En un pequeño y pintoresco pueblo rodeado de verdes colinas y campos de flores, vivían tres grandes amigos: Suga, Jungkook y Duki. Suga era un hombre mayor y sabio, conocido por su gran conocimiento y su corazón generoso. Jungkook era un niño lleno de curiosidad y energía, siempre dispuesto a aprender algo nuevo. Duki, su perro fiel, era juguetón y siempre estaba a su lado, moviendo la cola con entusiasmo.
Un día, mientras el sol brillaba y el cielo estaba despejado, Suga decidió reunir a Jungkook y Duki bajo el gran árbol en el centro del pueblo. Había algo importante que quería enseñarles. Con una sonrisa amable, Suga se sentó en una gran roca mientras Jungkook y Duki se acomodaban a su lado.
—Hoy quiero contarles una historia —comenzó Suga—. Es una historia sobre la ofensa y la reflexión, y espero que aprendan una valiosa lección de ella.
Jungkook, con los ojos llenos de expectación, se inclinó hacia adelante para no perderse ni una palabra. Duki, aunque no entendía todo, sintió la importancia del momento y se tumbó tranquilamente al lado de Jungkook.
—Hace muchos años —empezó Suga—, en un pueblo similar al nuestro, vivían dos amigos llamados Tomás y Carlos. Eran inseparables, siempre juntos, compartiendo risas y aventuras. Un día, durante un desacuerdo tonto, Tomás dijo algo hiriente a Carlos. En lugar de disculparse, Tomás siguió adelante sin pensar en el daño que había causado.
Jungkook asintió, comprendiendo lo que Suga quería decir. A veces, las palabras podían doler más que cualquier otra cosa.
—Carlos, muy herido por las palabras de su amigo, decidió hablar con un sabio anciano del pueblo —continuó Suga—. El anciano escuchó pacientemente y luego le dio una bolsa llena de clavos y un martillo. ‘Cada vez que sientas dolor por las palabras de Tomás’, le dijo, ‘clava un clavo en la cerca que rodea tu casa’.
Carlos hizo lo que le dijo el anciano. Cada vez que recordaba las palabras hirientes, clavaba un clavo en la cerca. Con el tiempo, la cerca estuvo llena de clavos, lo que mostraba cuánto había sufrido.
—Después de un tiempo —dijo Suga, mientras miraba a Jungkook—, Carlos decidió que ya no quería sentir más dolor. Volvió con el anciano y le contó que había clavado todos los clavos. El anciano sonrió y le dijo: ‘Ahora, quita un clavo por cada vez que perdones a Tomás por sus palabras’.
Jungkook miró a Suga con los ojos muy abiertos. Nunca había pensado en el poder del perdón de esa manera.
—Carlos empezó a quitar los clavos uno por uno —continuó Suga—. Fue un proceso lento, pero con cada clavo que quitaba, sentía menos dolor y más paz. Finalmente, todos los clavos desaparecieron. El anciano lo llevó a la cerca y le dijo: ‘Mira, los clavos se han ido, pero las marcas permanecen. Así es con las palabras. Puedes perdonar, pero las cicatrices de las palabras hirientes a veces quedan’.
Jungkook se quedó en silencio, reflexionando sobre la historia. Duki, sintiendo la seriedad del momento, se acurrucó más cerca de su amigo humano.
—La lección aquí —dijo Suga con suavidad— es que debemos ser cuidadosos con nuestras palabras. Pueden dejar cicatrices que nunca desaparecen. Pero también debemos aprender a perdonar, porque el perdón es el primer paso para sanar esas cicatrices.
Jungkook asintió lentamente. Prometió a sí mismo ser más cuidadoso con sus palabras y también estar dispuesto a perdonar cuando alguien le hiciera daño.
El tiempo pasó y Jungkook creció, llevando consigo las lecciones aprendidas de Suga. A medida que compartía sus propias aventuras con sus amigos y, a veces, se encontraba en desacuerdos, recordaba la historia de Carlos y los clavos. Se esforzaba por ser amable y considerado, y siempre estaba dispuesto a perdonar.
Suga, con su sabiduría y bondad, había sembrado en Jungkook y en Duki la importancia de los valores, el poder de las palabras y la necesidad del perdón. Y así, el pequeño pueblo siguió siendo un lugar de paz y armonía, gracias a las valiosas lecciones impartidas bajo el viejo árbol.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.