Había una vez en un hermoso pueblo lleno de flores de colores, dos amiguitas que se llamaban Abril y María Clara. Abril tenía un cabello rizado y rubio que brillaba al sol, mientras que María Clara tenía unos ojos grandes y oscuros que siempre estaban llenos de curiosidad. Ambas disfrutaban de jugar juntas en el parque, donde los árboles susurraban suaves melodías y los pájaros cantaban alegres canciones.
Un radiante día de primavera, Abril y María Clara decidieron que era el momento perfecto para una aventura. Se pusieron sus sombreros de colores y salieron corriendo hacia el parque. Allí, encontraron un enorme árbol que parecía invitarles a escalarlo. Ambas amigas miraron hacia arriba, y Abril, con una gran sonrisa, dijo: «¡Vamos a trepar! Después podremos ver todo el pueblo desde allá arriba.» María Clara, un poco más cautelosa, dudó y respondió: «No sé, Abril. ¿Y si me caigo?»
Abril, siempre entusiasta, tomó la mano de su amiga y le dijo: «No te preocupes, yo estaré contigo. Además, si caemos, caeremos en la hierba suave.» Con esas palabras de aliento, María Clara se sintió más segura y aceptó. Juntas comenzaron a trepar, ayudándose mutuamente con cada rama que alcanzaban. Cuando finalmente llegaron a la cima, la vista era maravillosa; podían ver el río brillante, las casas de colores y el cielo azul sin fin.
Mientras disfrutaban del hermoso paisaje, notaron a un pequeño perrito que paseaba solo por el parque. El perrito parecía triste y un poco perdido. María Clara miró a Abril y dijo: «¡Pobrecito! Creo que necesita ayuda.» Abril asintió y ambas decidieron bajar del árbol para acercarse al pequeño can. Cuando llegaron, el perrito movía la cola, aunque seguía mirando alrededor con una expresión de confusión.
Abril se agachó y le preguntó: «Hola, pequeño, ¿cómo te llamas?» El perrito ladró suave y parecía entenderlas. «Vamos a ayudarte a encontrar a tu dueño, no te preocupes,» dijo María Clara mientras acariciaba su suave pelaje. Las dos amigas miraron a su alrededor pero no veían a nadie buscando al perro. «Quizás deberíamos preguntarle a la gente del parque si lo han visto,» sugirió Abril.
Así que comenzaron su búsqueda. De un lado a otro, preguntaron a los niños que jugaban, a las mamás que paseaban con sus bebés y a los ancianos que estaban sentados en los bancos. La mayoría sonrió al ver al perrito y decían: «Es muy lindo, pero no lo hemos visto antes.» Aunque no encontraban a nadie que lo conociera, Abril y María Clara estaban decididas a ayudarlo.
De repente, vieron a un hombre mayor que vendía helados. Él también miró al perrito y dijo: «Lo he visto antes. El perrito se llama Toby, y su dueño suele venir a jugar con él en este parque.» Las dos amigas se miraron emocionadas. «¡Ese es su nombre! ¡Debemos llevarlo a su dueño!» exclamó María Clara.
Abril y María Clara tomaron a Toby suavemente, y decidieron buscarlo juntos. Mientras caminaban, Toby corrió un poco adelante, olfateando cada rincón. Las niñas se rieron al ver cómo Toby movía su cola con tanta alegría. «A veces hay que ser amables y ayudar a otros, así como lo hacemos ahora,» dijo Abril, recordando cuánto significaba para ella ayudar al pequeño perrito.
Después de un rato, siguieron el rastro que Toby marcaba con su corta carrera. De repente, escucharon una voz conocida que decía: «¡Toby! ¡Toby, ven aquí!» Las niñas se miraron emocionadas. El dueño de Toby era un niño llamado Miguel, que también jugaba en el parque. Cuando Miguel vio a Toby correr hacia él, su cara se iluminó de felicidad. «¡Gracias por encontrarlo!» dijo Miguel. «Me preocupé tanto cuando se escapó.»
Abril y María Clara sonrieron, y Abril contestó: «No fue un problema. Nosotros queríamos ayudar.» Miguel les ofreció a las chicas un helado como agradecimiento, y las tres se sentaron a disfrutarlo. Mientras saboreaban el dulce manjar, las niñas se sintieron muy felices, no solo por el helado, sino por el buen acto que habían realizado.
Después del rato compartido, Miguel se volvió a ellas y dijo: «¿Quieren jugar con nosotros en el parque? Toby siempre hace que nuestros juegos sean más divertidos.» Las niñas saltaron de alegría. «¡Sí, queremos jugar!» respondieron al unísono. Y así, pasaron la tarde jugando a la pelota, corriendo y riendo, mientras Toby corría tras ellos, lleno de energía y alegría.
La tarde avanzó, y cuando el sol empezó a esconderse detrás de los árboles, las tres niñas sintieron que habían realizado algo muy especial. Ya no solo habían ayudado a un perrito perdido, sino que habían hecho un nuevo amigo y creado un hermoso recuerdo. Abrir los ojos y ver la felicidad no solo en su rostro, sino también en el de Miguel, les hizo sentir que, a veces, un pequeño acto de amabilidad puede cambiar el día de alguien.
Cuando finalmente llegó el momento de irse, Abril y María Clara se despidieron de Miguel y de Toby, pero no sin antes prometer que se volverían a encontrar en el parque para jugar juntos otra vez. Mientras regresaban a casa, las dos amigas conversaban sobre lo bonito que había sido el día. «¿Ves, María Clara? Ser amables siempre trae alegría,» dijo Abril. «Sí, y que siempre debemos ayudar a otros cuando podemos,» respondió María Clara.
Y así, aprendieron que la amabilidad es un valor fundamental, que no solo ayuda a otros, sino que también les da felicidad a quienes la practican. Esa noche, al irse a dormir, Abril y María Clara sonrieron pensando en las aventuras que les esperaban, porque sabían que siempre que fueran amables, siempre habría más aventuras y más amigos esperando por ellas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.