Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Unai. Unai tenía ocho años y vivía con su madre, Isabel, en una casa acogedora cerca de la escuela. Isabel trabajaba mucho para poder mantener a su hijo, ya que era madre soltera. Unai era un niño alegre y curioso, siempre dispuesto a aprender cosas nuevas y a jugar con sus amigos. En la escuela, su profesor, Oriol, era muy amable y se preocupaba mucho por sus alumnos.
Pero había algo que preocupaba a Unai. A veces, cuando Isabel llegaba a casa después de un largo día de trabajo, se sentía muy frustrada y cansada. Comenzó con pequeños regaños a Unai por cosas sin importancia, como no haber recogido sus juguetes o no haber terminado su tarea a tiempo. Al principio, Unai pensaba que su madre solo estaba cansada y que pronto se sentiría mejor.
Un día, después de un día especialmente duro en el trabajo, Isabel llegó a casa muy enojada. Unai había dejado sus juguetes en el suelo del salón, y cuando Isabel los vio, perdió la paciencia. Gritó a Unai y, sin pensarlo, le dio un puñetazo en el brazo. Unai sintió mucho dolor y se asustó. No entendía por qué su madre había reaccionado así.
Isabel, al ver lo que había hecho, se sintió terriblemente culpable y abrazó a su hijo, pidiéndole perdón. «Lo siento, Unai, no quise hacerte daño. Estoy muy cansada y estresada», le dijo entre lágrimas. Unai, aunque asustado, perdonó a su madre, pensando que solo había sido un mal momento.
Sin embargo, la situación comenzó a repetirse. Cada vez que Isabel se sentía abrumada por el trabajo y las responsabilidades, descargaba su frustración en Unai. Empezaron a aparecer moretones en los brazos y el estómago de Unai, pero él no decía nada a nadie. Tenía miedo de que su madre se enojara aún más si alguien lo descubría.
En la escuela, Oriol notó que Unai estaba cada vez más callado y retraído. Solía ser un niño muy participativo, pero últimamente parecía estar siempre triste y distraído. Un día, durante la clase de educación física, Oriol vio un moretón en el brazo de Unai. Preocupado, decidió hablar con él al final de la clase.
«Unai, ¿puedo hablar contigo un momento?», le dijo Oriol con una voz suave y comprensiva. Unai asintió, un poco nervioso. Se sentaron en un rincón del patio, donde nadie más podía oír.
«Unai, he notado que tienes un moretón en el brazo. ¿Te has caído o te has lastimado jugando?», preguntó Oriol, tratando de no alarmar al niño.
Unai bajó la mirada y no respondió de inmediato. Tenía miedo de contar la verdad, pero al mismo tiempo sentía que necesitaba ayuda. Finalmente, decidió confiar en su profesor. «No, no me caí jugando. Mi mamá me golpeó», dijo en voz baja, con lágrimas en los ojos.
Oriol sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Sabía que debía actuar rápidamente para ayudar a Unai. «Unai, lamento mucho escuchar eso. Quiero que sepas que no está bien que alguien te golpee, y menos tu mamá. Voy a ayudarte, pero necesito que confíes en mí, ¿de acuerdo?», dijo Oriol, tomando la mano de Unai con cariño.
Unai asintió, sintiendo un poco de alivio al saber que alguien estaba dispuesto a ayudarle. Oriol decidió hablar con la directora de la escuela y con los servicios sociales para que pudieran intervenir. Esa tarde, después de la escuela, Unai fue llevado a un lugar seguro mientras se investigaba la situación en casa.
Isabel fue llamada a la escuela para una reunión con Oriol y los servicios sociales. Al principio, se mostró defensiva y negaba haber hecho daño a su hijo. Pero cuando vio las lágrimas en los ojos de Unai y escuchó su voz temblorosa al contar lo que había pasado, finalmente rompió a llorar.
«Lo siento tanto, Unai. No quería hacerte daño. Estaba tan abrumada por todo que perdí el control. Pero eso no justifica lo que hice», dijo Isabel entre sollozos.
Oriol y los trabajadores sociales explicaron a Isabel que necesitaba ayuda para manejar su estrés y sus emociones. Le ofrecieron terapia y apoyo para aprender a lidiar con sus problemas de una manera saludable. También le dijeron que Unai necesitaría un lugar seguro donde quedarse mientras ella recibía ayuda.
Con el tiempo, Isabel empezó a asistir a terapia y a trabajar en sus problemas. Comprendió que su comportamiento hacia Unai había sido inaceptable y que necesitaba cambiar para ser una mejor madre. Mientras tanto, Unai vivió con una familia de acogida que lo cuidó y le proporcionó un ambiente seguro y amoroso.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.