En una escuela grande y llena de niños felices, había un chico llamado Marcos. Marcos era conocido por todos los niños del colegio, pero no por buenas razones. Siempre andaba buscando a alguien para molestar. Era más grande y fuerte que muchos de sus compañeros, y a menudo se aprovechaba de eso. Le gustaba hacer bromas pesadas y empujar a los demás. Lo que más le gustaba era molestar a Javier, un niño tímido que siempre estaba solo.
Javier era un chico callado y amable. Siempre intentaba ser educado con los demás, pero era muy tímido y no le gustaba llamar la atención. Llevaba su mochila bien organizada y siempre hacía sus tareas a tiempo. A pesar de ser un buen estudiante, Javier se sentía triste porque, cada vez que Marcos lo veía, lo llamaba por apodos feos o lo empujaba frente a los otros niños. Nadie parecía querer ayudarlo, y eso hacía que Javier se sintiera más solo.
Un día, después de otra broma pesada de Marcos, Javier llegó a su casa con lágrimas en los ojos. No entendía por qué Marcos lo trataba tan mal. Él no había hecho nada malo, y sin embargo, parecía que todo lo que hacía le daba a Marcos una nueva razón para molestarlo. “Ojalá pudiera desaparecer”, pensaba Javier en esos momentos oscuros.
Pero la vida siguió su curso. Los años pasaron, y tanto Javier como Marcos crecieron. Cuando terminaron la escuela, ya no se vieron tan seguido, pero lo que Marcos había hecho dejó una marca profunda en Javier. Con el tiempo, Javier dejó de ser el chico tímido de la escuela, pero las cicatrices emocionales que el bullying le había dejado seguían presentes.
Marcos, por su parte, tampoco siguió siendo el mismo. Al principio, no pensaba mucho en lo que había hecho durante sus años escolares. Pero un día, al ver a alguien siendo maltratado en la calle, algo cambió en él. Recordó a Javier, el chico al que tanto había molestado, y por primera vez, sintió una profunda vergüenza. Recordó todas las veces que había hecho llorar a Javier, todas las veces que había sido cruel sin razón.
Marcos no podía borrar lo que había hecho en el pasado, pero sabía que tenía que hacer algo al respecto. No podía cambiar lo que Javier había sufrido por su culpa, pero sí podía evitar que otros pasaran por lo mismo.
Un día, decidió buscar a Javier. No fue fácil, pero finalmente lo encontró en un parque. Javier estaba sentado en una banca, leyendo un libro. Parecía tranquilo, pero había algo en sus ojos que le recordó al niño triste que solía molestar.
Con el corazón acelerado, Marcos se acercó. «Hola, Javier», dijo con una voz suave.
Javier levantó la vista, sorprendido. No había visto a Marcos en años. «Hola», respondió, sin saber qué esperar.
Marcos se sentó a su lado, sintiendo un nudo en la garganta. «Quería hablar contigo… sobre lo que pasó en la escuela.»
Javier lo miró, confundido. «¿Qué quieres decir?»
Marcos tomó aire. «Fui muy cruel contigo. Te molesté sin razón. Te hice daño, y ahora lo veo. Lo siento mucho.»
Javier guardó silencio por un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. No esperaba una disculpa, especialmente después de tantos años. «¿Por qué ahora?» preguntó finalmente.
Marcos bajó la mirada. «He estado pensando mucho en lo que hice. No puedo cambiar el pasado, pero quiero hacer algo para que lo que te pasó no le pase a otros.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.