En el corazón de un pequeño y pintoresco jardín, habitaban cinco gnomos de porcelana, cada uno con una personalidad tan vibrante como los colores con los que estaban pintados. Este jardín era el orgullo de Doña Elisa, una mujer mayor que dedicaba cada día a cuidar de sus plantas y de sus queridos gnomos.
El Gnomo Gruñón era el más viejo de todos y se consideraba a sí mismo el guardián del jardín. Aunque era sabio, solía ser muy severo con los demás gnomos, especialmente cuando se dañaban o desgastaban, lo que consideraba una depreciación de su valor y belleza. Aquellos que se rompían eran escondidos por él en un baúl antiguo para que Doña Elisa no los viera y se entristeciera.
Gnomo Guaperas, el hijo de Gruñón, era todo lo contrario a su padre. Con su sonrisa encantadora y su actitud despreocupada, pasaba los días intentando impresionar a Gnoma, la única gnoma del jardín, con sus trucos y poses. A su lado siempre estaba Gnomo Inteligente, con sus gafas gruesas y libros en mano, que aunque era muy sabio, seguía fielmente a Guaperas en todas sus aventuras y desventuras.
Un día, mientras Guaperas hacía de las suyas intentando captar la atención de Gnoma con una de sus acrobacias, un gran perro del vecino irrumpió en el jardín. Todos los gnomos sabían que debían quedarse muy quietos para evitar llamar la atención del animal, pues cualquier movimiento podía resultar en un desastre. Sin embargo, Guaperas, absorto en su actuación, no se percató de la presencia del perro.
Con un movimiento brusco y juguetón, el perro golpeó a Guaperas, enviándolo a volar por los aires antes de caer al suelo, donde se quebró en varios pedazos. El impacto dejó a todos en shock, especialmente a Gruñón, que corrió a socorrer a su hijo.
Por primera vez, Gruñón sintió el temor y la desolación que sus acciones habían provocado en los otros gnomos. Al ver a su hijo roto y recordar a todos aquellos que había escondido en el baúl, su corazón se llenó de remordimiento. Con lágrimas en los ojos, pidió ayuda a Doña Elisa, quien siempre había tratado a los gnomos con gentileza y amor.
Doña Elisa, al ver la triste escena, no dudó en actuar. Sacó del baúl a todos los gnomos rotos y, con paciencia y cuidado, comenzó a restaurarlos uno por uno. Gruñón, viendo el amor con el que ella reparaba cada grieta y cada chip, comprendió que el verdadero valor de los gnomos no residía en su perfección, sino en el amor y la alegría que traían al jardín.
Restaurado y ahora sabio de una nueva manera, Guaperas también cambió. Ya no dedicaba todo su tiempo a impresionar a Gnoma con superficialidades. En cambio, comenzó a ayudar a su padre y a Doña Elisa en el cuidado del jardín, mostrando su verdadera belleza interior, que era más atractiva que cualquier pose o truco.
Gnoma, impresionada por el cambio en Guaperas, comenzó a pasar más tiempo con él, apreciando su sinceridad y su nuevo respeto por el jardín y sus compañeros. Gnomo Inteligente, por su parte, dedicó su tiempo a enseñar a todos sobre el cuidado de la porcelana y la importancia de la preservación.
Al final, el jardín no solo recuperó su belleza, sino que también se llenó de un nuevo espíritu de comunidad y cuidado mutuo. Doña Elisa miraba a sus gnomos con orgullo, sabiendo que cada uno de ellos había aprendido algo valioso sobre el respeto, la compasión y el verdadero valor de la familia y los amigos.
Así, el jardín de Doña Elisa se convirtió en un lugar donde no solo florecían las plantas, sino también los valores y el amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.