Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes praderas, un niño llamado Andrés. Él era un niño amable, generoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Aunque solo tenía seis años, Andrés comprendía muy bien los valores que hacían a las personas buenas: el respeto, la unión, la paz, el amor y la solidaridad.
Un día, mientras paseaba por el campo, Andrés se dio cuenta de algo muy extraño. En el jardín cerca de su casa, las flores ya no florecían como antes. Las mariposas ya no revoloteaban entre los pétalos, y el aire ya no olía a frescura y vida. Se sintió triste al ver cómo su jardín se iba marchitando poco a poco, y decidió hacer algo al respecto.
—¿Qué puedo hacer para que todo vuelva a ser como antes? —se preguntó Andrés, tocando con suavidad una flor marchita.
Entonces, una pequeña voz se escuchó detrás de él.
—¡Hola, Andrés!
Andrés se giró rápidamente y vio a su amigo, un perrito llamado Sol. Sol siempre había sido su compañero fiel, y le gustaba correr por los campos con él. Pero esa vez, Sol no parecía tan alegre como siempre.
—¿Qué pasa, Sol? —preguntó Andrés, preocupado por su amigo.
—El jardín está triste porque ya no hay respeto ni paz en él. Las flores se sienten solas, y las mariposas se han ido porque no hay unidad entre los seres de la naturaleza —respondió Sol con su vocecita suave.
Andrés se quedó pensativo. Nunca había escuchado algo como eso. Pero sabía que, si había algo que podía hacer, era ayudar a su jardín a volver a ser feliz.
—Voy a traer paz, amor y unión —dijo Andrés decidido.
Andrés comenzó a caminar por el jardín, tocando cada flor con mucho cuidado. Mientras caminaba, vio a unos conejos que saltaban cerca, pero no se acercaban mucho a las flores. Entonces, se agachó y les habló con dulzura.
—Queridos conejitos, ¿por qué no jugáis con las flores? Ellas están tristes y necesitan compañía.
Los conejos miraron a Andrés y luego a las flores. Poco a poco, se acercaron y comenzaron a saltar entre los pétalos, haciendo que el jardín pareciera un lugar mucho más alegre.
Luego, Andrés se dio cuenta de que un grupo de pájaros no cantaba en los árboles cercanos, como solían hacerlo siempre. Se acercó a ellos y les dijo:
—Pájaros, el jardín necesita de su canto. Las flores y los conejos no pueden estar felices sin ustedes. La paz solo llega cuando todos estamos juntos.
Los pájaros, al escuchar las palabras de Andrés, empezaron a cantar suavemente. Sus melodías llenaron el aire, y el jardín comenzó a llenarse de vida.
Andrés no quería detenerse allí. Pensó que, si podía hacer que todos trabajaran juntos, el jardín volvería a ser tan hermoso como antes. Así que buscó a otros animales y les pidió su ayuda. Unos zorros que corrían por el bosque se unieron, y también los ratones que vivían bajo los árboles. Todos se reunieron en el jardín de Andrés, y todos, sin dudarlo, comenzaron a trabajar juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.