Cuentos de Valores

Al otro lado de la bata blanca

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Isabel era una niña de once años con una curiosidad insaciable. Desde pequeña, le había fascinado aprender sobre el mundo que la rodeaba. Su habitación estaba llena de libros sobre animales, planetas, y hasta tenía una colección de mariposas que ella misma había recolectado en su jardín. Sin embargo, lo que más la intrigaba era la figura del médico de su pueblo, el Dr. Fernández, conocido por todos como el doctor de la bata blanca.

El Dr. Fernández era un hombre bondadoso, siempre con una sonrisa en el rostro y una palabra amable para todos. Isabel lo veía a menudo caminando por el parque, donde saludaba a los niños y les preguntaba cómo estaban. Algunas veces, los niños se atrevían a contarle sus pequeñas dolencias, y él siempre sabía cómo aliviarlas con un chiste o un consejo. Isabel soñaba con ser médico algún día y ayudar a los demás como lo hacía el Dr. Fernández. Pero había un misterio que la mantenía despierta por las noches: ¿Qué pasaba realmente al otro lado de la bata blanca?

Un día, mientras jugaba en el parque con su amiga Clara, Isabel decidió que debía averiguarlo. Clara, que era un poco más tímida, la miró con preocupación. «Isabel, no deberíamos meternos en los asuntos de los adultos», le advirtió. Pero Isabel, con su espíritu aventurero, respondió: «Pero Clara, si no lo intentamos, nunca lo sabremos. ¿No te gustaría entender cómo se cura a la gente?»

Clara, viendo la determinación en los ojos de su amiga, finalmente cedió. «Está bien, lo haremos. Pero solo un vistazo, ¿de acuerdo?»

Con mucho cuidado, ambas niñas decidieron esperar a que el Dr. Fernández saliera de su consultorio. Cuando él salió, las niñas lo siguieron a una distancia segura, intrigadas por adentrarse en el misterioso mundo de la medicina. El doctor se dirigió a la casa de la señora Gómez, una anciana que a menudo las saludaba en el parque.

Isabel y Clara, curiosas como eran, decidieron esconderse detrás de un árbol cercano mientras el Dr. Fernández tocaba la puerta. Para su sorpresa, la señora Gómez les abrió y las invitó a pasar. De repente, las niñas se dieron cuenta de que no habían pensado en una forma de salir de su escondite. Justo cuando pensaban en hacerlo, el doctor entró, y ellas no tuvieron más opción que seguirlo.

Dentro, el Dr. Fernández examinaron con mucha atención a la señora Gómez, que estaba sentada en una sillita junto a la ventana. Isabel y Clara se asomaron un poco más, tratando de escuchar lo que decían. “Siento que mi garganta me duele, doctor”, dijo la señora Gómez con voz temblorosa. El doctor se acercó a ella y, con esos gestos tan tranquilos y seguros que les había visto tantas veces, le dijo: “No te preocupes, doña Gómez, eso se puede arreglar fácilmente con un poco de medicina”.

Las niñas se miraron, fascinadas. Pronto, el Dr. Fernández sacó de su maletín un pequeño frasco con un líquido de color miel. “Aquí tienes, tómate esto tres veces al día y verás cómo te sientes mejor”, le dijo mientras le ofrecía el frasco.

Isabel sentía una mezcla de curiosidad y asombro. Quería aprender más: ¿De dónde venía esa medicina? ¿Cómo podía hacer que las personas se sintieran mejor? Justo cuando estaba a punto de intervenir y hacer una pregunta, Clara le tomó la mano y le susurró: “Si nos descubren, nos van a regañar”.

De repente, se escuchó otro sonido. Era un ladrido amistoso; era Max, el perrito de la señora Gómez. Había estado esperando en el jardín y, al ver a Isabel y Clara, empezó a hacer ruido. La señora Gómez se dio cuenta y miró por la ventana. “¿Quién está ahí?”, preguntó con voz cariñosa.

Descubiertas, Isabel y Clara no pudieron hacer más que salir de su escondite. Ambas niñas se acercaron con un poco de vergüenza. “Lo siento, señora Gómez, solo queríamos ver cómo ayudaba el Dr. Fernández”, dijo Isabel con sinceridad.

La señora Gómez sonrió y, a la vez que acariciaba a Max, le dijo: “No hay problema, niñas. Es natural que tengan curiosidad. El Dr. Fernández no solo cura cuerpos; también cura corazones con sus palabras e inspiraciones”.

Isabel se sintió inspirada. “¿De verdad? ¿Cómo lo hace?”, preguntó.

Justo en ese momento, el Dr. Fernández salió del consultorio con una sonrisa. “Ah, veo que nuestras pequeñas aventureras nos han encontrado. No hay nada de malo en la curiosidad, pero a veces, el conocer un poco más acerca de lo que hacemos puede ayudar a eliminar los miedos”.

Isabel, emocionada, preguntó: “¿Puedo ayudar de alguna manera?”. El Dr. Fernández se inclinó un poco hacia ella, mirándola a los ojos. “Claro, Isabel. Puedes empezar por aprender a escuchar. Escuchar es una parte fundamental de ser médico. La gente no solo viene a nosotros para que les curemos el cuerpo, a veces solo necesitan ser escuchados”.

Esa respuesta iluminó a Isabel. A partir de ese día, comenzó a acompañar al Dr. Fernández y a la señora Gómez en sus visitas, escuchando las historias de cada paciente que se encontraba y aprendiendo sobre cómo el cuidado y la atención podían hacer tanto por una persona.

Pasaron los meses y, una tarde, Isabel se dio cuenta de que su curiosidad no solo la había llevado a descubrir cómo se cuidaban los cuerpos, sino también las emociones de las personas. Aprendió que cada historia era única y, a veces, una simple escucha podía hacer que alguien se sintiera mucho mejor.

Al volver a casa, Isabel finalmente entendió qué había al otro lado de la bata blanca: un mundo de cuidado, respeto y amor hacia los demás. Así, con el corazón lleno de nuevos deseos, decidió que quería ser médico, no solo para curar cuerpos, sino para escuchar y ayudar a otros a sanar sus corazones.

La conclusión era clara: a veces, la curiosidad puede llevarnos a explorar lugares maravillosos, donde aprendemos que los valores de la empatía y la bondad son esencialmente los que construyen puentes entre las personas y hacen del mundo un lugar mejor.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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