Citlali siempre había sido una niña llena de sueños. Con su larga melena negra que caía como una cascada sobre sus hombros, y una sonrisa que iluminaba incluso los días más oscuros, intentaba ver el mundo a través de un prisma de colores. Sin embargo, su hogar era un lugar que a menudo se teñía de grises. Vivía con su madre, Mélanie; su padre, Pascual; y su hermana, Judith. Cada día, Citlali se despertaba con una mezcla de esperanza y miedo, pues nunca sabía si ese día sería mejor o si traería consigo el eco de gritos y lágrimas.
Pascual, su padre, era un hombre al que el alcohol había atrapado en sus garras. Al principio, Citlali recordaba momentos felices, como cuando él la llevaba a pasear al parque o jugaba con ellas en el patio. Pero esos recuerdos se desvanecieron lentamente, reemplazados por noches llenas de ruidos y discusiones. Mélanie, su madre, era una mujer fuerte, pero el miedo y la tristeza se reflejaban en su mirada cada vez que Pascual regresaba a casa después de haber estado bebiendo.
Una tarde, Citlali estaba en su habitación, sumida en un libro de cuentos que hablaba de héroes y aventuras. Su hermana Judith, una niña de apenas siete años con una curiosidad insaciable, entró en la habitación.
—¿Qué lees, Citlali? —preguntó Judith, asomándose con interés.
—Es una historia sobre un valiente caballero que lucha contra dragones —respondió Citlali, intentando mantener el ánimo.
Judith sonrió, pero su expresión se tornó seria cuando escucharon el estruendo de una puerta golpeando contra la pared. Era Pascual, de regreso de una de sus habituales salidas. Citlali sintió un nudo en el estómago y cerró el libro rápidamente. Judith se acercó a ella y entrelazó sus pequeños dedos con los de su hermana.
—¿Vamos a jugar al jardín? —sugirió Judith, tratando de distraerse.
—No sé… —dijo Citlali, mirando hacia la puerta—. Tal vez sea mejor quedarnos aquí.
Ambas se quedaron en silencio, esperando que la tempestad que traía su padre pasara pronto. Sin embargo, los gritos comenzaron. Pascual había empezado a discutir con Mélanie, y Citlali sentía que su corazón se rompía con cada palabra hiriente que escuchaba. Se levantó de su silla, decidida a hacer algo.
—Mamá, ¿estás bien? —gritó Citlali, con una mezcla de miedo y determinación.
La puerta se abrió de golpe, y Pascual apareció, su mirada fija en Mélanie. En ese momento, Citlali supo que tenía que intervenir. Corrió hacia su madre y se puso entre ellos.
—¡Papá, no! —gritó Citlali—. No puedes hacerle eso a mamá.
Pascual, sorprendido por la valentía de su hija, giró su mirada hacia Citlali. En su furia, levantó la mano, pero fue entonces cuando Citlali sintió un dolor punzante en su mano. Pascual había intentado golpearla, pero se detuvo justo a tiempo, como si un rayo de claridad hubiera atravesado su mente. El miedo en los ojos de sus hijas lo atravesó, y en un instante, se dio cuenta del daño que había estado causando.
Citlali se quedó paralizada, sintiendo el dolor y la tristeza que la rodeaban. Sin embargo, en ese momento de angustia, Pascual dejó caer su mano y se quedó mirando a sus hijas. El silencio se apoderó de la habitación, y los ecos de la violencia comenzaron a desvanecerse.
—Lo siento… —murmuró Pascual, su voz temblorosa—. No quiero que vivan con miedo. No quiero hacerles daño.
Mélanie, que había estado observando en silencio, sintió que una chispa de esperanza se encendía en su corazón. La mirada de Citlali y Judith se suavizó, y por un momento, todos sintieron que podían respirar de nuevo.
—Papá, ¿puedes cambiar? —preguntó Judith con su inocencia característica.
Pascual bajó la cabeza, sintiendo la carga de su pasado. Se dio cuenta de que la vida que había llevado no solo lo había destruido a él, sino que también había arruinado la vida de su familia. En ese instante, se sintió pequeño y vulnerable, y por primera vez, se sintió listo para buscar ayuda.
Con el paso de los días, Pascual comenzó a asistir a grupos de apoyo. Al principio, era difícil, y a menudo se sentía tentado a abandonar. Sin embargo, Citlali y Judith estaban a su lado, apoyándolo con amor y comprensión. Mélanie, aunque herida, decidió darle una segunda oportunidad. Su familia había estado rota durante mucho tiempo, y ella también había sufrido las consecuencias de la violencia.
