Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, tres amigos inseparables llamados Nuno, Aria y Eric. Los tres vivían en casas cercanas, y todos los días se reunían para jugar, explorar y soñar con aventuras fantásticas. A pesar de ser solo niños, comprendían la importancia de cuidarse mutuamente y cuidar del mundo que los rodeaba. Sus familias siempre les hablaban de la importancia de los valores, pero había un tema en particular que fascinaba a los tres: los derechos de los niños.
Una mañana soleada, mientras jugaban cerca de un arroyo que corría con agua fresca y limpia, Aria, la más curiosa de los tres, preguntó: —¿Sabéis cuáles son nuestros derechos? Mamá siempre me dice que todos los niños tienen derechos, pero nunca me ha explicado muy bien cuáles son.
Nuno, siempre el más risueño, se lanzó al agua salpicando a sus amigos y exclamó: —¡Pues claro que los sé! Mi papá me ha contado que los niños tenemos derecho a jugar y a ser felices. ¿No es lo más importante?
Eric, que llevaba en sus manos un pequeño juguete que siempre lo acompañaba, ajustó sus gafas y dijo con su tono tranquilo: —Es cierto, Nuno. Pero hay otros derechos que también son muy importantes. Por ejemplo, el derecho al agua, el derecho a la higiene y el derecho a tener un hogar seguro donde vivir.
Los tres amigos se quedaron pensativos. Sabían que sus vidas eran afortunadas, pero nunca se habían detenido a pensar en lo importantes que eran esos derechos y en cómo muchas veces los daban por sentado. Decidieron que ese día sería diferente: explorarían el pueblo y aprenderían más sobre esos derechos que Eric mencionaba.
Primero, caminaron hasta el arroyo, donde solían jugar casi todos los días. El agua era clara y fresca, perfecta para refrescarse en un día caluroso. Eric miró el arroyo y dijo: —El agua es vida. Mi mamá me ha explicado que todos los niños tienen derecho a beber agua limpia, porque sin ella, no podríamos vivir.
Aria se agachó y tocó el agua con la punta de los dedos. —Es cierto, Eric —dijo—. Pero ¿te imaginas si el agua estuviera sucia o si no tuviéramos agua? Sería muy difícil vivir sin poder beber o lavarnos las manos.
Nuno, siempre el más travieso, cogió una ramita y comenzó a hacer remolinos en el agua, pero luego se detuvo. —¡Guau! Nunca lo había pensado de esa forma. A veces tiro cosas al agua sin darme cuenta de lo importante que es. Tenemos que cuidar el agua para que todos los niños puedan disfrutarla como nosotros.
Después de pasar un buen rato junto al arroyo, los tres amigos decidieron que era momento de continuar su viaje. Su siguiente parada fue una pequeña colina, donde solía haber una fuente de agua y un baño público. Aria, siempre observadora, miró el baño y recordó algo que su madre le decía siempre: —No solo tenemos derecho al agua, también tenemos derecho a la higiene. Mi mamá me dice que es importante lavarse las manos, los dientes y bañarse todos los días para estar sanos.
Eric asintió con la cabeza. —Sí, es muy importante. Si no nos cuidamos y no tenemos lugares donde podamos asearnos, podemos enfermarnos. Y todos los niños deberían tener un lugar limpio donde puedan bañarse y lavarse las manos.
Nuno miró a sus amigos y sonrió. —¡Me encanta lavarme las manos después de jugar! Y, además, si lo hacemos, evitamos que los gérmenes nos enfermen. Pero no todos los niños tienen un baño limpio donde hacerlo. Es nuestro derecho, y deberíamos asegurarnos de que todos los niños puedan cuidarse también.
Con cada paso, los tres amigos comprendían más y más la importancia de los derechos de los niños. Después de pasar por la colina, decidieron volver al pueblo, donde estaban las casas de todos. A medida que se acercaban, notaron lo acogedoras y seguras que se veían sus viviendas.
Aria se detuvo frente a la casa de Nuno y dijo: —Tenemos mucha suerte de tener un hogar donde podemos dormir tranquilos y sentirnos seguros. ¿Sabíais que también tenemos derecho a una vivienda digna? No todos los niños tienen un lugar seguro donde vivir.
Eric, que siempre había sido el más reflexivo, añadió: —Un hogar no es solo un lugar donde dormir, también es donde podemos sentirnos protegidos, donde podemos estar con nuestras familias y descansar después de un día largo. Todos los niños merecen tener un lugar así.
Nuno, que había estado escuchando con atención, finalmente dijo: —Entonces, tenemos tres derechos importantes: el derecho al agua, el derecho a la higiene y el derecho a un hogar. ¡Pero también tenemos la responsabilidad de cuidar esos derechos y asegurarnos de que todos los niños los tengan!
Los tres amigos se miraron y sonrieron. Sabían que eran afortunados, pero también sabían que debían hacer algo para que esos derechos fueran respetados para todos los niños, no solo en su pueblo, sino en todo el mundo.
Esa misma tarde, decidieron que iban a organizar una reunión en el parque del pueblo. Invitaron a todos los niños y a sus padres, y hablaron sobre lo que habían aprendido ese día. Eric explicó lo importante que era el derecho al agua y cómo todos debían cuidarla. Aria habló del derecho a la higiene y cómo mantenernos limpios ayudaba a estar sanos. Nuno, siempre con una sonrisa, les recordó a todos lo afortunados que eran de tener un hogar y cómo debían trabajar juntos para que todos los niños tuvieran un lugar seguro donde vivir.
La reunión fue un éxito, y pronto, el pequeño pueblo comenzó a organizar actividades para proteger sus recursos y asegurar que todos los niños tuvieran acceso a agua limpia, higiene y viviendas dignas. Los adultos se comprometieron a ayudar, y los niños aprendieron que, aunque eran pequeños, sus voces podían hacer una gran diferencia.
Desde ese día, Nuno, Aria y Eric no solo siguieron jugando y explorando juntos, sino que también se convirtieron en los guardianes de los derechos de los niños en su pueblo. Sabían que la verdadera aventura no estaba solo en los juegos, sino en hacer del mundo un lugar mejor para todos los niños.
Fin





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.