Había una vez, en un pequeño pueblo llamado San Lucero, dos niños muy especiales. Elías y Sara, ambos de seis años, eran los mejores amigos desde que podían recordar. Les encantaba explorar, jugar al aire libre y descubrir nuevas aventuras cada día. Pero había algo que estaba comenzando a cambiar en su pequeña y feliz vida: la tecnología.
Un día, mientras jugaban en el parque, Elías notó que Sara estaba más interesada en un dispositivo brillante que en el juego que habían inventado. «¿Qué es eso?» preguntó Elías, acercándose a Sara.
«Es una tableta,» respondió Sara con una sonrisa. «Mi papá me la regaló. Es increíble, Elías, ¡puedo jugar a cualquier cosa, ver videos y hasta hablar con personas de todo el mundo!»
Elías miró la tableta con curiosidad, pero también con un poco de desconfianza. Siempre había pensado que los juegos al aire libre eran más divertidos. Sin embargo, la emoción en los ojos de Sara lo convenció de darle una oportunidad. Pronto, ambos estaban sentados bajo un árbol, explorando las infinitas posibilidades que la tableta les ofrecía.
Al día siguiente, en la escuela, la Profesora Rosa, una mujer amable y paciente, notó que algo estaba diferente en sus dos estudiantes más curiosos. Elías y Sara, que solían participar en todas las actividades y compartir sus historias de aventuras con entusiasmo, ahora estaban absortos en una pantalla antes de que comenzaran las clases.
«Elías, Sara,» dijo la Profesora Rosa con suavidad, «¿qué están haciendo?»
«Estamos jugando un juego, profesora,» respondió Sara sin levantar la vista de la pantalla.
La Profesora Rosa frunció el ceño ligeramente. «¿No preferirían jugar con sus amigos antes de que comiencen las clases? El recreo es para socializar, divertirse juntos.»
Elías levantó la mirada por un momento, sintiéndose un poco culpable. «Es que este juego es muy divertido, profesora.»
La Profesora Rosa sabía que la tecnología podía ser útil, pero también sabía que podía alejar a los niños de las cosas más importantes. Decidió que debía enseñarles a Elías y Sara una valiosa lección sobre el equilibrio.
Esa tarde, la Profesora Rosa preparó una actividad especial. En lugar de la habitual clase de matemáticas, les pidió a los niños que guardaran todas las tabletas y dispositivos en una caja. Luego, los llevó al jardín de la escuela, donde había preparado una serie de juegos y desafíos al aire libre.
«Hoy vamos a aprender de una manera diferente,» anunció la Profesora Rosa con una sonrisa. «Vamos a usar nuestras mentes, nuestros cuerpos y, lo más importante, vamos a trabajar juntos.»
Al principio, Elías y Sara estaban un poco desanimados. Extrañaban sus juegos digitales. Pero pronto, se vieron atrapados en la diversión de correr, saltar y resolver acertijos con sus compañeros de clase. Elías redescubrió lo mucho que le gustaba competir en las carreras, y Sara recordó lo divertido que era inventar historias con sus amigos.
Después de un día lleno de risas y nuevas experiencias, la Profesora Rosa reunió a los niños en un círculo. «¿Cómo se sintieron hoy sin sus dispositivos?» preguntó.
«¡Fue divertido!» exclamó Elías. «Había olvidado lo mucho que me gustaba jugar con mis amigos.»
«Yo también,» añadió Sara. «Aunque me gusta mi tableta, me di cuenta de que no la necesito para divertirme.»
La Profesora Rosa asintió con satisfacción. «No hay nada de malo en usar la tecnología,» explicó. «Pero siempre debemos recordar que hay un mundo hermoso a nuestro alrededor lleno de aventuras, amigos y momentos especiales. La tecnología es una herramienta, pero no debe reemplazar el tiempo que pasamos con los demás.»
Elías y Sara entendieron lo que la Profesora Rosa quería decir. Decidieron que, a partir de ese día, usarían la tecnología con más sabiduría. Disfrutarían de sus juegos digitales, pero también se asegurarían de dejar tiempo para correr, saltar y reír con sus amigos en el parque.
Con el tiempo, la caja de dispositivos en la clase de la Profesora Rosa se convirtió en un símbolo de equilibrio. Los niños podían dejar allí sus dispositivos al llegar a la escuela y recogerlos al salir, asegurándose de que durante el día escolar, sus mentes y corazones estuvieran completamente presentes en el momento.
Y así, en el pequeño pueblo de San Lucero, Elías, Sara y sus compañeros de clase aprendieron que la tecnología es maravillosa, pero que las mejores aventuras se viven con los pies en la tierra y las manos de un amigo al lado. Desde entonces, los niños disfrutaban tanto de sus juegos digitales como de las tardes soleadas en el parque, sabiendo que cada cosa tiene su tiempo y lugar.
Este cuento sobre el mal uso de la tecnología y la importancia del equilibrio en la vida se convirtió en una lección que los niños de San Lucero jamás olvidaron, y cada vez que veían la caja de dispositivos en la clase de la Profesora Rosa, sonreían recordando la importancia de disfrutar del mundo real tanto como del digital.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.