Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de colores y risas, un niño llamado Mateo. Mateo era un niño muy especial. Tenía un corazón grande y siempre estaba listo para ayudar a los demás. Su risa era contagiosa, y a todos les encantaba jugar con él. En su casa, Mateo vivía con su mamá y su papá. Cada año, durante la época de Navidad, Mateo esperaba con mucha ilusión la visita de su madrina, que vivía en una ciudad lejana.
La madrina de Mateo era una mujer maravillosa, llena de amor y alegría. Siempre traía regalos, pero lo más bonito de su visita era el tiempo que pasaban juntos. Mateo y su madrina disfrutaban de contar historias, decorar el árbol de Navidad y hornear galletas que llenaban la casa de un olor dulce y acogedor. Pero este año, algo especial iba a suceder.
Cuando llegó la Navidad, Mateo miraba a través de la ventana con la esperanza de ver a su madrina llegar. Sin embargo, la niebla era muy densa y no se veía nada en la carretera. «Oh, ¿por qué no puede llegar ya?», pensaba Mateo, un poco triste. Su mamá le puso una mano en el hombro y le dijo: «A veces, las cosas no salen como queremos, pero eso no significa que no podamos celebrar juntos».
Mateo sonrió, y aunque extrañaba a su madrina, decidió que haría lo mejor que pudiera para pasarla bien. Esa tarde, después de preparar todo lo necesario para la cena de Nochebuena, Mateo escuchó un pequeño golpe en la puerta. Pensando que era su madrina, corrió hacia ella, pero en lugar de su madrina, encontró a un pequeño perrito muy triste. «¡Hola, pequeño! ¿Qué haces solo aquí?», preguntó Mateo, acariciando al perrito con suavidad.
El perrito movió la cola con alegría al recibir la caricia, y Mateo vio que tenía una pequeña placa en su collar que decía «Nube». «Parece que te has perdido, Nube», dijo Mateo, con un tono tierno. En ese momento, decidió que debía ayudarlo. «Ven, te llevaré a casa», le dijo mientras abría la puerta.
Mateo y Nube salieron al jardín. La nieve cubría todo con un manto blanco y brillante, y los copos de nieve caían suavemente desde el cielo. Mateo y Nube hicieron un pequeño muñeco de nieve y se divirtieron jugando en la nieve. Mientras estaban allí, Mateo no podía dejar de pensar en su madrina. «Si solo mi madrina estuviera aquí, esto sería perfecto», suspiró Mateo.
De repente, escucharon un ruido a lo lejos. Era una melodía melodiosa que resonaba entre las montañas. «¿Qué es eso?», preguntó Mateo emocionado. Juntos, corrieron hacia el sonido que provenía de un claro en el bosque. Cuando llegaron, se encontraron con una escena mágica. Un grupo de duendes estaba bailando y cantando alrededor de un gran árbol iluminado con luces brillantes y coloridas.
«¡Hola! Bienvenidos a nuestra fiesta de Navidad», gritó uno de los duendes con una gran sonrisa. Era pequeño y tenía un gorro verde que parecía muy divertido. «Soy Tico, y estamos celebrando la Navidad aquí en el bosque. ¿Les gustaría unirse a nosotros?» Mateo miró a Nube y luego a los duendes, y con una gran sonrisa asintió. «¡Sí, claro!»
Tico llevó a Mateo y a Nube hasta el centro de la fiesta. Allí había otros duendes, todos bailando al ritmo de la música. Mateo nunca había visto algo tan divertido. Se unió a ellos, riendo y disfrutando, mientras Nube saltaba de emoción y movía su cola con alegría.
Mientras todos bailaban, Mateo se sintió muy feliz, pero también empezó a pensar en su madrina. «Si solo pudiera compartir esto con ella», pensó. Pero esos pensamientos no lo detuvieron; siguió disfrutando el momento como nunca antes.
Después de un rato de baile y risas, Tico se acercó a Mateo y le dijo: «¿Sabes? La Navidad no se trata solo de los regalos y las fiestas, sino de compartir momentos con quienes queremos y ayudar a los que más lo necesitan». Mateo sonrió, sintiendo que esas palabras eran muy verdad. «¡Tienes razón! Yo quiero que todos sean felices en esta Navidad», respondió.
Fue entonces cuando Tico tuvo una idea brillante. «Podemos hacer algo especial. ¿Qué te parece si los duendes y tú ayudamos a encontrar a tu madrina? Seguramente ella está buscando una manera de llegar aquí. Juntos podríamos buscarla y brindarle alegría en esta Navidad». Mateo se sintió lleno de esperanza. «¡Sí, hagámoslo!» exclamó.
Los duendes comenzaron a preparar todo lo que necesitarían para el viaje, llenando sus pequeñas mochilas con galletas y dulces, así como un gran lazo rojo. “Este lazo nos ayudará a encontrar la dirección de tu casa”, explicó Tico. “Sólo debemos seguir el camino que nos lleve a tu corazón”. Mateo estaba emocionado mientras todos se preparaban para la aventura.
