Sofía tenía 25 años y un sueño cumplido: acababa de graduarse como psicóloga, siendo la mejor alumna de su clase. Su inteligencia y dedicación la llevaron a comenzar un servicio social en un hospital muy antiguo, un lugar que sus amigos describían como si hubiera sobrevivido a siglos enteros, con paredes que parecían guardar secretos de tiempos olvidados. Allí, junto con sus dos mejores amigos, Ana y Carlos, tendría la tarea de digitalizar viejos expedientes médicos.
Desde que llegó, Sofía sintió una mezcla de emoción y curiosidad. Nunca antes había estado en un lugar tan misterioso. Las paredes del hospital estaban cubiertas de polvo, y la luz apenas penetraba las ventanas antiguas. Ana, que era su amiga desde la universidad, y Carlos, otro compañero de la carrera, la acompañaban día tras día. Los tres trabajaban juntos en una pequeña sala llena de cajas, papeles amarillos y archivadores dobles que crujían cada vez que los abrían.
Una tarde, mientras organizaba los documentos, Sofía encontró algo que llamó su atención: un cajón metálico, casi escondido dentro de un viejo mueble, sin etiqueta ni número de registro. Solo tenía un escrito, hecho a mano con tinta casi borrada por el tiempo: “Casos no concluidos.” Sofía sintió que un escalofrío le recorría la espalda. ¿Qué podrían ser esos casos? ¿Por qué no se habían terminado?
Su curiosidad pudo más que su prudencia. Sacó varios expedientes del cajón y comenzó a leer. Eran historias de pacientes con trastornos psicológicos que, por alguna razón, nunca habían sido atendidos correctamente. Cada expediente tenía detalles extraños: descripciones de síntomas, historias de miedo, y en algunos casos, voces que decían haber escuchado los doctores o los enfermeros. Sofía dedicaba cada tarde a revisar esos papeles, tratando de entender cada caso. Ana y Carlos se reían un poco, pensando que tal vez Sofía se estaba obsesionando demasiado con aquellos expedientes olvidados.
Sin embargo, con el paso de los días, algo inesperado comenzó a sucederle a Sofía. Empezó a experimentar algunas de las cosas que leía en los papeles. Una noche, mientras caminaba sola por un pasillo, juró haber escuchado susurros que nadie más parecía percibir. Un día se sintió tan nerviosa que comenzó a mostrar signos de ansiedad sin razón aparente. Su sonrisa se volvió más nerviosa, y a veces parecía que veía sombras moviéndose a su alrededor.
Ana y Carlos, preocupados, le preguntaban si estaba bien. “Solo son estos papeles, no debería meterme tanto en ellos,” les confesó una tarde. Pero lo extraño era que Sofía no negaba esos cambios; de hecho, decía que creía que eran los espíritus de esos pacientes los que querían hacer sentir su presencia en el hospital. “Ellos están atrapados aquí, y quieren que otros entiendan su sufrimiento,” decía con voz baja.
Una tarde, después de que el sol se había ocultado, Ana, Carlos y Sofía tuvieron un incidente extraño en el área de archivos. Mientras organizaban cajas, un archivador pesado se cayó solo, causando un fuerte ruido que hizo que Ana gritara. Cuando revisaron las cámaras de vigilancia, encontraron algo que los dejó sin palabras: en el video, parecía como si una sombra oscura se moviera silenciosamente entre ellos, y Sofía parecía hablar con alguien invisible mientras sus ojos estaban muy abiertos y su rostro mostraba miedo.
Sofía, al ver el video, se negó a creer lo que había ocurrido. “Ese no soy yo,” dijo, “no entienden, ellos están conmigo. Los casos están vivos en mi mente.” Ana y Carlos intentaron convencerla de buscar ayuda, pero ella seguía negando que estuviera enferma. La situación empeoró: empezó a gritar sin razón en la noche, y a caminar por los pasillos como si hablara con personas que solo ella podía ver.
Pronto, sus amigos y los doctores del hospital decidieron que Sofía necesitaba ayuda médica urgente. Fue internada en el hospital psiquiátrico cercano. Allí, los médicos intentaron tratarla, pero nada parecía funcionar. Sofía seguía insistiendo en que los espíritus de aquellos casos no concluidos la visitaban y que ella debía ayudarlos para que descansaran. Sus palabras se mezclaban con gritos y silencios profundos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.