Era una noche como cualquier otra cuando me fui a dormir. No había nada particularmente extraño, aunque ese día me había dolido la cabeza un poco más de lo normal. Me sentía agotado, como si hubiera corrido una maratón, pero no le di demasiada importancia. Me acosté en mi cama, deseando que el sueño me alcanzara pronto. La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por la tenue luz de la calle que se filtraba por la ventana.
Cerré los ojos, esperando relajarme, pero algo no estaba bien. A medida que el sueño parecía llegar, una extraña sensación me invadió. Era como si mi cuerpo estuviera pesado, demasiado pesado. Intenté moverme, pero mis brazos y piernas no respondían. El dolor en mi cabeza se hizo más fuerte, palpitante, y mi cuerpo entero parecía estar agotado. Un miedo irracional comenzó a crecer en mi pecho.
De repente, escuché algo. Era una voz, pero no una cualquiera. Era grave, profunda, y resonaba en mi cabeza como si estuviera dentro de mí. «Mateo…», susurraba, con un tono tan extraño que me heló la sangre. Intenté abrir los ojos, pero solo conseguí entreabrirlos lo suficiente para ver las sombras en la habitación. Y ahí estaban. Figuras oscuras, apenas visibles, moviéndose en las esquinas del cuarto, susurrando cosas que no podía entender.
Quise gritar, pero mi boca no se movía. Quise levantarme, pero mi cuerpo seguía inmóvil, atrapado en una parálisis que no entendía. Las sombras se acercaban más, susurrando mi nombre una y otra vez. Sus formas eran indistintas, pero sentía su presencia, su mirada fija en mí, como si estuvieran esperando algo, como si yo fuera la presa en su cacería silenciosa.
La voz grave volvió a resonar, esta vez más fuerte: «Mateo… no te muevas». Mi corazón latía tan rápido que pensé que me iba a explotar el pecho, pero no podía moverme. Las sombras se detuvieron justo al borde de mi cama, como si estuvieran evaluando qué hacer a continuación. Quería salir de ahí, despertar, pero era imposible.
Entonces, de repente, todo se oscureció. No veía nada, no sentía nada, solo escuchaba el latido de mi corazón y el susurro constante de esa voz extraña. Poco a poco, la oscuridad se transformó en algo más. Estaba cayendo, o al menos así se sentía. Era como si mi mente se hundiera en un pozo sin fondo, y cada vez que intentaba despertar, caía más profundo.
No sé cuánto tiempo estuve así, pero de pronto, todo se detuvo. Abrí los ojos, o al menos eso pensé. Estaba en mi cama, pero la habitación parecía diferente. Las sombras seguían ahí, pero esta vez estaban más cerca. Podía sentir su respiración, si es que respiraban. Quise gritar de nuevo, pero aún no podía moverme.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, las sombras comenzaron a desvanecerse. La voz grave desapareció, y de repente, todo quedó en silencio. Mi cuerpo finalmente respondió. Pude mover los dedos, luego los brazos, y finalmente me senté en la cama, jadeando, como si acabara de despertar de una pesadilla terrible.
Me quedé ahí, respirando profundamente, tratando de entender lo que acababa de pasar. ¿Había sido un sueño? ¿Una alucinación? El dolor de cabeza se había ido, pero mi cuerpo todavía se sentía cansado, como si hubiera estado luchando contra algo más allá de mi comprensión. Miré alrededor de la habitación. Todo parecía normal, pero la sensación de que algo había estado allí conmigo seguía en el aire.
Recordé entonces algo que había leído sobre la parálisis del sueño. Era una condición en la que tu cuerpo se queda inmóvil mientras tu mente está entre el sueño y la vigilia. Pero lo que yo había sentido esa noche había sido más que solo una parálisis. Había sido real, o al menos eso me parecía. Las sombras, la voz… todo había sido demasiado tangible.
Durante las siguientes noches, no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Me costaba quedarme dormido, temiendo que las sombras volvieran a aparecer. Y aunque nunca lo hicieron de la misma manera, siempre sentía algo en la oscuridad, como si estuvieran allí, observándome desde algún rincón.
Pasaron semanas antes de que pudiera volver a dormir tranquilamente, pero incluso ahora, cuando cierro los ojos, a veces creo escuchar esa voz grave susurrando mi nombre. Quizás solo sea mi mente jugándome una mala pasada, o tal vez, las sombras no se han ido del todo.
Conclusión:
La parálisis del sueño es una experiencia aterradora, pero a veces, lo que creemos que es solo un sueño puede sentirse tan real que se queda con nosotros mucho después de que despertamos. Mateo no estaba seguro de si lo que vivió fue solo un mal sueño o algo más, pero desde esa noche, entendió que las sombras que habitan en los rincones de nuestra mente pueden ser más reales de lo que pensamos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.