Juntos, comenzaron a caminar por el bosque cubierto de nieve bajo la luz de la luna. La brisa fresca les daba energía y cada paso que daban los acercaba más a su objetivo. Mientras caminaban, Mateo compartía historias sobre su madrina. «Le encanta contar cuentos antes de dormir», decía, «y siempre trae caramelos de miel». Los duendes escuchaban atentos, riendo y aplaudiendo de alegría.
Después de un tiempo, llegaron a un cruce de caminos. Un camino llevaba hacia el norte, donde las luces brillaban con intensidad, y el otro hacia el sur, que era más oscuro y misterioso. «¿Cuál deberíamos seguir?», preguntó Mateo. «Sigamos el camino de la luz», sugirió uno de los duendes. «Siempre es bueno buscar la alegría».
Entonces, todos juntos tomaron el camino del norte. Mientras caminaban, la música de la fiesta de los duendes seguía resonando en el aire, y el ambiente se sentía cálido y divertido.
Finalmente, después de lo que les pareció una eternidad, Mateo vio una figura amigable a lo lejos. Era su madrina, que parecía estar buscando algo. «¡Madrina!», gritó Mateo y comenzó a correr. Fue un momento maravilloso. Cuando su madrina lo vio, su rostro se iluminó de alegría. «¡Mateo!», exclamó, corriendo hacia él. Se abrazaron con fuerza, llenos de amor y felicidad.
«¡Yo también te he extrañado tanto!», dijo la madrina, mirando a Mateo y después a Tico y los otros duendes que esperaban entusiasmados. «¿Qué hacen ustedes aquí?», preguntó, sorprendida y alegre.
«Nosotros te hemos estado buscando para traerte de vuelta a la fiesta», dijo Tico con su voz alegre. «Queremos que celebres la Navidad con nosotros». La madrina sonrió. «¡Qué idea tan maravillosa! Nunca imaginé que encontraría a todos ustedes aquí».
Juntos, regresaron a la fiesta en el bosque. Mateo estaba tan feliz. Ahora, no solo tenía a su madrina con él, sino que también había hecho nuevos amigos. Todos comenzaron a compartir historias, a bailar y a reír juntos. Las luces brillaban, la música sonaba y el amor llenaba el aire.
Mientras todos disfrutaban, Mateo se dio cuenta de algo importante: la Navidad no solo eran regalos, ni siquiera grandes fiestas. Era el amor, la amistad y la consideración que tenías por los demás lo que realmente importaba. Y así, rodeado de todos aquellos que amaba, Mateo entendió el verdadero valor de la Navidad.
Cuando el sol empezó a ponerse, todos comenzaron a cantar villancicos. La voz de la madrina se unió a las de los duendes y de Mateo, creando armonía en la noche. Y, en ese momento brillante, Mateo pudo ver cómo el cielo se llenaba de estrellas, cada una de las cuales parecían cantar con ellos.
La noche continuó llena de alegría. Todos compartieron galletas y dulces, y contaron historias hasta que el cansancio fue llegando. Mateo miró a su alrededor y vio la felicidad en los rostros de su madrina, de Nube y de los duendes. Su corazón estaba contento, lleno de amor y alegría.
Cuando llegó el momento de despedirse, Mateo abrazó a su madrina muy fuerte y le dijo: «Nunca olvides lo feliz que me has hecho esta noche. Te quiero mucho». Ella acarició su cabeza y le respondió: «Y yo a ti, querido Mateo. La Navidad siempre será especial cuando estemos juntos».
Los duendes los despidieron con dulces y luces brillantes. Mientras Mateo y su madrina regresaban a casa, se sentía lleno de valor y amor, pensando que siempre podría encontrar el camino hacia las personas que amaba, no importa la distancia que lo separase de ellas.
Esa fue una Navidad que Mateo nunca olvidaría, llena de aventuras, amistades inesperadas y grandes aprendizajes. Y así, con el corazón rebosante de felicidad, Mateo sabía que el verdadero espíritu de la Navidad vivía dentro de cada uno de ellos, dondequiera que fuesen.
Cuando llegaron a casa, Mateo miró a Nube y le sonrió. «Gracias por ser mi amigo, Nube», le dijo. El perrito ladró alegremente, moviendo la cola. Estaba feliz de haber encontrado no solo un gran amigo, sino una familia que lo quería. Y a partir de esa noche, la magia de la Navidad siempre estaría con ellos, en cada rincón de su hogar y en cada latido de su corazón.
Y así, Mateo aprendió que el amor y la amistad son los mejores regalos que se pueden recibir y dar. La verdadera Navidad no estaba en los regalos, sino en los momentos compartidos con aquellos a quienes queremos.
Y así, todos, incluyendo a Mateo, a su madrina, a Nube y a los duendes, vivieron felices por siempre, recordando que cada día puede ser un bello cuento lleno de valores, amor y amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.