Era una noche oscura y estrellada en un pequeño pueblo donde vivían cuatro amigos inseparables: Vanessa, Laura, Athziri y Tony. A pesar de que eran un grupo de amigos felices, había algo que les daba un poco de miedo: la historia del chikungunya, una enfermedad que se decía que estaba en la selva cercana. Se rumoraba que los mosquitos que la transmitían volaban por allí, especialmente cuando la luna estaba llena.
A pesar de sus miedos, esa noche decidieron que era el momento perfecto para una aventura. “¡Vamos a la selva!”, sugirió Vanessa, con una gran sonrisa. “Podemos explorar y aprender más sobre esos mosquitos. Si somos valientes, tal vez podamos descubrir el secreto detrás de esta enfermedad”, agregó.
Laura, que era un poco más cautelosa, dudó. “¿No es peligroso? He escuchado que hay que tener cuidado con los mosquitos y sus picaduras. Además, dicen que el chikungunya puede causar fiebre y dolor”, dijo. Pero Athziri, siempre lista para una aventura, dijo: “No hay nada que temer. ¡Solo necesitamos estar preparados! Podemos llevar repelente y aprender sobre la selva. ¡Vamos, será divertido!”.
Tony, que siempre apoyaba a sus amigas, dijo: “Sí, lo haremos juntos. Si encontramos algún mosquito, ¡estaremos listos para enfrentarlo!”. Después de mucho animarse, las cuatro amigas decidieron ir a la selva, preparándose con repelente, linternas y un pequeño kit de exploración.
Al llegar a la selva, los árboles se alzaban altos y las sombras danzaban con la luz de la luna. El canto de los grillos llenaba el aire, y aunque estaba oscuro, se sentía la emoción en el ambiente. “Miren, ahí hay unas flores que nunca había visto”, dijo Laura, apuntando hacia un grupo de plantas brillantes. Se acercaron y comenzaron a observarlas.
“¡Son preciosas! Debemos cuidarlas”, dijo Vanessa, mientras Athziri las fotografiaba con su cámara. “Podemos investigar si son buenas para hacer un repelente natural”, sugirió. Sin embargo, de repente, un zumbido fuerte llenó el aire. “¿Qué fue eso?”, preguntó Tony, mirando a su alrededor con inquietud.
“Solo son algunos insectos, no te preocupes”, dijo Athziri, aunque en el fondo también se sentía un poco nerviosa. “Vamos a seguir explorando. ¡Recuerden estar juntas!”.
Mientras caminaban más adentro de la selva, comenzaron a notar pequeñas luces brillantes alrededor de ellas. “¡Miren! ¡Son luciérnagas!”, exclamó Laura, fascinada. “¡Son mágicas!”, dijo Vanessa, corriendo tras de ellas. Sin embargo, mientras jugaban, comenzaron a sentir que el aire se volvía más pesado, y un extraño murmullo parecía venir del bosque.
“Es hora de hacer una pausa”, sugirió Tony, sacando el agua de su mochila. “Hagamos un pequeño descanso antes de seguir”. Se sentaron en un tronco caído y comenzaron a hablar sobre lo que habían aprendido en la escuela sobre el chikungunya y los mosquitos.
“Recuerden que es importante no dejar agua estancada, ya que es donde los mosquitos ponen sus huevos”, dijo Vanessa, recordando la clase de ciencias. “Sí, y debemos estar atentas a los síntomas, como fiebre y dolor”, agregó Athziri. Laura escuchaba atentamente, sintiendo que el conocimiento era importante para su aventura.
Justo cuando estaban a punto de levantarse, un gran mosquito zumbador apareció de la nada, volando a su alrededor. Las chicas gritaron y comenzaron a mover los brazos, tratando de espantarlo. “¡Rápido, apliquemos el repelente!”, gritó Vanessa. Mientras se rociaban con el repelente, el mosquito se alejó, pero el miedo se apoderó de ellas.
“Eso fue aterrador. ¿Y si hay más?”, dijo Laura, mirando nerviosa. “No, no podemos dejar que el miedo nos detenga. ¡Tenemos que ser valientes!”, dijo Athziri, tomando la delantera nuevamente. “Vamos, sigamos buscando respuestas. Tal vez podamos aprender más sobre el chikungunya y cómo protegernos”.
Mientras caminaban, la selva parecía cobrar vida. Los sonidos de los animales resonaban en la oscuridad, y el aire estaba impregnado de aromas exóticos. Al poco tiempo, encontraron un pequeño claro con un hermoso lago iluminado por la luna. “¡Miren, el agua es brillante!”, exclamó Laura, emocionada. “Podemos acercarnos y ver qué hay”.
