Había una vez en un pequeño pueblo llamado Alegroville, tres amigos inseparables: Aarón, Idaira y Hugo. Aarón era el más pequeño de los tres, con su cabello rizado color castaño y sus ojos llenos de curiosidad. Idaira y Hugo eran iguales de alto, aunque Idaira destacaba con su larga melena negra y su vestido amarillo que siempre la hacía parecer un rayo de sol, mientras que Hugo, con su pelo corto y rubio, llevaba su camiseta verde y pantalones negros, siempre listo para cualquier aventura.
Un día, mientras exploraban los alrededores de la escuela, encontraron una gran pared blanca que estaba completamente vacía. Era una vista inusual en Alegroville, donde todo estaba lleno de color y vida. La pared estaba justo detrás del patio de recreo, en un lugar donde nadie parecía prestarle mucha atención. Los tres amigos se detuvieron frente a ella y comenzaron a imaginar todo lo que podría hacerse con ese lienzo en blanco.
—Esta pared necesita color —dijo Idaira, entusiasmada—. Podríamos pintarla y hacerla la más bonita de todo el pueblo.
—Sí, podríamos dibujar árboles, flores, y hasta animales —añadió Hugo, con los ojos brillando de emoción.
Aarón, aunque un poco más tímido, también estaba emocionado con la idea.
—Podríamos pedirle al maestro de arte que nos ayude. Él siempre tiene buenas ideas —sugirió.
Decididos a darle vida a la pared, los tres amigos fueron a hablar con el maestro de arte, el señor Torres. Él era un hombre amable y siempre estaba dispuesto a apoyar a sus estudiantes en proyectos creativos. Al escuchar la propuesta de los niños, el señor Torres sonrió y asintió con entusiasmo.
—¡Claro que sí! —dijo el maestro—. Puedo conseguirles pintura y pinceles, y juntos podemos hacer un mural hermoso. ¿Qué les gustaría pintar?
Los niños pasaron la tarde discutiendo sus ideas. Querían que el mural reflejara los valores que más apreciaban: la amistad, la cooperación y la alegría. Decidieron que el mural mostraría un gran parque donde los niños jugaban juntos, compartían y se ayudaban unos a otros. Habría árboles frutales, flores de todos los colores, y animales felices correteando por todas partes.
El fin de semana siguiente, el señor Torres trajo todo lo necesario para comenzar el mural. Aarón, Idaira y Hugo estaban muy emocionados. Cada uno tenía una parte del mural asignada para trabajar, pero también podían ayudar a sus amigos en sus áreas. Así, comenzaron a pintar bajo la dirección del maestro.
Idaira se encargó de los árboles y las flores. Pintó grandes robles y cerezos en flor, llenando de vida y color la parte superior del mural. Hugo, por su parte, se dedicó a los animales. Dibujó conejos, ardillas y pájaros de colores, haciendo que el mural pareciera un verdadero paraíso natural. Aarón, aunque más pequeño, tenía una tarea muy importante: pintar a los niños jugando y ayudándose unos a otros. Con paciencia y mucho detalle, Aarón dibujó a los niños en columpios, corriendo y compartiendo.
Mientras trabajaban, muchos otros niños y adultos del pueblo se acercaron a ver el progreso. Algunos se ofrecieron a ayudar, y pronto el mural se convirtió en un esfuerzo comunitario. Todos querían ser parte de esa obra de arte que representaba lo mejor de Alegroville.
Con cada pincelada, el mural tomaba forma y se llenaba de vida. La pared blanca se transformaba en un vibrante recordatorio de los valores que unían a la comunidad. Los niños se divertían mucho mientras pintaban, y el proyecto los acercó aún más como amigos.
Un día, mientras estaban trabajando en el mural, Aarón se dio cuenta de que había un espacio en blanco justo en el centro. No quería que quedara vacío, así que decidió hacer algo especial.
—Voy a pintar una gran flor aquí —dijo Aarón, señalando el espacio—. Una flor que represente nuestra amistad.
Idaira y Hugo estuvieron de acuerdo. Aarón comenzó a pintar una flor gigante, con pétalos de todos los colores del arcoíris. Los otros niños lo ayudaron, y juntos crearon una flor que destacaba en el mural.
Finalmente, después de varias semanas de trabajo, el mural estuvo terminado. Todos en Alegroville estaban encantados con el resultado. La pared blanca se había transformado en una hermosa obra de arte que representaba los valores de amistad, cooperación y alegría. Los tres amigos se sintieron muy orgullosos de lo que habían logrado juntos.
La inauguración del mural fue un gran evento. Hubo música, juegos y comida para todos. El señor Torres dio un discurso sobre la importancia de trabajar juntos y cómo el mural era un reflejo de lo que podía lograrse cuando todos se unían. Los tres amigos, Aarón, Idaira y Hugo, recibieron un reconocimiento especial por su iniciativa y esfuerzo.
Desde ese día, la pared dejó de ser un simple muro blanco y se convirtió en un símbolo de unidad y creatividad para todo el pueblo. Los niños de Alegroville siempre recordarían cómo, trabajando juntos, habían llenado de color y alegría su comunidad. Y cada vez que pasaban por el mural, se sentían inspirados a seguir fomentando los valores que habían plasmado en esa gran obra de arte.
Y así, en Alegroville, una pared en blanco se transformó en el Muro de los Colores, recordando a todos la belleza de la amistad y el poder de la cooperación.
Fin.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.