En un pequeño pueblo rodeado de oscuras montañas y frondosos bosques, vivían dos amigos inseparables: Adreik y Alieth. Ambos compartían una curiosidad insaciable por las historias de terror que recorrían las charlas de los ancianos del lugar. Las leyendas sobre criaturas misteriosas, sombras que susurraban en la noche y melodías que helaban la sangre llenaban de emoción sus días. Sin embargo, había una historia que siempre acechaba en sus mentes: la historia de la Sombra que acecha en la Noche Eterna.
Se decía que en noches sin luna, una sombra oscura descendía sobre el pueblo, buscando almas perdidas para llevarlas consigo. Nadie había visto a la sombra, pero muchos aseguraban haber escuchado su canto, un lamento que resonaba entre los árboles y remecía el corazón de quienes se atrevían a acercarse al bosque. Esa noche de verano, Adreik y Alieth decidieron que era hora de enfrentarse a sus miedos. La luna estaba oculta tras nubes espesas, y la oscuridad parecía más densa que nunca.
—¿Estás listo, Adreik? —preguntó Alieth, con un brillo de emoción en sus ojos.
—¡Listo! No podemos dejar que este miedo nos venza —respondió Adreik, infundiéndose valor.
Los dos amigos tomaron una linterna y una botella de agua, y se aventuraron hacia las afueras del pueblo. Antes de cruzar el último umbral, se encontraron con Eris, una joven con un aire misterioso que vivía en los límites del bosque. Era conocida por sus conocimientos de la naturaleza y las leyendas que rodeaban el lugar.
—¿A dónde van a estas horas? —les preguntó con una sonrisa intrigante.
—Vamos a buscar a la Sombra que acecha en la Noche Eterna —respondió Adreik, con un tono decidido.
Eris frunció el ceño y se acercó un poco más a ellos.
—Es peligroso. Hay secretos que deberían permanecer ocultos. Pero si realmente desean ir, al menos, escuchen lo que tengo que decirles —dijo con una voz más seria.
Adreik y Alieth se miraron entre sí, sintiendo una mezcla de inquietud y curiosidad. Asintieron.
—La sombra no es solo un cuento, chicos. Aquellos que la han encontrado no han regresado. Se dice que tiene un hermoso canto que atrae a aquellos que buscan cosas que se les han perdido. Pero lo que no saben es que, al cantarle, también se están ofreciendo a ella. Ella no busca solo asustar; quiere llevárselos —advirtió Eris.
Los amigos sintieron que los escalofríos recorrían sus espinas dorsales, pero su curiosidad era más fuerte que el miedo.
—No podemos dejarnos intimidar, Alieth. No si queremos ser los primeros en enfrentarla —dijo Adreik, tratando de contener su nerviosismo.
Eris suspiró, resignada.
—Está bien, si van a hacerlo, al menos permítanme acompañarles. He estado cerca de la sombra antes, y podría serles útil. Pero deben prometerme que, si las cosas se complican, regresamos a la seguridad del pueblo —dijo, firme en su advertencia.
Adreik y Alieth asintieron, agradecidos por la compañía. Juntos, los tres se adentraron en el bosque, iluminados solo por la tenue luz de la linterna. La atmósfera se volvió densa y sombría, y el silencio que los rodeaba era casi palpable. Solo el crujido de algunas ramas bajo sus pies rompía la oscuridad, mientras los árboles parecían observar su avance.
Después de caminar un rato, comenzaron a escuchar un murmullo en el aire. Era un canto suave, casi melódico, que flotaba entre los árboles. La voz parecía estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, envolviéndolos en un abrazo de magia y temor.
—¿Lo escuchan? —preguntó Alieth, con un hilito de voz.
Adreik asintió con la cabeza, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Efectivamente, el canto era hermoso, lleno de tristeza y anhelo. Como si fuera una canción de cuna que prometía consuelo. Pero en lo profundo de sus corazones, sabían que ese canto también era un ladrón, que robaba la voluntad de aquellos que lo escuchaban.
—No podemos dejarnos llevar por la melodía, debemos seguir adelante —dijo Eris, manteniéndose firme a su lado.
Con cada paso, la sombra parecía hacerse más tangible. De repente, vieron un destello de movimiento entre los árboles. Adreik gritó al ver una figura oscura que se deslizaba entre ellos.
—¡Rápido, hacia allá! —gritó, señalando un claro más adelante.
Corrieron, con la sombra persiguiéndolos, pero, por algún milagro, lograron llegar al claro. Se detuvieron en medio de la espesura, respirando entrecortadamente. El canto se había desvanecido, pero la presencia de la sombra aún era fuerte.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Alieth, con sus ojos reflejando su miedo.
Eris miró a su alrededor, buscando algún rastro de la sombra.
—No podemos quedarnos aquí. Ella vendrá, y no deberíamos estar solos en un lugar como este. Debemos estar juntos y trabajar en equipo —sugirió, su voz llena de determinación.
Decididos a enfrentar la situación, los tres amigos formaron un círculo.
—Si ella aparece, solo tenemos que recordar lo que hizo que vinimos aquí. Estamos juntos, y no tenemos miedo —declaró Adreik.
Suspiraron, sintiendo que la tensión de la noche seguía acumulándose a su alrededor. Fue entonces cuando la sombra emergió en el claro, su forma oscura tomando vida y empezando a girar en torno a ellos. Era la entidad que habían temido, pero en su interior sentían la adrenalina y el deseo de confrontarla.