Al acercarse al lago, vieron que había un grupo de ranas saltando de un lado a otro. “¡Qué divertidas!”, dijo Vanessa, riendo. Pero de repente, el murmullo que habían escuchado antes se intensificó, y una sombra oscura se movió rápidamente entre los árboles.
“¿Vieron eso?”, preguntó Tony, con los ojos abiertos de par en par. “Sí, creo que hay algo allí”, respondió Athziri, intentando asomarse. Sin embargo, antes de que pudieran averiguarlo, la sombra se acercó y resultó ser un grupo de pequeños animales de la selva que parecían estar jugando.
“¡Son solo unos monos!”, dijo Laura, aliviada. Los monos comenzaron a hacer ruido, saltando de un árbol a otro, y las chicas se unieron a la risa. Sin embargo, cuando se dieron la vuelta para irse, notaron algo extraño en el agua del lago. “¿Qué es eso?”, preguntó Vanessa, señalando hacia el borde del agua.
Al mirar más de cerca, vieron un brillo peculiar. “Parece que hay algo brillante en el fondo”, dijo Athziri, emocionada. “Tal vez sea un tesoro”. Decidieron investigar un poco más y, utilizando unas ramas, comenzaron a remover el agua. Pero al hacerlo, un enorme chapoteo llenó el aire, y el agua salpicó por todas partes.
“¡Cuidado!”, gritaron, tratando de evitar mojarse. Pero lo que emergió del agua no era un tesoro, sino un viejo cofre de madera cubierto de algas. “¡Miren eso! ¿Quién lo habrá dejado aquí?”, preguntó Laura, sorprendida.
Con cuidado, lograron abrir el cofre y, para su sorpresa, encontraron objetos extraños y antiguos, junto con un libro viejo. “¿Qué dice el libro?”, preguntó Tony, mirando a sus amigas. “Tal vez tenga información sobre el chikungunya”, sugirió Vanessa.
Athziri tomó el libro y comenzó a pasar las páginas. “Es un diario de alguien que ha estado en esta selva. ¡Miren esto! Habla sobre la importancia de protegerse de los mosquitos y cómo usar hierbas para hacer repelente”, explicó, emocionada. “Y también menciona que los síntomas son muy importantes de reconocer para poder actuar rápido”.
Las chicas se miraron, comprendiendo que su aventura tenía un propósito mayor. “Podemos compartir esta información con otros en nuestro pueblo”, dijo Laura, sonriendo. “Así, todos estarán mejor preparados”.
“Y podemos hacer nuestro propio repelente natural”, agregó Vanessa. “Ya tenemos la citronela y el eucalipto. ¡Y ahora podemos incluir lo que aprendimos de este diario!”, dijo Athziri, mirando a sus amigas.
Antes de irse, decidieron tomar el cofre con ellos como recuerdo de su aventura. Cuando comenzaron a regresar a casa, se sintieron felices y emocionadas por lo que habían aprendido. El miedo que habían sentido al principio se había desvanecido, y en su lugar había crecido un sentido de responsabilidad.
Al llegar al pueblo, corrieron a compartir sus descubrimientos con los demás niños y sus familias. “¡Chicos, aprendimos sobre el chikungunya y cómo protegernos de los mosquitos! ¡Miren lo que encontramos!”, gritaron al unísono, mostrando el cofre y el diario.
La noticia se esparció rápidamente, y todos se reunieron para escuchar. Laura, Vanessa, Athziri y Tony compartieron su aventura, sus miedos y, sobre todo, el conocimiento que habían adquirido. La gente del pueblo comenzó a hacer su propio repelente natural, y todos se sintieron más seguros.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, las cuatro amigas se dieron cuenta de lo valiosas que son las aventuras. “Nunca pensé que aprender sobre los mosquitos pudiera ser tan divertido”, dijo Laura. “Y lo mejor es que lo hicimos juntas”, agregó Vanessa.
“Sí, juntos somos más fuertes”, dijo Athziri, sonriendo. “Y podemos ayudar a los demás”. “No puedo esperar a ver qué nuevas aventuras nos esperan”, dijo Tony, emocionado.
Con sus corazones llenos de alegría y la promesa de nuevas exploraciones, las cuatro amigas se durmieron, listas para enfrentar cualquier cosa que el mundo les presentara.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.