Cuentos de Terror

La Noche de los Espantos

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era una noche oscura y ventosa en la casa de Don José y Doña Leticia. Las ramas de los árboles golpeaban suavemente las ventanas, y el viento aullaba como un lobo solitario. En la sala, junto a la chimenea, dos niños traviesos, Kia y Paul, se acurrucaban en un rincón con sus almohadas. Los abuelos estaban a punto de contarles una historia, y la emoción y el nerviosismo llenaban el aire.

“¿Listos para escuchar una historia de miedo?” preguntó Don José, con una sonrisa que hacía que sus ojos brillaran con picardía. “Es una historia que se cuenta en las noches de espantos, cuando las sombras se alargan y los susurros del viento parecen hablar”.

Kia, que siempre había sido muy valiente, hizo un gesto con la mano. “¡Sí! ¡Queremos escucharla!” dijo, mientras Paul se encogía un poco, pero no quería parecer asustado frente a su hermana.

“Entonces, escuchen con atención”, comenzó Don José, su voz profunda llenando la sala. “Esta es la historia de la Casa de los Susurros. Dicen que hace muchos años, había una casa en nuestro pueblo, al final de la calle más oscura. Nadie se atrevía a acercarse, porque se decía que estaba habitada por espíritus que no habían encontrado la paz”.

Doña Leticia se unió a la historia, con un tono que hacía temblar un poco el aire. “Se decía que cada noche, a la medianoche, se escuchaban voces que llamaban a la puerta. Los que se acercaban afirmaban haber visto sombras danzantes y luces parpadeantes en las ventanas. Muchos creían que los espíritus estaban buscando algo que habían perdido”.

Kia y Paul se miraron, con los ojos bien abiertos. “¿Qué es lo que buscaban?”, preguntó Paul, tratando de ocultar su nerviosismo.

“Ah, eso es lo que nadie sabía”, dijo Don José, inclinándose hacia adelante. “Pero había un grupo de valientes niños, como ustedes, que decidieron investigar. Un Halloween, se armaron de valor y decidieron pasar la noche en la Casa de los Susurros”.

Los abuelos comenzaron a describir a los niños aventureros. Eran cuatro: Lucas, el más valiente; Ana, la más inteligente; Tomás, el que siempre estaba dispuesto a hacer bromas, y Clara, que nunca dejaba de soñar. Juntos, se dirigieron a la casa con linternas en mano, llenos de valentía y un poco de miedo.

“Cuando llegaron a la puerta”, continuó Doña Leticia, “escucharon un susurro que decía: ‘Entren, entren, y descubran la verdad’. Aunque estaban asustados, empujaron la puerta, que chirrió como si se quejara. Entraron, y el aire se sentía helado”.

“Eran muy curiosos, y decidieron explorar la casa. Recorrían los pasillos oscuros, iluminando las paredes cubiertas de polvo con sus linternas. En una habitación, encontraron un viejo diario sobre una mesa polvorienta”, dijo Don José.

Kia se sentó más erguida, imaginando la escena. “¿Y qué decía el diario?”, preguntó emocionada.

“Decía que la casa pertenecía a una familia que había perdido a su hija”, explicó Doña Leticia. “La pequeña, llamada Sofía, había desaparecido en la noche de Halloween, y su espíritu nunca había encontrado la paz. Se decía que su risa aún resonaba en los pasillos, buscando a sus padres”.

“¡Qué triste!” dijo Paul, ahora realmente interesado en la historia. “¿Y qué hicieron los niños?”

“Decidieron ayudar a Sofía”, respondió Don José. “Así que empezaron a buscar en la casa, buscando pistas que pudieran llevarlos a ella. Mientras exploraban, comenzaron a escuchar risas suaves y ecos que llenaban la casa. Las luces de sus linternas parpadeaban, y la atmósfera se volvía más extraña”.

“¿Y los niños tenían miedo?”, preguntó Kia, intrigada.

“Sí, un poco, pero eran valientes”, dijo Doña Leticia. “Así que continuaron. En la cocina, encontraron un viejo columpio, y al balancearse, escucharon la risa de una niña. Miraron hacia arriba y vieron una sombra que se movía rápidamente”.

Kia y Paul intercambiaron miradas de emoción y temor. “¿Qué hicieron después?”, preguntó Paul, con la voz baja.

“Tomaron un profundo respiro y decidieron seguir la sombra. Subieron al segundo piso, donde la risa se hacía más fuerte. Allí, en el pasillo, encontraron una puerta entreabierta. La empujaron y entraron. Lo que vieron los dejó asombrados: un jardín mágico lleno de luces brillantes y flores que nunca habían visto antes”.

“¡Un jardín mágico!”, exclamó Kia, imaginando un lugar hermoso. “¿Y Sofía estaba allí?”

“No, pero encontraron un hermoso espejo antiguo en el centro del jardín”, continuó Don José. “Cuando se acercaron, la superficie del espejo comenzó a brillar. De repente, la imagen de Sofía apareció. Les sonrió y les dijo: ‘Gracias por venir. Estoy atrapada en este espejo porque no pude encontrar el camino a casa. Necesito su ayuda para liberarme’”.

“¿Cómo podían ayudarla?”, preguntó Paul, intrigado.

“Para liberarla, debían encontrar el lugar donde había desaparecido. Sofía les dio una pista: ‘Sigan el sonido de las campanas que suenan al caer la noche’”. Don José hizo una pausa dramática, observando la reacción de los niños.

“Los niños, decididos a ayudar, siguieron el sonido de las campanas que resonaban en la distancia. Siguieron por un camino cubierto de hojas, guiados por la luz de la luna. Al llegar a un antiguo cementerio, encontraron una tumba cubierta de flores marchitas. Al acercarse, las campanas sonaron con fuerza y comenzaron a iluminarse”.

Kia y Paul estaban completamente inmersos en la historia, imaginando cada detalle. “¿Y luego?”, preguntó Kia ansiosamente.

“Entonces, comenzaron a hablar con las flores. Eran guardianes del lugar y les contaron que debían hacer un ritual para liberar a Sofía. Los niños se unieron en un círculo y, con sus manos entrelazadas, comenzaron a recitar un antiguo poema que había en el diario que habían encontrado en la casa”.

“¿Funcionó?”, preguntó Paul, con los ojos muy abiertos.

“Sí, funcionó. Mientras recitaban, un viento suave comenzó a soplar, y las flores empezaron a brillar. De repente, apareció un destello de luz, y Sofía apareció ante ellos, libre y sonriente. ‘Gracias, amigos’, dijo. ‘Ahora puedo irme a casa’”.

“¡Eso es increíble!”, exclamó Kia, saltando en su asiento. “¿Y qué pasó después?”

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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