Cuentos de Valores

El Camino a la Santidad

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un soleado día de primavera, en el patio de la escuela de los colegios guadalpanos plancartinos, se encontraba un grupo de niños jugando y riendo. Entre ellos estaban Paco y María, dos amigos inseparables que disfrutaban de cada momento juntos. Mientras corrían y jugaban, sus risas resonaban en el aire fresco, llenando el patio de alegría. Pero aquel día había algo especial en la escuela.

De repente, José Antonio Plancarte, el fundador de la escuela, y M. Myriam, una amable mujer de la congregación Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, llegaron para hablar con los niños. Los dos eran figuras muy queridas en la escuela, y todos los niños los miraron con curiosidad. “¡Hola, niños!”, saludó José Antonio con una gran sonrisa. “Hoy queremos hablarles sobre algo muy importante: el camino hacia la santidad.”

Paco y María se miraron, intrigados. “¿Santidad? ¿Qué es eso?”, preguntó María, con sus ojos grandes llenos de curiosidad. “La santidad es un camino que todos podemos seguir, lleno de amor, bondad y valores que nos hacen mejores personas”, explicó M. Myriam suavemente. “Es como un viaje que nunca termina y que nos lleva a ser más generosos y amables con los demás”.

José Antonio continuó, “Para llegar a ser santos, primero debemos aprender a ser buenos amigos y ayudar a quienes nos rodean. Cada pequeño gesto cuenta. A veces, ser amable significa compartir un juguete o ayudar a alguien que lo necesita”. Paco, siempre lleno de energía, levantó la mano y preguntó: “¿Pero cómo podemos hacer eso en nuestra vida diaria?”.

M. Myriam sonrió y dijo: “Gran pregunta, Paco. Puedes comenzar con cosas sencillas. Por ejemplo, si ves a alguien triste, puedes acercarte y preguntarles si están bien. O si un amigo se siente solo, puedes invitarlo a jugar contigo. Pequeñas acciones pueden hacer una gran diferencia”.

Los niños escuchaban atentamente, imaginando todas las formas en que podían ser amables y ayudar a los demás. José Antonio se inclinó un poco hacia ellos y agregó: “También es importante aprender a perdonar. A veces, las personas cometen errores. Cuando perdonamos, estamos mostrando amor y comprensión, y eso nos acerca más a la santidad”.

María pensó en lo que José Antonio decía. Recordó una vez que tuvo una pelea con Paco por un juguete. “¡Yo no quería pelear!”, pensó. “¡Debí perdonarlo!” Levantó la mano, y con un brillo en sus ojos, dijo: “¡Prometo que intentaré perdonar más y ser una mejor amiga!”.

“Eso es maravilloso, María”, respondió M. Myriam. “Cada vez que elijamos el amor sobre la ira, estamos un paso más cerca de ser santos. Recuerden, todos podemos hacer el bien y ser un ejemplo para otros”.

Los niños comenzaron a compartir ideas sobre cómo podrían ayudar a los demás en su escuela. Paco dijo: “Podemos hacer un cartel que diga ‘Ayuda a tu amigo’ y colgarlo en el aula”. “¡Sí! Y también podemos hacer una ‘semana de la amabilidad’ donde cada día hagamos algo bueno”, sugirió María entusiasmada.

José Antonio y M. Myriam miraron a los niños con orgullo. “¡Eso es exactamente lo que queremos escuchar! ¡Las buenas ideas comienzan aquí, en su corazón!”, exclamó José Antonio. “Cada acción amable, cada perdón, es un ladrillo que construye el camino hacia la santidad. Ustedes están haciendo un gran trabajo al pensar en los demás”.

A medida que el sol comenzaba a bajar, José Antonio y M. Myriam decidieron llevar a los niños a la fuente en el centro del patio. Allí, el agua burbujeaba alegremente y brillaba bajo la luz del sol. “Esta fuente representa la vida y el amor”, dijo M. Myriam. “Así como el agua fluye, el amor y la bondad también deben fluir de nosotros hacia los demás”.

Los niños se acercaron a la fuente y vieron cómo el agua chisporroteaba. José Antonio les dijo que podían hacer una pequeña promesa al agua. “Pueden hacer un deseo o prometer que tratarán de ser amables y seguir el camino hacia la santidad”. María cerró los ojos y dijo en voz baja: “Prometo ser una buena amiga”. Paco, con una gran sonrisa, añadió: “Y prometo ayudar a los demás siempre que pueda”.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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