En un colorido bosque lleno de árboles altos y flores que daban alegría con sus colores, vivían cinco amigos inseparables: Yelipza, Luisa, Fernando, Cinthia y Rita. Eran criaturas mágicas que disfrutaban explorando y aprendiendo cosas nuevas cada día. Un día, mientras jugaban a la orilla del río, decidieron que querían emprender una aventura muy especial.
Yelipza, la más curiosa del grupo, sugirió que fueran al Valle de la Amistad, un lugar donde se decía que los sueños se volvían realidad. Todos los amigos estaban emocionados y juntos acordaron que debían obedecer las reglas que habían escuchado sobre ese lugar para poder llegar a su destino de manera segura. «Siempre hay que escuchar a los mayores», dijo Fernando, recordando lo que su abuela le había contado.
Los amigos comenzaron su andadura hacia el valle. Mientras caminaban, encontraron a Cinthia, una tortuga que estaba tratando de cruzar un pequeño puente. «Hola, Cinthia», saludó Luisa. «¿Te gustaría venir con nosotros al Valle de la Amistad?» Cinthia sonrió y aceptó gustosamente. «Me encantaría, pero tengo que llegar al otro lado del puente primero», dijo.
Los amigos observaron que el puente era un poco inestable, y antes de cruzar, Yelipza recordó las palabras de su abuela: «Siempre mira dónde pones los pies». Así que, uno a uno, caminaron con mucho cuidado a través del puente, ayudando a Cinthia en el proceso. «Gracias, amigos. Ustedes son muy obedientes. ¡Siento que juntos podemos hacer grandes cosas!», exclamó Cinthia al llegar a la otra orilla.
Una vez en el suelo firme, el grupo continuó su camino. El sendero comenzó a hacerse más angosto y oscuro, y fue entonces cuando Rita, la más inquieta, sugirió que tomaran un atajo a través de un arbusto espeso. «Vamos, será más rápido», dijo emocionada. Pero Fernando frunció el ceño y recordó lo que les había dicho un anciano del bosque: «Nunca tomen atajos sin saber a dónde llevan».
«Tal vez deberíamos escuchar a Fernando», dijo Luisa, «no quiero perdernos». Los amigos miraron el arbusto por un momento, y aunque Rita quería seguir su instinto, decidieron hacer caso y seguir el camino seguro. «Tienen razón, a veces es mejor no arriesgarse», admitió Rita, un poco decepcionada, pero comprendiendo que hacer caso a los demás podía mantenerlos a salvo.
Después de un rato, llegaron a un hermoso claro donde apareció un hermoso unicornio llamado Estrella. «Hola, amigos. He estado observando su camino. Me impresiona que hayan obedecido las recomendaciones que encontraron en el camino», dijo el unicornio con una voz suave. «A veces, la obediencia es la clave para tener éxito en nuestras aventuras».
«¡Gracias, Estrella!», respondieron todos a la vez. «Nos esforzamos por escuchar a nuestros amigos y a los mayores, porque sabemos que tienen más experiencia que nosotros». Estrella sonrió ampliamente y les explicó que en el Valle de la Amistad, los sueños son cumplidos, pero solo si los que los buscan han aprendido a valorar el respeto y la amistad.
Entonces, Estrella llevó a los amigos en su lomo brillante hacia el valle. Mientras volaban sobre el bosque, los amigos miraban maravillados todo lo que había alrededor: los árboles eran más altos, las flores más coloridas y el río más brillante. Al llegar al Valle de la Amistad, sus ojos se iluminaron al ver un encantador paisaje lleno de luces centelleantes y risas.
«Recuerden, amigos», continuó Estrella, «el poder de la obediencia siempre va acompañado del sentido. A veces, las reglas existen por una buena razón». Los amigos asintieron, comprendiendo que obedecer no significaba solo seguir órdenes ciegamente, sino también entender lo que estaba en juego y por qué era importante actuar de manera correcta.
Mientras exploraban el valle, los amigos encontraron un hermoso árbol de los deseos. Cada uno de ellos tenía la oportunidad de pedir un deseo, pero sabían que había que pensarlo bien. Yelipza, emocionada, deseó poder volar como Estrella. Luisa deseó que todos los animales del bosque siempre fueran felices. Fernando, pensando en su familia, deseó que siempre estuvieran juntos. Cinthia, con su sabiduría, pidió que todos aprendieran a ser pacientes y amables.
Finalmente, llegó el turno de Rita. Estaba un poco preocupada, pues quería hacer un buen deseo. Se sentó frente al árbol y reflexionó sobre lo que habían experimentado. Al final, dijo: «Deseo que todos aprendamos de nuestros errores y que siempre escuchemos a nuestros amigos y a nuestros mayores, porque juntos somos más fuertes». Todos aplaudieron, porque Rita había captado la esencia de lo que habían vivido.
El árbol brilló intensamente y concedió todos los deseos de los amigos. En ese momento, entendieron que su amistad y su disposición para escuchar y aprender siempre los llevarían a grandes aventuras. «Siempre recordaré el valor de la obediencia», soñó en voz alta Cinthia, mientras los otros asentían con la cabeza.
Cuando llegó el momento de regresar a casa, Estrella los llevó nuevamente volando sobre el bosque. Mientras miraban hacia abajo, comprendieron que cada camino que tomamos puede ser una aventura si tomamos decisiones sabias y escuchamos a quienes nos rodean.
Al llegar a casa, cada uno compartió su historia con sus familias, hablando sobre la importancia de la obediencia con sentido y lo que habían aprendido en el mágico Valle de la Amistad. Así, los cinco amigos no solo se volvieron más cercanos, sino que también se convirtieron en mejores seres.
Y desde aquel día, en sus corazones llevaban el poder de la obediencia y la ilusión de seguir soñando juntos, porque sabían que los verdaderos tesoros se encontraban en la amistad, el respeto y el compartir momentos juntos. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.