Park Nam-su era un joven coreano de 18 años, conocido por su imaginación desbordante y su habilidad para crear historias fascinantes en su blog. Cada noche, en su pequeña habitación iluminada por la luz azulada de la pantalla, escribía relatos que atrapaban a muchos lectores. Pero una noche, decidió inventar algo distinto, algo que hiciera temblar a quienes leyeran sus palabras: creó la historia de una «epidemia» de sonrientes, monstruos aterradores que nacían de las emociones humanas más oscuras.
Nam-su escribió con pasión cómo, cuando una persona sentía tristeza, ira o miedo, se transformaba en un ser extraño y perturbador, con una sonrisa alargada que parecía cortar el rostro y unos ojos negros como la noche sin estrellas. La idea le parecía espeluznante pero fascinante a la vez. Justo mientras escribía la última frase, unos gritos desgarradores resonaron desde el apartamento de su vecino, Jimin-Lee, que vivía justo al lado.
—¡Algo pasa! —pensó Nam-su en voz alta, con el corazón latiendo rápido.
Jimin no respondía a sus llamadas. Miró por la mirilla y vio que la puerta estaba entreabierta. Sin pensarlo, abrió la puerta lentamente y entró. Allí, en medio del suelo del estrecho departamento, encontró a Jimin tirado, con los ojos llenos de miedo y temblando como una hoja. Pero lo más aterrador estaba detrás de él: el vecino de Jimin, una figura sombría con esa misma sonrisa alargada y mirada negra que Nam-su había descrito en su historia. Sonreía macabramente, tal cual la había imaginado.
—¡Jimin! —exclamó Nam-su, acercándose con cuidado.
Jimin levantó la mirada, todavía aterrorizado. Su voz salía entrecortada:
—Nom… Nam-su, nos están transformando… esos… esos monstruos son reales. Nos quieren contagiar abrazándonos… y no puedo… no puedo dejar que me abracen.
El miedo invadió a Nam-su, pero también la determinación. A ese instante, la hermana de Nam-su, Kang Ju-Ri, apareció en el pasillo:
—¡Nam-su! ¡¿Dónde estás?! —gritó, preocupada.
Él la llamó rápido y, sin perder tiempo, tomaron a Jimin en brazos para sacarlo de ese lugar antes de que el monstruo sonriente se diera cuenta. Lograron cerrar la puerta justo antes de que esa criatura intentara abrirla. En ese momento, empezó a escucharse un ruido extraño que parecía un aullido mezclado con risas macabras. Todo estaba comenzando.
Desde ese día, la epidemia de los sonrientes se extendió por el vecindario. Era un contagio raro: al sentir tristeza, miedo o ira muy intensos, las personas pasaban a convertirse en monstruos sonrientes. Pero no reaccionaban de inmediato; al principio, trataban de abrazar a otros, como si regalaran un abrazo… un abrazo que llevaba la maldición. Quien recibía ese abrazo, hacía que el monstruo sonriera aún más, y poco a poco, terminaba transformándose también.
Nam-su, Ju-Ri y Jimin comprendieron que debían escapar para evitar ser infectados, pero el ruido, el miedo y la confusión crecían a su alrededor. Fue entonces cuando apareció Choi Ram-su, un chico apuesto, fuerte y astuto, que parecía saber más de lo que decía. Con un carisma natural y una mirada firme, Ram-su les ofreció ayuda.
—No puedo explicar mucho ahora —dijo Ram-su—, pero conozco la forma de protegerse. Él hizo una señal rápida y se adentraron juntos hacia un apartamento vecino para ponerse a salvo. Mientras avanzaban, vieron más personas confundidas, atrapadas entre el miedo, el terror y la transformación. Nam-su recordaba cómo, en sus relatos, el problema crecía cuando las personas perdían la esperanza…
Las calles empezaron a parecer un laberinto de sombras sonrientes, figuras que seguían a sus víctimas con una sonrisa eterna y perturbadora, que parecía anunciar la llegada del fin. Los cuatro amigos, guiados por Choi Ram-su, aprendieron a controlar sus sentimientos para mantener a raya a los monstruos. Ju-Ri, con su sentido común y valentía, mantenía al grupo unido y enfocado.
El grupo cruzó lugares oscuros, edificios abandonados y pasillos que se repetían como un monstruo en sí mismo. Justo cuando pensaban que todo estaba perdido, Ram-su encontró una vieja biblioteca donde se refugiaron unas horas. Allí descubrieron un libro antiguo que hablaba de maldiciones basadas en emociones poderosas y cómo enfrentarlas con valentía y unión.
Jimin, de naturaleza sensible y ahora recuperado parcialmente, leyó en voz alta cómo los monstruos podían ser debilitados si las personas aprendían a controlar sus emociones, a enfrentar su tristeza o ira con valor y a no dejarse dominar por el miedo.
—Esto es —dijo— la clave para acabar con la epidemia.
—Pero no será fácil —advirtió Nam-su—. Estos monstruos nacen de lo que llevamos dentro. Tenemos que ayudarnos, aunque esté difícil.
Al salir de la biblioteca, les esperaba lo más difícil: una horda de monstruos sonrientes bloqueaba la salida. Sus ojos negros parecían absorber toda la luz y su sonrisa se alargaba más y más. El grupo se juntó y, con las palabras de Ram-su y mucha valentía, comenzaron a cantar canciones alegres y a contar chistes para animarse entre ellos.
Poco a poco, algunos monstruos se detuvieron, como si sus almas comenzaran a despertar. Ram-su se adelantó, enfrentando a uno de los monstruos más grandes.
—¡No vais a ganar! —gritó—. Las emociones no nos controlan, nosotras controlamos nuestras emociones.
Rompiendo en una sonrisa sincera, se acercó al monstruo y le dio un abrazo fuerte pero lleno de calma. La sonrisa macabra comenzó a desaparecer, y, para sorpresa de todos, el monstruo se transformó en una persona común y corriente.
Nam-su, Ju-Ri y Jimin entendieron entonces que no se trataba solo de huir o pelear, sino de enfrentar los sentimientos con amor y confianza. La epidemia no era más que el reflejo externo del miedo que había crecido en el corazón de las personas.
Con su ayuda y la unión del grupo, más y más monstruos volvieron a ser humanos. La sonrisa macabra se borró poco a poco y las calles volvieron a llenarse de luz.
Nam-su, con lágrimas en los ojos, comprendió que no solo su imaginación había creado esa historia en el blog; la ciudad entera había vivido esa pesadilla porque olvidó cómo sonreír de verdad.
Desde entonces, Nam-su siguió escribiendo, pero con un mensaje claro: las emociones pueden ser poderosas, pero también podemos aprender a manejarlas, y cuando nos apoyamos los unos a los otros, nada puede convertirse en monstruo.
Así, la epidemia de los sonrientes terminó, y los cuatro amigos se convirtieron en héroes silenciosos, recordándonos que cada sonrisa verdadera nace en el corazón valiente de quienes no temen enfrentar sus miedos.
Y así finaliza esta historia, donde las sonrisas no devoran el alma, sino que la salvan cuando están llenas de esperanza y amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.