Cuentos de Terror

La Noche de la Mirada Oculta

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Vanessa, Carolina, Esther y Ángel eran cuatro amigos inseparables que vivían en un tranquilo vecindario rodeado de bosques misteriosos. Una tarde de otoño, mientras exploraban un viejo desván en la casa de la abuela de Vanessa, encontró un antiguo libro de cuentos de terror que había pertenecido a su tatarabuela. Llenos de curiosidad y con un ligero cosquilleo de miedo, decidieron leer uno de los cuentos en voz alta, sin saber que eso desencadenaría una serie de extraños sucesos.

«Este cuento habla sobre una noche oscura en la que una extraña figura se aparece en el bosque», dijo Carolina, con una voz emocionante. «¡Vamos a leerlo!», exclamó Ángel, a quien siempre le habían fascinado las historias de terror. Esther, aunque un poco reticente, también se unió al grupo, recordando que cada Halloween hacían una noche de cuentos terroríficos.

Mientras leían, las luces comenzaron a parpadear, y un viento frío se coló por la ventana del desván. El ambiente se volvió tenso, pero ellos continuaron inmersos en la historia, hablando sobre una criatura que acechaba a aquellos que se aventuraban cerca de un antiguo pozo abandonado en el bosque. La narración hablaba de cómo quienes veían a la criatura podían sentir su mirada penetrante, una mirada capaz de robar el aliento y el coraje.

«Esto está muy interesante», dijo Esther, tratando de ocultar su inquietud. «Pero, ¿no crees que sería genial explorar el bosque después de leerlo?» Vanessa se animó a la idea, sintiéndose valiente. Pero Carolina dejó escapar un pequeño grito de sorpresa: «¡No! ¿No escuchan eso? ¡Parece que algo se mueve afuera!»

Todos se quedaron en silencio, escuchando con atención. Era cierto, un crujido resonó fuera del desván, como si alguien o algo estuviera en el jardín. El grupo miró por la ventana, y aunque no vieron nada, el pulso de sus corazones aumentó. Finalmente, decidieron salir del desván y cargar con el libro, a pesar de las advertencias de Carolina.

Pasaron un par de horas jugando en el jardín, pero a medida que la noche avanzaba y la luna se alzaba alta en el cielo, empezaron a sentir que era hora de irse a casa. Sin embargo, la emoción de la historia les había encendido la curiosidad. «¿Qué les parece si vamos al bosque? Solo un ratito», sugirió Ángel, su mirada brillando con entusiasmo y un poco de travesura.

«¡Sí! Solo un vistazo al pozo», concordó Vanessa, dejando que su emoción se apoderara de ella. Carolina dudó, pero al final, la idea de perderse una aventura hizo que se uniera al plan. «Está bien, pero solo por unos minutos», advirtió. Esther decidió acompañarlos, aunque con el temor apoderándose de su ánimo.

Los cuatro amigos se adentraron en el bosque, armados con linternas y el viejo libro que había desatado la aventura. A medida que caminaban, los árboles parecían cerrarles el paso, sus sombras extendiéndose como brazos oscuros. El aire se tornaba más frío, y un silencio inquietante se apoderó del lugar. «¿Están seguros de que esto es una buena idea?» preguntó Esther.

«Sí, vamos, no pasa nada», respondió Ángel, quien tomaba la delantera. Después de varios minutos de caminar, llegaron al claro donde el pozo antiguo y cubierto de enredaderas parecía esperar por ellos. Estaba cubierto de tierra y hojas, como si el tiempo hubiera olvidado su existencia.

«Es más escalofriante de lo que imaginaba», dijo Carolina, mientras iluminaba el interior con su linterna. «Miren, no se ve el fondo». Mientras se inclinaban un poco hacia adelante, se sintieron atraídos por la profundidad oscura que se extendía ante ellos. «Hay algo aquí», murmuró Vanessa, apuntando con su linterna hacia una extraña forma a través del agua grisácea del pozo.

De repente, antes de que pudieran reaccionar, una fuerte ráfaga de viento los agitó. Las linternas comenzaron a parpadear y una sombra difusa surgió en el fondo del pozo. «¡Ahhh!», gritaron todos, dando un paso atrás. Aquella sombra parecía moverse, y por un breve instante, todos sintieron que había algo más que solo reflejos en el agua.

«Volvamos», sugirió Carolina, nerviosa. «Esto no me gusta». Pero antes de que pudieran dar un paso hacia atrás, una figura emergió del pozo; un ser delgado y alargado, con ojos que brillaban como dos luceros. Provocó un estremecimiento en la piel de los chicos. Era como si su mirada pudiese atravesar la oscuridad y leer lo que había en sus corazones.

