En el pequeño pueblo de Ravenswood, donde las noches eran más oscuras y los bosques más densos, vivían tres amigos inseparables: Meli, Pedro y Sara. Los tres compartían una pasión por las historias de terror y los misterios sin resolver. Cada fin de semana, se reunían para explorar nuevos lugares y contar historias espeluznantes. Sin embargo, había un lugar en particular que siempre evitaban: la Casa de las Sombras.
La Casa de las Sombras era una antigua mansión abandonada en las afueras del pueblo. Se decía que estaba maldita, que cosas extrañas ocurrían en su interior y que nadie que había entrado había salido sin una historia aterradora que contar. La casa estaba rodeada de árboles retorcidos y maleza que casi ocultaba su fachada desgastada. Pero una noche de luna llena, los tres amigos decidieron que era hora de enfrentar sus miedos y explorar la temida casa.
Armados con linternas y una grabadora de audio, Meli, Pedro y Sara se dirigieron hacia la mansión. Al llegar, se detuvieron frente a la puerta principal, que colgaba de una sola bisagra. La madera crujía bajo sus pies mientras avanzaban con cautela. Pedro, siempre el valiente, fue el primero en cruzar el umbral.
—¿Están listos? —preguntó Pedro, tratando de ocultar su nerviosismo.
—Más que nunca —respondió Meli, ajustando su capucha roja.
Sara asintió en silencio, sus ojos verdes brillando con una mezcla de emoción y miedo. Entraron al vestíbulo principal, donde el aire estaba pesado y frío, como si la casa hubiera estado esperando su llegada. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas, y los muebles antiguos parecían espectros en la penumbra.
Mientras exploraban la primera planta, comenzaron a escuchar ruidos extraños: pasos que no eran los suyos, susurros que parecían venir de las paredes y puertas que se cerraban de golpe sin razón aparente. Meli encendió la grabadora, esperando capturar alguna evidencia de lo paranormal.
—¿Hay alguien aquí? —preguntó en voz alta, su voz resonando en el vacío.
El silencio que siguió fue inquietante. De repente, un fuerte golpe hizo que todos se sobresaltaran. Provenía del piso superior. Los tres amigos se miraron, sabiendo que tenían que averiguar qué lo había causado. Subieron las escaleras lentamente, cada peldaño crujía bajo su peso. Llegaron a un pasillo largo y oscuro, con puertas a ambos lados.
Pedro señaló una puerta al final del pasillo que estaba entreabierta. Una luz tenue se filtraba desde el interior. Avanzaron hacia ella, sintiendo que el aire se volvía más denso con cada paso. Cuando llegaron, empujaron la puerta y entraron en una habitación que parecía un estudio.
En el centro de la habitación había un escritorio con una vela encendida, y sobre el escritorio, un diario antiguo. Meli lo abrió con cuidado y comenzó a leer en voz alta. El diario pertenecía a un hombre llamado Horace Blackwood, el último dueño de la mansión. Describía cómo había intentado contactar con espíritus del más allá, y cómo esos espíritus habían tomado el control de la casa.
Mientras leían, la temperatura de la habitación bajó drásticamente. La vela se apagó de repente, y los amigos se encontraron sumidos en la oscuridad. Sara encendió su linterna justo a tiempo para ver una sombra moviéndose por la pared. No era la sombra de ninguno de ellos.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Sara, su voz temblando.
Corrieron hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe antes de que pudieran alcanzarla. Meli intentó abrirla, pero estaba atrapada. Pedro, decidido a no quedarse encerrado, golpeó la puerta con su hombro, pero no se movió. La sombra en la pared comenzó a tomar forma, convirtiéndose en una figura humana oscura y amenazante.
Meli recordó las historias que habían escuchado sobre la casa y cómo algunos decían que las sombras eran los espíritus atrapados, buscando una manera de liberarse. Pensó rápidamente y sacó una pequeña cruz que llevaba en su bolsillo, un amuleto que su abuela le había dado. La sostuvo en alto y comenzó a recitar una oración que su abuela le había enseñado.
La figura oscura se detuvo, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible. La cruz brilló con una luz tenue, y de repente, la puerta se abrió de golpe. Los tres amigos no perdieron tiempo y corrieron fuera de la habitación, bajando las escaleras a toda prisa. La casa parecía cobrar vida a su alrededor, con las sombras persiguiéndolos y los muebles moviéndose por sí mismos.
Cuando finalmente salieron de la casa, el aire fresco de la noche les pareció un alivio. Se detuvieron en el jardín, respirando con dificultad. La casa, ahora silenciosa, parecía observándolos desde la oscuridad.
—Nunca más volveremos a entrar ahí —dijo Pedro, aún recuperándose del susto.
—Estoy de acuerdo —asintió Sara, abrazándose a sí misma para calmar los temblores.
Meli guardó la cruz en su bolsillo, agradecida por la protección de su abuela. Aunque la experiencia había sido aterradora, sabían que habían hecho algo importante. Habían enfrentado sus miedos y habían descubierto los secretos de la Casa de las Sombras. Y aunque la mansión seguía siendo un lugar temido en Ravenswood, ahora sabían que estaban preparados para cualquier cosa que se les presentara en el futuro.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.