En un pequeño pueblo donde las montañas acariciaban el cielo y los ríos cantaban sus melodías, vivía una mujer llamada Blanca. Blanca era una artista, con un alma sensible y un corazón lleno de sueños. Su vida, sin embargo, había sido golpeada por la tragedia. Su amado, el amor de su vida, había perdido la batalla contra el cáncer, dejándola sola en un mundo que de repente parecía oscuro y sin sentido.
Blanca pasaba los días y las noches en su cama, envuelta en las sábanas que aún guardaban el aroma de su amor perdido. No quería despertar, porque cada despertar la enfrentaba a una realidad que no podía soportar. Prefería habitar en sus sueños, donde podía vivir la vida feliz que siempre había deseado. En sus sueños, él aún estaba con ella, caminaban de la mano por prados verdes y reían juntos como antes.
En medio de esta fragilidad, Blanca conoció a un hombre llamado El Che. El Che era un argentino carismático, con una sonrisa que podía iluminar una habitación. Él apareció en su vida como un amigo, alguien que se preocupaba por ella y la apoyaba en esos momentos oscuros. Pero la realidad era otra. El Che tenía sus propios planes, y su amistad no era tan desinteresada como Blanca pensaba.
A lo largo de los años, El Che se mantuvo cerca de Blanca, ganándose su confianza y haciéndose indispensable en su vida. Blanca, en su vulnerabilidad, encontró consuelo en su compañía. Sin embargo, no era amor lo que El Che buscaba, sino las posesiones materiales de Blanca. Aunque no eran grandes, Blanca vivía bien como artista, y eso era suficiente para atraer la ambición de El Che.
Entre los amigos de Blanca, se encontraban Gordo Pérez y El Colombiano. Gordo Pérez era un hombre redondo y jovial, siempre dispuesto a arrancar una sonrisa a los demás. Su risa era contagiosa y su corazón, inmenso. A pesar de su apariencia despreocupada, Gordo Pérez era muy perspicaz y notaba cosas que otros pasaban por alto. El Colombiano, por otro lado, era un hombre serio y misterioso, con una mirada profunda que parecía ver a través de las personas. Aunque hablaba poco, sus palabras siempre eran sabias y llenas de significado.
La Sra. Pisha, una elegante y sabia anciana, también era parte del círculo cercano de Blanca. Con su cabellera plateada y sus ojos llenos de experiencia, la Sra. Pisha siempre tenía un consejo o una palabra de aliento para ofrecer. Había vivido muchas vidas en una sola y sus historias fascinaban a todos los que la escuchaban.
Un día, mientras Blanca caminaba por el parque en un intento de encontrar algo de paz, El Che la encontró sentada en un banco, mirando al horizonte con los ojos llenos de lágrimas. Se sentó a su lado y le ofreció su compañía. Blanca, en su tristeza, aceptó y comenzaron a hablar. El Che le contó historias de su juventud en Argentina, de su familia y de sus sueños. Blanca escuchaba, sintiendo una pequeña chispa de vida volver a su corazón.
A medida que pasaba el tiempo, Blanca empezó a salir de su caparazón. Volvió a pintar, sus lienzos llenándose de colores vibrantes y formas abstractas. La tristeza seguía ahí, pero había encontrado una manera de canalizarla a través de su arte. El Che continuaba a su lado, siempre con una palabra amable y un gesto de apoyo. Pero sus verdaderas intenciones permanecían ocultas.
Gordo Pérez y El Colombiano observaban la situación con preocupación. Gordo Pérez, con su intuición, sospechaba que El Che no era tan desinteresado como parecía. El Colombiano, con su mirada penetrante, notaba la ambición oculta en los ojos de El Che. Decidieron hablar con la Sra. Pisha sobre sus sospechas.
La Sra. Pisha, con su sabiduría y experiencia, escuchó atentamente a los dos amigos. Después de un largo silencio, asintió y dijo: «Debemos proteger a Blanca, pero también debemos darle la oportunidad de ver la verdad por sí misma. A veces, la mejor manera de aprender es a través de nuestras propias experiencias.»
Decidieron estar atentos y apoyar a Blanca en todo momento, sin interferir directamente. Sabían que ella necesitaba encontrar su propio camino hacia la verdad. Los días pasaron, y Blanca seguía recuperándose lentamente, encontrando consuelo en su arte y en la compañía de sus amigos. Pero El Che, sintiendo que su oportunidad se desvanecía, comenzó a presionarla más.
Una tarde, mientras Blanca pintaba en su estudio, El Che se acercó y le habló sobre la posibilidad de vender algunas de sus obras a un coleccionista que él conocía. Blanca, aunque agradecida por la ayuda, sintió una pequeña duda en su corazón. Recordó las palabras de la Sra. Pisha sobre seguir sus instintos y decidió esperar. Le pidió a El Che tiempo para pensar.
Esa noche, Blanca tuvo un sueño diferente. En lugar de soñar con su amor perdido, soñó con su propia fuerza y determinación. Se vio a sí misma como una mujer fuerte, capaz de enfrentar cualquier desafío. Al despertar, sintió una nueva energía dentro de ella. Sabía que tenía que tomar el control de su vida y no dejarse influenciar por otros, sin importar cuán amables parecieran.
Decidió hablar con Pérez y El Colombiano sobre sus dudas. Sus amigos la escucharon y le ofrecieron su apoyo incondicional. La Sra. Pisha, al enterarse, sonrió con sabiduría y le dijo: «El corazón nunca se equivoca, querida. Siempre sigue lo que sientes en tu interior.»
Blanca, con renovada confianza, confrontó a El Che. Le dijo que apreciaba su amistad, pero que sentía que sus intenciones no eran sinceras. El Che, sorprendido y un poco avergonzado, trató de defenderse, pero Blanca fue firme. Le pidió que se alejara, que necesitaba espacio para encontrarse a sí misma.
El Che, al ver que sus planes habían fracasado, se marchó del pueblo. Blanca, aunque dolida por la traición, sintió un alivio inmenso. Había recuperado su vida y, lo más importante, su esperanza.
Con el tiempo, Blanca se convirtió en una artista reconocida, sus obras reflejaban su viaje de dolor a la sanación. Gordo Pérez, El Colombiano y la Sra. Pisha seguían a su lado, celebrando cada uno de sus logros.
Blanca aprendió que, aunque la vida puede ser dura y dolorosa, siempre hay una manera de encontrar la luz en medio de la oscuridad. Y así, con el apoyo de sus verdaderos amigos y la fuerza de su propio espíritu, Blanca encontró la paz y la felicidad que tanto había buscado.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.