En un pequeño pueblo lleno de colores y risas, había una escuela donde seis amigos compartían muchas aventuras: Axel, Jimena, María, Alan, Ingrid y Fernanda. Todos eran diferentes, pero eso era lo que hacía su grupo especial. Se apoyaban mutuamente en cada momento, disfrutaban de juegos y siempre buscaban la manera de ayudar a los demás. Sin embargo, había algo en lo que todos ellos debían trabajar: sus habilidades socioafectivas.
Un día, la maestra de la escuela, la señora Elena, convocó a todos los estudiantes a una reunión. “Queridos amigos”, comenzó, “este año vamos a realizar un gran proyecto de amistad. Necesitamos trabajar en nuestras habilidades para ser mejores amigos y compañeros. Será una aventura divertida”.
Los seis amigos se miraron emocionados. “¡Esto suena genial!”, exclamó María. “¿Qué debemos hacer, maestra?”, preguntó Jimena, con curiosidad.
La señora Elena sonrió y explicó: “Vamos a formar grupos y cada grupo tendrá una tarea diferente que ayudará a mejorar las habilidades socioafectivas. Estas incluyen la comunicación, la empatía, el trabajo en equipo y la resolución de conflictos. Al final, compartiremos nuestras experiencias y aprenderemos unos de otros”.
Axel y sus amigos se sintieron felices de formar parte de ese proyecto. “¡Vamos a ser el mejor grupo!”, dijo Alan, entusiasmado. “Nosotros podemos hacer cualquier cosa si trabajamos juntos”.
Así que, después de la reunión, se pusieron a discutir sobre cómo llevar a cabo el proyecto. Se sentaron en un círculo en el patio de la escuela y comenzaron a compartir ideas.
“Ingrid, tú siempre tienes buenas ideas. ¿Qué deberíamos hacer primero?”, preguntó Axel.
Ingrid pensó un momento y dijo: “Podríamos hacer un juego donde tengamos que comunicarnos sin hablar. Así aprenderemos a entendernos mejor sin palabras”.
“¡Esa es una gran idea!”, dijo Jimena, emocionada. “Podemos hacer un juego de mímica. Así todos tendrán que expresar lo que sienten sin hablar”.
María sonrió y añadió: “Y luego podríamos tener una charla donde cada uno comparta lo que sintió al jugar. Eso nos ayudará a ser más empáticos”.
“Perfecto. Entonces hagamos un plan. Yo me encargaré de organizar el juego de mímica y cada uno de nosotros podrá elegir un papel para jugar”, propuso Axel. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a organizar su actividad.
El día del juego, la escuela estaba llena de energía. Todos los estudiantes se reunieron en el patio, listos para participar en el juego de mímica. La señora Elena explicó las reglas y luego los seis amigos se prepararon. Axel se convirtió en el líder del grupo y empezó a dirigir las actividades.
Mientras jugaban, se dieron cuenta de lo difícil que era comunicarse sin palabras. Todos se esforzaron al máximo, haciendo gestos y expresiones para que los demás entendieran lo que intentaban transmitir. En medio de risas y algunas confusiones, aprendieron a observarse y a escuchar a los demás con atención.
Cuando terminó el juego, se sentaron todos juntos para compartir sus experiencias. “Fue muy divertido, pero también difícil. A veces me frustré porque no podía hacer que me entendieran”, dijo Alan, compartiendo su sentimiento.
“Yo sentí lo mismo”, añadió Ingrid. “Pero creo que aprendí que es importante ser paciente y intentar entender al otro”.
La señora Elena sonrió, orgullosa de sus alumnos. “Eso es exactamente lo que se trata. La comunicación efectiva requiere práctica y comprensión. Ahora, ¿quién quiere compartir su experiencia sobre cómo se sintió al jugar?”.
Uno a uno, todos compartieron sus pensamientos, y se dieron cuenta de que había aprendido mucho más de lo que pensaban. Aprendieron a expresarse mejor y a escuchar activamente, habilidades que serían útiles no solo en el juego, sino también en su vida diaria.
Después de esa actividad, el grupo decidió hacer algo más. “¿Qué tal si ayudamos a otros a aprender sobre la amistad y el trabajo en equipo?”, sugirió Fernanda. “Podríamos organizar un taller para los más pequeños de la escuela”.
“¡Esa es una idea fantástica! Podemos hacer juegos y contarles sobre la importancia de ser amigos”, dijo Jimena con entusiasmo.
Así que, comenzaron a planear el taller. Cada uno se encargó de una parte. María hizo carteles coloridos, Ingrid organizó los juegos, Alan preparó algunas historias sobre la amistad, y Axel y Jimena se encargaron de dirigir el taller.
El día del taller llegó, y los seis amigos estaban listos. Decoraron el aula con globos y pancartas que decían “La amistad es un tesoro”. Cuando los más pequeños entraron, sus ojos brillaron de emoción.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.