver qué hay allí,» respondió Anna con determinación.
Bajaron las escaleras y encontraron una gran cueva iluminada por antorchas. La cueva estaba llena de cofres y objetos brillantes. «¡Es un tesoro!» exclamó Mathias. Sin embargo, también había sombras extrañas moviéndose por la cueva. «No estamos solos aquí,» susurró Santiago.
De la misma manera, decidieron tomar algunos objetos como prueba de su descubrimiento y regresar a la casa. Pero en el camino de regreso, las sombras comenzaron a moverse más rápido y los niños sintieron que algo los seguía. Corrieron lo más rápido que pudieron, subiendo las escaleras y atravesando la casa hasta llegar al bosque de nuevo.
Finalmente, cuando llegaron al claro del bosque, se detuvieron para recuperar el aliento. «¡Lo logramos!» dijo Anna. «Pero, ¿qué eran esas sombras?» preguntó María. «No lo sé, pero creo que hemos tenido suficiente aventura por hoy,» respondió Carlos.
Para acabar, los amigos decidieron que no contarían a nadie sobre lo que encontraron, ya que pensaron que nadie les creería. Pero prometieron volver algún día, mejor preparados, para desvelar todos los secretos de la Casa del Misterio. Mientras tanto, guardaron los objetos que tomaron como recuerdo de su increíble aventura.
Los días pasaron y los niños no podían dejar de pensar en la Casa del Misterio. Anna, María, Carlos, Mathias y Santiago se reunían todos los días después de la escuela para hablar sobre lo que habían encontrado y planear su regreso. A pesar de que seguían sintiendo un poco de miedo, la curiosidad y la emoción de descubrir más secretos eran más fuertes.
En primer lugar, decidieron que necesitaban más herramientas para su próxima expedición. Cada uno contribuyó con lo que pudo: Anna trajo una linterna más potente, María consiguió una cuerda resistente, Carlos encontró una brújula, Mathias trajo una cámara para documentar su aventura, y Santiago llevó una mochila con más provisiones y agua.
Además, estudiaron el mapa que habían encontrado en la caja. Aunque parecía simple, estaba lleno de detalles y símbolos que no entendían. Pasaron horas investigando en la biblioteca del pueblo, buscando información sobre símbolos antiguos y mapas misteriosos. No obstante, no encontraron mucho, pero lo poco que descubrieron les dio algunas pistas sobre la historia de la casa.
Por otra parte, comenzaron a notar cosas extrañas en sus vidas cotidianas. Anna, por ejemplo, se dio cuenta de que su linterna parpadeaba sola en medio de la noche. María escuchaba susurros cuando estaba sola en su habitación. Carlos veía sombras moviéndose en los rincones de su casa. Mathias encontraba objetos fuera de lugar en su cuarto, y Santiago sentía que alguien lo observaba constantemente.
A pesar de estas extrañas experiencias, los amigos estaban decididos a regresar a la Casa del Misterio. Sabían que debían enfrentar sus miedos y resolver el misterio que rodeaba aquel lugar. Así que, una noche clara y sin luna, se encontraron en el borde del bosque, listos para su segunda expedición.
El camino a la casa fue más fácil esta vez, ya que conocían el camino. Sin embargo, el bosque parecía más oscuro y silencioso que antes. Al mismo tiempo, sentían una presencia extraña que los seguía. «Mantengámonos juntos,» dijo Anna con voz firme, aunque sus manos temblaban un poco.
Llegaron a la casa y, como antes, la puerta se abrió con un crujido siniestro. Esta vez, sabían exactamente a dónde ir. Bajaron al sótano y abrieron la puerta secreta con la llave antigua. La cueva parecía igual, pero había algo diferente en el aire. Las sombras seguían allí, moviéndose inquietas.
De la misma manera, los niños comenzaron a explorar más a fondo la cueva. Encontraron más cofres llenos de objetos antiguos y extraños. Santiago, usando la cámara de Mathias, tomó fotos de todo lo que encontraron. Mientras investigaban, descubrieron un túnel oculto detrás de un gran cofre. «Parece que este túnel lleva a algún lugar más profundo,» dijo Carlos, sosteniendo la linterna para iluminar el camino.
