En una noche de Halloween, Carla y Jaime decidieron aventurarse en una casa abandonada que estaba en el final de su calle. Carla, con su cabello rubio corto, vestía un disfraz de bruja, y Jaime, con su cabello castaño corto, llevaba puesto un disfraz de pirata. Los dos amigos habían oído muchas historias espeluznantes sobre esa casa, y su curiosidad los llevó a querer explorarla.
«¿Estás seguro de que deberíamos entrar?» preguntó Carla, mirando la vieja casa con cierto temor. «Claro que sí,» respondió Jaime con una sonrisa confiada. «Será divertido y, además, podremos contarles a todos en la escuela lo valientes que somos.»
La puerta de la casa estaba entreabierta, y un chirrido inquietante se escuchó cuando la empujaron para abrirla más. El interior estaba oscuro, solo iluminado por la luz de la luna que entraba por las ventanas rotas. Había telarañas en todas partes y muebles cubiertos de polvo. Los dos niños avanzaron lentamente, sus pasos resonando en el suelo de madera.
Subieron las escaleras, que crujían bajo su peso, y se dirigieron al segundo piso. Mientras exploraban, oyeron unos gritos que parecían venir de una de las habitaciones. «¿Qué fue eso?» susurró Carla, apretando la mano de Jaime. «No lo sé, pero vamos a averiguarlo,» respondió él, tratando de sonar valiente aunque su corazón latía rápido.
Abrieron la puerta de donde provenían los gritos y vieron una muñeca sentada en una silla, mirándolos fijamente con ojos brillantes. La muñeca era antigua y estaba vestida con un vestido azul. Justo cuando estaban a punto de retroceder, la muñeca saltó hacia ellos, haciendo que Carla y Jaime se desmayaran del susto.
Cuando despertaron, no recordaban nada de lo que había sucedido antes. Se encontraron en una habitación oscura, con las manos y los pies atados, y un trapo en la boca para que no pudieran gritar. Se miraron, asustados y confundidos, intentando liberarse de las cuerdas.
Carla comenzó a mover las manos, tratando de aflojar los nudos. Después de un rato, logró desatarse y rápidamente ayudó a Jaime a liberarse también. Se quitaron los trapos de la boca y empezaron a buscar una salida. La habitación en la que estaban era pequeña y fría, con paredes de piedra y solo una puerta.
«Tenemos que salir de aquí,» dijo Jaime, tomando la mano de Carla. Abrieron la puerta con cuidado y encontraron un pasillo largo y oscuro. Avanzaron lentamente, escuchando atentamente por si oían algún ruido extraño. Llegaron a una encrucijada y decidieron tomar el camino de la derecha, que los llevó a una escalera que descendía a un sótano aún más oscuro.
El sótano estaba lleno de viejos trastos y cajas polvorientas. Mientras exploraban, encontraron un pequeño cofre. Al abrirlo, descubrieron una llave antigua. «Tal vez esta llave nos ayude a salir,» dijo Carla, guardándola en el bolsillo. Siguieron buscando una salida, y finalmente encontraron una puerta al final del sótano. La llave encajaba perfectamente, y la puerta se abrió con un chirrido.
Salieron al jardín trasero de la casa, respirando aliviados. Estaban fuera, pero aún se sentían inquietos. Decidieron volver a la calle principal y correr a sus casas. Al día siguiente, se encontraron en la escuela y se prometieron no contarle a nadie lo que había sucedido, temiendo que nadie les creyera.
Pasaron los días y, aunque intentaron olvidar la experiencia, algo en la casa seguía atrayéndolos. Decidieron investigar más sobre la historia de la casa y descubrieron que, hace muchos años, una niña había desaparecido allí. La muñeca que vieron era su juguete favorito, y se decía que su espíritu seguía vagando por la casa, buscando a alguien que la ayudara a descansar en paz.
Carla y Jaime, ahora más valientes y decididos, regresaron a la casa una última vez. Llevaron con ellos flores y una vela, con la esperanza de ayudar al espíritu de la niña. Entraron y subieron al segundo piso, donde habían encontrado la muñeca. Esta vez, en lugar de asustarse, hablaron suavemente, diciendo que querían ayudar.
La muñeca, que antes había sido tan aterradora, parecía menos amenazante ahora. Colocaron las flores y encendieron la vela, pidiendo al espíritu de la niña que encontrara paz. De repente, la casa pareció llenarse de una luz cálida, y los dos niños sintieron una presencia amable que los rodeaba. Supieron que habían hecho lo correcto.
Salieron de la casa con una sensación de paz y satisfacción. La casa abandonada ya no parecía tan aterradora, y Carla y Jaime aprendieron que incluso los lugares más oscuros pueden tener un lado amable si uno está dispuesto a ayudar.
Así terminó la aventura de Carla y Jaime en la casa abandonada. Aunque había comenzado con miedo y terror, concluyó con una lección importante sobre valentía y compasión. Y siempre recordarían aquella noche de Halloween como el día en que hicieron algo verdaderamente valiente y bueno.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.