Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y ríos cantarines, cuatro amigos inseparables: Juan, Pedro, Ana y María. Ellos siempre jugaban juntos después de la escuela y disfrutaban de aventuras en el bosque que estaba cerca de su casa. Cada día era una nueva oportunidad para explorar y aprender, pero un día sucedió algo extraordinario que cambiaría su forma de ver el mundo.
Era una mañana radiante, y los cuatro amigos decidieron aventurarse más lejos que nunca. Mientras caminaban, se encontraron con un hermoso arcoíris que surgía después de una lluvia ligera. Decidieron seguirlo, pensando que tal vez al final del arcoíris encontrarían un tesoro mágico. Saltando y riendo, se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, comenzaron a discutir sobre lo que realmente era un tesoro.
“Un tesoro puede ser un montón de oro o joyas”, dijo Pedro, mientras tocaba su bolsillo donde guardaba algunas canicas de colores.
“No, no, un tesoro es lo que puedes compartir con tus amigos”, respondió Ana, sonriendo mientras pensaba en las galletas que había traído para el pícnic.
“Yo creo que un tesoro es conocer algo nuevo”, interrumpió María, emocionada. “Hoy aprendí que las mariposas son polinizadoras y ayudan a las flores a crecer”.
En medio de su charla, se detuvieron en un claro donde había un viejo árbol. Tenía un tronco ancho y grueso, y sus ramas se extendían por el cielo como si quisieran tocar las nubes. Pero lo que más llamó su atención fue una pequeña casita hecha de ramas y hojas. De repente, escucharon un suave zumbido que provenía de la casita.
“¿Escuchan eso?”, preguntó Juan, mirando con curiosidad hacia la casita.
“Sí, parece que alguien vive allí”, respondió María, acercándose con cautela.
Cuando se acercaron, de la casita salió volando una pequeña hada. Tenía alas brillantes y una sonrisa radiante. Los niños quedaron maravillados y fascinados. La hada se presentó como Lumina y les explicó que ella cuidaba de ese bosque y de todos los seres que vivían en él.
“Bienvenidos a mi hogar. Me alegra ver que tienen buenos corazones. Pero necesito ayuda. Unos días atrás, un grupo de criaturas del bosque comenzaron a pelear por un precioso lago que todos compartimos. Ellos no conocen el valor de la amistad y el compartir”, explicó Lumina con un tono de tristeza.
Los amigos se miraron entre sí, sabiendo que debían ayudar. “¿Cómo podemos hacerlo?”, preguntó Juan, con determinación en sus ojos.
“Debemos enseñarles que el verdadero valor de la vida reside en la amistad y en compartir, no en pelear por cosas materiales”, respondió Lumina.
Los niños se pusieron de acuerdo en que tenían que hablar con los animales y explicarles la importancia de la convivencia. Así que, después de escuchar las instrucciones de Lumina, se pusieron en marcha hacia el lago, donde, según Lumina, los animales estaban discutiendo.
Al llegar al lago, vieron a un grupo de animales reunidos: un ciervo, un conejo, un búho y un zorro. El ciervo estaba con la cabeza baja, mientras el conejo decía que él debía tener el agua solo para él. El búho, sabio pero cansado, intentaba calmar a todos, pero el zorro no quería escuchar.
“¡Silencio!”, gritó el conejo. “¡Yo encontré el lago primero!”.
Los niños, con Lumina volando cerca, decidieron intervenir. “¡Hola! Somos amigos y venimos a hablar sobre lo que está sucediendo aquí. ¿Por qué están discutiendo?”, preguntó Ana con voz suave.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.