Era una tarde de otoño, y las hojas caídas cubrían el suelo del pequeño pueblo de San Pedro. Pablo, Celia, Amanda y Fernando, cuatro amigos inseparables, decidieron aventurarse en el bosque cercano a su casa. Se decía que el bosque estaba embrujado, lleno de sombras y susurros que nadie podía explicar. Sin embargo, la curiosidad era más fuerte que el miedo, y los cuatro valientes estaban listos para descubrir la verdad.
“¡Vamos, no hay nada que temer! Solo son cuentos de viejos del pueblo”, dijo Fernando, siempre el más atrevido del grupo. Tenía una sonrisa confiada y una linterna que iluminaba su camino.
“¿Y si hay algún monstruo ahí dentro?”, preguntó Amanda, apretando la mano de Celia. “Yo he oído historias de sombras que se mueven.”
“Son solo cuentos para asustar a los niños”, respondió Pablo, tratando de infundir valor en sus amigos. “Además, somos más fuertes juntos.”
Celia, que era la más sensata del grupo, miró a sus amigos y sugirió: “Vamos a hacer un recorrido rápido. No nos internemos demasiado en el bosque, solo hasta el claro que está más allá de los árboles.”
Así, con la decisión tomada, los niños se adentraron en el bosque. Las ramas crujían bajo sus pasos, y el sol comenzaba a ocultarse tras las nubes, sumiendo al lugar en una penumbra inquietante. Cada ruido parecía amplificarse, y Amanda no podía dejar de mirar por encima del hombro.
“¿Escuchan eso?” preguntó de repente, con los ojos abiertos como platos. La respuesta fue un silencio inquieto que hizo que todos se miraran nerviosamente.
“Es solo el viento”, dijo Fernando tratando de sonar valiente, aunque su voz temblaba un poco. Decidieron continuar, y en pocos minutos llegaron a un claro donde la luz de la tarde parecía filtrarse débilmente.
Al llegar, el ambiente cambió de inmediato. Una sensación de frío recorrió sus espaldas, y Pablo sintió un escalofrío. “Vamos a sentarnos un momento”, sugirió. Se acomodaron en una roca grande, que parecía ser el centro del claro. La conversación fluyó rápidamente, y comenzaron a contar historias de miedo.
Celia comenzó: “Una vez escuché que en este bosque existe un lago que aparece solo en noches de luna llena, y que hay una sombra oscura que lo cuida. La gente que se acerca demasiado nunca vuelve”.
“Eso suena a puro cuento”, interrumpió Fernando, aunque una sombra de duda cruzó su rostro.
Amanda, con voz temblorosa, se unió a la conversación: “También he oído que hay árboles que susurran secretos, y si los escuchas, te llevan a lugares oscuros de los que no puedes regresar”.
La risa abafó momentáneamente los temores, pero ese momento se interrumpió cuando un ruido proveniente de los arbustos cercanos llamó su atención. Pablo, siempre intrépido, se levantó. “Voy a ver qué es”, dijo, avanzando hacia el sonido.
“Espera, no te alejes solo”, gritó Celia, pero él ya había desaparecido entre los árboles. Los tres amigos lo siguieron, y pronto se encontraron frente a un viejo árbol muerto cuyas raíces se retorcían como serpientes.
“¿Pablo?” llamó Fernando, pero no hubo respuesta. El ambiente se volvió tenso, y la inquietud se hacía palpable entre ellos.
De repente, la figura de Pablo apareció a la vista, pero no estaba solo. A su lado había una extraña criatura, pequeña y con ojos brillantes. “¡Mirad! ¡Lo encontré!”, exclamó Pablo emocionado. La criatura parecía un duende, con piel verde y una gran sonrisa.
“Soy Tiko”, dijo el duende con una voz alegre. “He estado esperando a alguien como ustedes. Este bosque es mágico, pero también tiene su parte oscura. ¿Quieren descubrirla?”
Los niños se miraron entre sí, deslumbrados. “¿Mágico?” preguntó Celia, intrigada. “¿Qué quieres decir?”
Tiko los condujo a través del bosque, mientras les explicaba que había un equilibrio entre la luz y la sombra. “Hay lugares donde la oscuridad se hace más fuerte. Yo guardo los secretos del bosque, pero a veces la sombra se asoma y puede ser peligrosa”, advirtió.
Los amigos, fascinados, siguieron a Tiko hasta llegar a un lago encantado que brillaba con la luz de la luna. “Aquí es donde la sombra aparece a medianoche”, explicó el duende. “Siempre toma la forma de lo que más temen, así que deben enfrentarlo juntos.”
La curiosidad se convirtió en nerviosismo cuando los niños notaron que una sombra oscura comenzaba a formarse en el borde del lago. Se acercaba lentamente, tomando forma. Era alta y oscura, con ojos que parecían brillar como antorchas.
Amanda dio un paso atrás, cubriendo su rostro. “¡No quiero verlo!”, gritó.
“Debemos enfrentarlo”, dijo Pablo, su voz firme. “No podemos huir del miedo”.
Tiko sonrió, y con un movimiento de sus manos, iluminó el área a su alrededor. “¡Ustedes son más fuertes de lo que creen! Concéntrense en lo que les da valor”, instó.
Los amigos se unieron en un círculo, tomándose de las manos. Cada uno empezó a pensar en lo que más amaban: la risa, la amistad, sus familias. El miedo comenzó a disiparse, y poco a poco, la sombra se fue desvaneciendo ante ellos.
“¡Eso es!”, gritó Tiko, mientras la sombra se encogía. “El amor y la amistad son más poderosos que cualquier oscuridad”.
Finalmente, la sombra se desvaneció, dejando solo el brillo del lago. Los cuatro amigos se abrazaron, riendo y sintiéndose más fuertes que nunca. Habían enfrentado su miedo y lo habían vencido juntos.
“Gracias, Tiko”, dijo Celia con gratitud. “Nunca olvidaremos esto”.
“Recuerden”, respondió el duende. “El bosque siempre estará ahí para probar su valor, pero la magia real está en su unión”.
Con eso, los niños siguieron a Tiko de regreso al borde del bosque. Al salir, la emoción y el coraje aún palpitaban en sus corazones. Habían aprendido una gran lección aquella noche: que no hay sombra tan oscura que no pueda ser iluminada por la amistad y el amor. Desde ese día, cada vez que se encontraban ante un desafío, recordaban su encuentro con la sombra y cómo juntos pudieron vencerla.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.