La transformación de Pascual no fue inmediata. Hubo momentos en los que recaía, y la sombra del alcohol aún acechaba a su familia. Sin embargo, cada vez que esto ocurría, Citlali recordaba aquel momento en que se interpuso entre su padre y su madre. Se dio cuenta de que el amor y el apoyo podían ser más fuertes que el miedo. En esos momentos, se aferraba a la esperanza y la fe en que su padre podía cambiar.
Un día, mientras Pascual se sentaba en la mesa de la cocina, reflexionó sobre su vida. Citlali y Judith estaban en el jardín, riendo y jugando. El sonido de sus risas era como una melodía, y Pascual sintió una oleada de emociones. Recordó a las dos niñas que siempre habían estado a su lado, incluso cuando él no lo merecía.
—Mamá, quiero hablar contigo —dijo Pascual, su voz llena de determinación—. Quiero que me ayudes a ser un mejor padre y un mejor esposo.
Mélanie lo miró, sorprendida pero también esperanzada. Sabía que el camino sería difícil, pero también entendía que el amor y el apoyo podían ayudar a sanar las heridas. A partir de ese momento, juntos comenzaron a construir un nuevo hogar, lleno de amor y comprensión.
Con el tiempo, la familia comenzó a sanar. Pascual asistía a sus reuniones y se esforzaba por mantener su compromiso. Citlali y Judith veían los cambios en su padre, y su madre se sentía más fuerte a medida que avanzaban juntos. Aprendieron a comunicarse y a expresar sus sentimientos, incluso cuando era difícil.
Una noche, mientras estaban sentados en la sala, Citrali decidió que era el momento de compartir sus pensamientos.
—Papá, sé que no fue fácil para ti cambiar, pero estamos orgullosas de ti —dijo Citlali, mirándolo con admiración.
—Gracias, hija —respondió Pascual, con una sonrisa sincera—. Lo hice por ustedes, y seguiré esforzándome. Ustedes son mi razón para seguir adelante.
La vida se sentía diferente ahora. Los días de violencia y miedo se habían convertido en momentos de unión y comprensión. La familia aprendió a celebrar cada pequeño logro y a apoyarse mutuamente en los momentos difíciles.
Judith, con su naturaleza optimista, comenzó a organizar pequeñas reuniones familiares donde compartían risas y juegos. Un día, se le ocurrió hacer una noche de juegos de mesa, donde cada uno eligió su favorito. A medida que el reloj avanzaba, la sala se llenaba de risas y amor. Pascual, sintiéndose más como un padre que nunca, disfrutó de cada instante con su familia.
—Mamá, ¿podemos hacer esto todos los viernes? —preguntó Judith, con su mirada brillante.
—Claro, mi amor —respondió Mélanie, con una sonrisa que reflejaba felicidad.
A medida que pasaba el tiempo, Citlali comenzó a compartir su experiencia en la escuela. Hablaba sobre la importancia de enfrentar los problemas y buscar ayuda, y sus compañeros la escuchaban con atención. Se dio cuenta de que no era la única que había enfrentado situaciones difíciles, y que su historia podía inspirar a otros a buscar el cambio.
Un día, mientras daba una charla en su clase, una niña levantó la mano.
—¿Cómo lograste que tu papá cambiara? —preguntó curiosa.
Citlali sonrió, recordando todos los momentos de lucha y esperanza.
—Fue difícil, pero nunca dejé de creer en él. A veces, lo único que necesitamos es apoyo y amor —respondió con sinceridad.
Sus palabras resonaron en sus compañeros, y algunos se acercaron a ella después de la clase para compartir sus propias historias. Citlali se sintió empoderada y agradecida por poder ayudar a otros a encontrar su voz.
Con el tiempo, la familia de Citlali se convirtió en un símbolo de esperanza en su comunidad. Juntos, compartieron su historia en charlas comunitarias, y se unieron a campañas que abogaban por la prevención de la violencia familiar. Se convirtieron en defensores de los valores que habían aprendido a través de su experiencia: el amor, el perdón y la valentía.
Pascual, ahora un hombre renovado, se sintió feliz de ver a su familia florecer. Cada día era un nuevo comienzo, y aunque sabía que el camino nunca sería fácil, estaba decidido a seguir adelante, apoyando a su esposa e hijas en todo lo que pudiera.
El tiempo pasó, y Citlali, Judith y Mélanie crecieron, pero el lazo que formaron se mantuvo fuerte. La vida les enseñó que, aunque a veces enfrentamos desafíos difíciles, siempre hay una salida. Con amor y valentía, podían superar cualquier obstáculo.
Y así, Citlali comprendió que el verdadero valor no solo reside en ser valiente, sino en reconocer nuestras debilidades y buscar ayuda. Su historia se convirtió en un recordatorio de que la esperanza siempre puede prevalecer, y que el amor puede sanar incluso las heridas más profundas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.