Se adentraron en el túnel, que parecía interminable. El aire se volvía más frío y húmedo a medida que avanzaban. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron a una gran sala subterránea. En el centro de la sala, había un altar antiguo rodeado de símbolos grabados en el suelo.
«Esto es increíble,» murmuró María, examinando los grabados. «Parece algún tipo de ritual antiguo.» Anna, con valentía, se acercó al altar y encontró un viejo libro encuadernado en cuero. Al abrirlo, vio que estaba lleno de hechizos y conjuros escritos en un idioma que no reconocía.
En cambio, mientras leían el libro, una voz profunda y gutural resonó en la sala. «¿Quiénes se atreven a profanar este lugar sagrado?» Los niños se congelaron de miedo, buscando el origen de la voz. Una figura oscura y etérea apareció frente a ellos, flotando sobre el altar.
«No queremos hacer daño,» dijo Anna con valentía. «Solo estamos explorando.» La figura los observó con ojos brillantes y siniestros. «Este lugar está maldito. Aquellos que se atrevan a entrar deben enfrentar las consecuencias.»
A pesar del miedo, los amigos sabían que no podían dar marcha atrás. «¿Quién eres?» preguntó Santiago, tratando de mantener la calma. «Soy el guardián de este lugar. Fui puesto aquí para proteger los secretos que alberga.»
Los niños, aunque asustados, decidieron hablar con el guardián y explicarle que solo querían aprender más sobre la historia de la casa. El guardián, al ver su sinceridad, decidió compartir su historia. Les contó que la casa había pertenecido a una familia de antiguos hechiceros que habían protegido el pueblo de fuerzas oscuras durante siglos. Sin embargo, un día, una fuerza maligna logró infiltrarse y la familia tuvo que sacrificar todo para sellar el mal en el sótano.
«El mapa que encontraron es una guía para desbloquear los secretos que ayudarán a mantener el mal sellado,» explicó el guardián. «Pero deben tener cuidado, porque hay fuerzas que desean liberar ese mal.»
Los amigos, comprendiendo la gravedad de la situación, prometieron ayudar a mantener el mal sellado. «¿Qué debemos hacer?» preguntó Mathias. «Deben completar el ritual que la familia no pudo terminar. El libro contiene las instrucciones, pero deben ser valientes y trabajar juntos,» respondió el guardián.
Así, los niños comenzaron a preparar el ritual. Siguieron las instrucciones del libro, colocando los objetos antiguos en lugares específicos alrededor del altar y recitando los conjuros. Las sombras en la cueva se agitaban con más intensidad, como si intentaran detenerlos.
Mientras recitaban el último conjuro, un viento fuerte llenó la sala y las sombras comenzaron a desaparecer. El guardián, observando con atención, asintió con aprobación. «Lo han logrado,» dijo. «El mal ha sido sellado de nuevo. Gracias a su valentía, el pueblo está a salvo.»
Los niños se sintieron aliviados y orgullosos de haber cumplido con su promesa. El guardián les dio las gracias y les pidió que mantuvieran el secreto para proteger a futuros exploradores. «Siempre estaré aquí, vigilando,» dijo antes de desvanecerse en el aire.
Regresaron a la superficie, dejando la casa y la cueva en paz. Aunque nunca contaron a nadie lo que realmente sucedió, sabían que habían hecho algo importante. Sus vidas volvieron a la normalidad, pero siempre recordarían la aventura que los unió aún más.
Para finalizar, los amigos decidieron reunirse cada año en el mismo lugar, para recordar su aventura y renovar su promesa de proteger el secreto de la Casa del Misterio. Sabían que siempre podrían contar unos con otros para enfrentar cualquier desafío, y su amistad se fortaleció aún más con el paso del tiempo. Y así, Anna, María, Carlos, Mathias y Santiago vivieron muchas más aventuras juntos, pero ninguna tan especial como la que vivieron en la Casa del Misterio.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.