En el pequeño pueblo de La Esperanza, había una escuela llamada Juan Bosch, donde todos los niños aprendían y jugaban juntos. Entre ellos, había cuatro amigos inseparables: Ana, Clara, Pedro y un nuevo compañero llamado Lucas. Ana era curiosa y siempre hacía preguntas sobre el mundo que la rodeaba. Clara era muy creativa: le encantaba dibujar y contar historias. Pedro, el más aventurero del grupo, soñaba con ser explorador. Y Lucas, el último en unirse al grupo, tenía una gran pasión por la tecnología.
Un día, mientras jugaban en el patio de la escuela, Ana les propuso un reto. “¿Qué les parece si hacemos un proyecto sobre la tecnología y la curiosidad? Podríamos crear algo que ayude a los demás”, sugirió con una gran sonrisa. Clara se emocionó. “¡Eso suena genial! Podríamos inventar una máquina que responda preguntas sobre el mundo”, dijo mientras dibujaba un boceto en su cuaderno. Pedro, siempre entusiasta, añadió: “¡Sí! Podríamos llamarla ‘La Máquina Curiosa’. ¿Creen que lo lograríamos?”. Lucas, que estaba un poco más pensativo, respondió: “Claro, pero necesitaríamos materiales y, tal vez, ayuda de algunos adultos”.
Así que el grupo decidió hablar con su maestra, la señora Margarita, quien siempre apoyaba sus ideas. Cuando le contaron sobre su proyecto, ella sonrió y les dijo: “Me parece una idea maravillosa. Pero recuerda, lo más importante no es solo crear algo, sino trabajar en equipo y aprender juntos en el camino”. Los niños asintieron, emocionados por el apoyo de su maestra.
Al día siguiente, se pusieron manos a la obra. Ana comenzó a investigar sobre la curiosidad y cómo se podía estimular en los demás. Clara pintaba carteles que describían la máquina. Pedro se encargaba de la parte logística, buscando materiales y organizando las tareas. Lucas, por su parte, se sumergió en el mundo de la programación, intentando hacer que la máquina respondiera de manera inteligente a las preguntas.
Pasaron varias semanas y, aunque había días en que se sentían frustrados, sobre todo Lucas, que se encontraba con errores en su programación, no se daban por vencidos. Aprendieron a comunicarse mejor y a escuchar las ideas de cada uno, dándose cuenta de que cada uno tenía habilidades valiosas. Por ejemplo, cuando Lucas no podía hacer que la máquina funcionara, Ana le recordó que siempre es útil pedir ayuda. “¿Por qué no le preguntas a tu papá o a algún adulto que sepa de computadoras?”, sugirió.
Así fue como Lucas decidió hablar con su papá, quien resultó ser un experto en tecnología. Su padre le dio algunos consejos y, después de un par de días trabajando juntos, Lucas logró que ‘La Máquina Curiosa’ comenzara a funcionar correctamente. El grupo estaba emocionado. Cada día, estos amigos se reunían después de la escuela para seguir trabajando. Sin embargo, una tarde, un problema inesperado surgió. Mientras probaban la máquina, un error apareció y todas las respuestas que daba eran equivocadas. Ana, Clara, Pedro y Lucas se miraron unos a otros, preocupados.
“Quizás deberíamos rendirnos”, dijo Pedro con desánimo. “Hemos trabajado mucho y todavía no funciona”. Sin embargo, Clara, siempre optimista, replicó: “No podemos rendirnos ahora. Hemos aprendido tanto en este proceso. ¡Lo mejor que podemos hacer es intentarlo una vez más!”. Acordaron tomar un pequeño descanso y luego analizar juntos cuál podría ser el problema. A medida que lo hacían, Ana tuvo una idea brillante. “¿Y si hacemos una lluvia de ideas sobre lo que hemos aprendido y probamos diferentes enfoques?”.
Así, juntos, empezaron a anotar las posibles soluciones, combinando sus ideas y sugerencias. Después de varias pruebas y correcciones, la máquina comenzó a dar respuestas correctas. Pronto, los niños decidieron que era el momento de presentar su proyecto al colegio. Para ello, organizaron una pequeña feria de ciencias donde todos los estudiantes podrían interactuar con ‘La Máquina Curiosa’.
El día de la exhibición llegó y el ambiente estaba lleno de emoción. Todos los niños mostraban sus proyectos y muchos se acercaban a la mesa de Ana, Clara, Pedro y Lucas. El Jurado, compuesto por maestros y algunos padres, fue a visitar su stand. Los niños explicaron con entusiasmo cómo habían trabajado juntos y lo que habían aprendido sobre la curiosidad y la importancia de la tecnología. La máquina respondió preguntas sobre animales, planetas e historias divertidas. El Jurado aplaudió y se mostró muy impresionado.
Cuando llegó el momento de los resultados, los cuatro amigos estaban nerviosos. Cuando el Jurado anunció que ‘La Máquina Curiosa’ había ganado el primer lugar, saltaron de alegría. Pero, más allá del premio, lo que realmente valoraban era la experiencia de trabajar juntos. Aprendieron que la curiosidad es como una llave que abre la puerta al conocimiento y que, al unir fuerzas, podían superar cualquier obstáculo.
Esa misma tarde, los cuatro amigos se reunieron en su rincón favorito del patio y reflexionaron sobre lo que habían vivido. Ana dijo: “Estoy feliz de que no nos rendimos. Aprendimos mucho más que solo sobre tecnología”. Clara añadió: “Sí, aprendimos a confiar en nosotros mismos y en los otros. La amistad es lo más importante”. Pedro dejó escapar una sonrisa y puso en la mesa una hoja que decía: “Cada uno de nosotros, con nuestras diferencias, hace que nuestro equipo sea más fuerte”. Lucas, con una mirada satisfecha, concluyó: “Y lo más valioso de todo es que juntos descubrimos horizontes que nunca imaginamos”.
Y así, esos cuatro amigos siguieron viviendo aventuras, siempre explorando, creando y aprendiendo en la escuela Juan Bosch, recordando que la curiosidad no solo es un valor, sino un motor que los impulsará a seguir descubriendo el maravilloso mundo que les rodea.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.