La sombra no era una figura aterradora en absoluto. Era hermosa a su manera, con un brillo casi etéreo que danzaba en la oscuridad. Pero había algo en sus ojos, una profundidad que les helaba la sangre.
—¿Por qué han venido? —susurró la sombra, y su voz era más clara y poderosa que el canto que los había atraído.
—No venimos a rendirnos, ni a entregarnos. Queremos saber la verdad sobre ti —dijo Alieth, con el corazón latiendo con fuerza.
La sombra se detuvo, atraída por la audacia de las palabras de la niña.
—La verdad… —repitió, como si se estuviera deleitando en el sonido.
Eris, viendo el juego de la sombra, fue valiente y preguntó:
—¿Por qué acechas a los que entran en este bosque? ¿Por qué no has encontrado paz?
La sombra pareció encogerse, su forma temblando ligeramente.
—No elegí ser esto. Durante muchos años fui un espíritu errante, buscando el amor y la compañía. Hasta que un día me traicionaron los que más amaba. Desde entonces, quedé atrapada entre los mundos, buscando a esos que buscan consuelo, un refugio. Pero la traición me ha encadenado a esta forma, y es un ciclo que no puedo romper —respondió, su voz llena de tristeza.
—Puedes romperlo. Si decidimos ayudar, tal vez puedas encontrar la paz que necesitas —sugirió Adreik, sintiendo cómo su valentía aumentaba con cada palabra.
Los ojos de la sombra brillaron con una luz, pero pronto se oscurecieron nuevamente.
—Nunca me han ofrecido ayuda. Siempre me temen y se alejan. Si lo intentan, me volveré más fuerte. Y nadie ha logrado romper el encantamiento. ¿Por qué creen que ustedes pueden hacerlo?
Eris, recordando las advertencias de los ancianos, dio un paso adelante.
—Porque nosotros conocemos el verdadero valor de la amistad. No tomaremos nada de ti, pero si estás atrapada en un ciclo, podemos ayudarte a romperlo. Acepta nuestra amistad —dijo Eris.
La sombra se quedó en silencio, como si pesar y esperanza lucharan dentro de ella.
—Si me ayudan, debo advertirles que el camino no será fácil. Y podría estallar en algo que ni siquiera pueden imaginar.
Las palabras cayeron como un peso entre ellos.
—Estamos dispuestos a correr el riesgo —afirmó Adreik.
—Yo también —dijo Alieth, con una determinación que iluminaba su rostro.
Finalmente, la sombra se acercó más a ellos.
—Entonces, deben seguir mi canto, no lo que traiga el miedo. Deben recordar por qué comenzaron esta búsqueda y no dejar que la tristeza o la traición les ataquen el corazón. Si pueden hacerlo, tal vez, solo tal vez, pueda volver a ser libre.
Así, comenzaron su viaje junto a la sombra, que los guiaría a través del bosque. La aventura no fue sencilla; cada paso estaba lleno de desafíos y pruebas que pusieron a prueba su valor. Confusión, recuerdos y visiones de traición inundaban su camino, pero los amigos se sostenían mutuamente, recordando que lo que buscaban era el entendimiento y no el temor.
Las risas y la música de la amistad comenzaron a resonar en el aire. Cuanto más conversaban, más la figura de la sombra se desvanecía, y podían ver los destellos del ser que una vez fue: una joven hermosa atrapada en la noche eterna, buscando amor y compañía.
Finalmente, encontraron el corazón del bosque, donde un lago oscuro y profundo esperaba. La sombra pareció detenerse, su tristeza agudizándose.
—Es aquí donde todo comenzó. Es aquí donde encontraré la paz, pero a un gran costo —dijo, a punto de desmoronarse.
Los tres amigos se miraron, reconociendo que era el momento de actuar.
—No importa el costo, lo enfrentaremos juntos. Cuéntanos cómo podemos ayudarte —dijo Alieth.
—Si cantan mi canción, me recordarán. Deben darle una nueva historia. Esto sacará el veneno que me mantiene atrapada aquí. Pero debe ser sincero, y deben hacerlo juntos.
Sin dudarlo, comenzaron a cantar con sus voces unidas. Era una melodía alegre, divertida, llena de esperanza y de amistad. La sombra, al escuchar su canto, comenzó a transformarse, la figura oscura se desvanecía, dejando atrás una luz cálida.
Finalmente, con un último susurro de agradecimiento, la sombra se disipó en el aire, dejando caer lágrimas de luz que iluminaban la noche. Con cada nota de su canción, comprendieron que el miedo se había desvanecido y que, juntos, habían logrado liberar no solo a la sombra, sino también a sí mismos.
Al regresar al pueblo, se dieron cuenta de que la leyenda de la sombra se había transformado en una nueva historia, una historia de amistad, valentía y redención. Habían enfrentado sus miedos y los habían encontrado sin la oscuridad que tanto temían.
Adreik, Alieth y Eris, ahora estaban unidos por un vínculo más profundo. Habían aprendido que, a veces, las sombras que acechan son el reflejo de aquellos a quienes amamos y que la amistad puede llevarnos a la luz, incluso en la noche eterna.
Así, la historia de la Sombra se convirtió en una leyenda renovada en el pueblo, un cuento que contaban a los niños alrededor de la fogata, recordándoles siempre que los lazos de la amistad pueden iluminar incluso los rincones más oscuros.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.