En las calles empedradas de un pintoresco pueblo, donde las casas de colores se alineaban como en un cuento de hadas, vivían dos amigas: Ana y Kendra. Ana, con sus rizos dorados y su mirada llena de maravillas, era una soñadora. Kendra, por otro lado, con su cabello castaño y ojos llenos de lógica, era la voz de la razón. Juntas, formaban un equipo invencible.
Una fría noche de octubre, cuando el reloj marcó las 3:33 a.m., Ana vio algo que heló su sangre. Flotando fuera de su ventana, había una sombra sin rostro ni piernas, una presencia que desafiaba toda explicación. Aterrorizada, Ana tomó una foto y se la envió a Kendra. Pero la imagen solo mostraba la oscuridad de la noche, sin rastro del espectro.
Los días pasaron, y Ana no pudo sacudirse la visión del fantasma. La gente del pueblo empezó a cuchichear, susurrando palabras como «locura» y «delirio». A pesar de los esfuerzos de Kendra por defender a su amiga, Ana fue enviada a un internado para tratar su supuesta enfermedad.
Cinco años después, Ana regresó, convertida en una joven de cabello dorado que brillaba bajo el sol. Intentó retomar su vida, pero la sombra sin rostro volvió a aparecerse. Esta vez, Ana estaba decidida a descubrir la verdad.
La clave llegó una noche de Halloween, cuando los muñecos de decoración parecían cobrar vida propia. En el sótano de la casa de Ana, escondido bajo una capa de polvo, encontraron un cofre. Dentro, había recortes de periódico sobre avistamientos similares y un folleto desgastado que hablaba de una bruja quemada viva por los aldeanos, mutilada en su ira y odio.
El folleto advertía que en cada Halloween, el espíritu de la bruja regresaba, buscando venganza sobre aquellos que osaran mirarla. La única salvación era un antídoto, oculto en el cementerio, en la tumba de la bruja.
Armadas de valor, Ana y Kendra se aventuraron en la oscura noche de Halloween, con la luna iluminando su camino. El cementerio, con sus tumbas antiguas y árboles retorcidos, parecía susurrar secretos olvidados.
Después de una búsqueda frenética, encontraron la tumba. Allí, bajo una lápida carcomida por el tiempo, yacía una pequeña botella con un líquido brillante: el antídoto. Justo cuando lo tomaron, la figura del fantasma sin rostro apareció, flotando con una ira silenciosa.
Kendra, con manos temblorosas, roció el antídoto alrededor. La sombra chilló, una melodía de dolor y liberación, antes de desvanecerse en el aire frío de la noche.
El pueblo se salvó de una maldición olvidada, y Ana, finalmente libre de sus visiones, fue acogida de nuevo en la comunidad. El valor de las dos amigas se convirtió en una leyenda, una historia contada cada Halloween.
Ana y Kendra aprendieron que a veces, en las sombras de las historias de terror, yacen verdades que solo el valor y la amistad pueden descubrir. Descubrieron que no importa cuán oscura sea la noche, siempre hay una luz de esperanza, y que juntas, podían enfrentar cualquier misterio.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.