«¿Quién… quién eres?», preguntó Esther, su voz temblando. El ser hizo una pausa, como si estuviese considerando su respuesta. «Soy la mirada oculta que vigila desde las sombras», dijo con voz suave pero profunda, resonando en sus mentes. «Vine a advertirles sobre lo que acecha en este bosque», continuó, sus ojos resplandeciendo en la oscuridad.

«Siento que eres peligroso», dijo Vanessa, temblando. «¿Qué quieres de nosotros?». La criatura se acercó un poco más, y la luz de la luna iluminó su figura. Tenía una apariencia fantasmagórica, pero su mirada parecía llena de tristeza. «No vengo a hacerles daño», respondió. «Solo quiero que comprendan lo que ocurre en este lugar. Ubicarse en su camino equivocado puede llevar a consecuencias terribles».

Carolina, aún asustada, se giró hacia sus amigos. «Tal vez deberíamos irnos», sugirió, y mientras hablaba, un fuerte crujido resonó detrás de ellos. Todos giraron la cabeza, mirando hacia la sombra que se movía entre los árboles. Era un grupo de sombras oscuras que emergían del denso bosque, acercándose lentamente. «¡Corran!», gritó Ángel, y sin pensarlo dos veces, el grupo escapó en dirección opuesta.

Las sombras los siguieron, rápidas y silenciosas. Las risas que habían compartido se transformaron en gritos llenos de pánico. Están rodeados. La criatura del pozo, en lugar de detenerlos, parecía señalarlos, como si intentara ayudarles a escapar. «El camino está a la izquierda, ¡sigan esa dirección!», les gritó la figura desde su lugar. Aumentando la velocidad, tomaron la dirección indicada.

«¡No miren atrás!», gritó Esther mientras corrían, sintiendo el aliento frío de las sombras detrás de ellos. La luz de sus linternas brillaba con fuerza mientras el bosque se convertía en una maraña de ramas y sombras retorcidas. Desesperadamente, corrieron hacia el claro que habían dejado atrás, donde el pozo permanecía silencioso y oscuro.

Cuando llegaron, continuaron por el sendero que marcaba el regreso a casa. Estaban agotados, pero el miedo también los mantenía en movimiento. «¿Creen que nos sigan?», preguntó Carolina, mirando a su alrededor. «No lo sé», respondió Vanessa, intentando calmarlas. «Pero no podemos quedarnos aquí».

Finalmente, después de lo que les pareció una eternidad, llegaron a la salida del bosque y a la seguridad de su vecindario. Se detuvieron, con el corazón aún latiendo fuerte, y se miraron entre ellos. «Eso fue… definitivamente aterrador», dijo Ángel, tratando de reírse, pero su voz era temblorosa.

«¿Qué creen que era eso?», preguntó Esther, sacudiendo la cabeza en incredulidad. «No lo sé», respondió Carolina, «pero creo que hemos aprendido nuestra lección sobre el bosque… y el pozo».

Vanessa, todavía sosteniendo el libro, lo miró con una mezcla de fascinación y temor. «Tal vez debemos cerrar ese libro y dejarlo guardado», sugirió. Ángel asintió. «Tenemos que contarles a los demás sobre lo que pasó».

Al llegar a la casa de la abuela de Vanessa, entraron apresuradamente, sintiendo la calidez del hogar. Se acomodaron en la sala, el cielo ya oscuro y estrellado, y comenzaron a contarles a sus familias las cosas espeluznantes que habían experimentado aquella noche. Para sorpresa de todos, los padres de Vanessa revelaron que también conocían la leyenda del pozo y la criatura que lo habitaba. Habían escuchado historias sobre la «Mirada Oculta», y nunca habían querido que sus hijos se aventuraran en esa parte del bosque.

El grupo entendió que a veces, la curiosidad puede llevar a situaciones inesperadas. A partir de esa noche, decidieron que en vez de seguir explorando lugares misteriosos y aterradores, disfrutarían de aventuras más seguras, como fogatas en el jardín, llenas de cuentos que, aunque un poco espeluznantes, no conllevaban el mismo riesgo.

La experiencia no solo fortaleció su amistad, sino que les enseñó la importancia de ser cautelosos y escuchar los relatos de aquellos que habían vivido situaciones parecidas. Desde entonces, cada Halloween, recordaban la historia del pozo y la criatura que acechaba en la oscuridad, y se prometían a sí mismos que quizás un día regresarían, no para acercarse al peligro, sino para recordar la aventura que había cambiado su visión sobre el misterio y el miedo.

Así, aprendieron no sólo a ser valientes, sino también a respetar las advertencias y la historia que envolvía su hogar. Y aunque el bosque seguía siendo un lugar de aventuras, ahora miraban hacia él con una mezcla de respeto y curiosidad, siendo conscientes de que algunas miradas ocultas esperan a quienes tienen el valor de explorar, pero también el sentido común de saber cuándo detenerse.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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