Había una vez un niño llamado José, un pequeño de cuatro años lleno de curiosidad y energía. A menudo, José pasaba su tiempo jugando con sus amigos en el parque, riendo y corriendo por el césped verde. Sin embargo, a veces se sentía un poco diferente. A veces, las emociones lo invadían como una nube gris, y no sabía cómo enfrentar esos sentimientos. José vivía con su mamá, su papá y su perrito, Champ, que siempre estaba a su lado, moviendo la cola.
Un día, después de jugar con sus amigos, José regresó a casa un poco triste. Su mamá, que siempre estaba atenta a cómo se sentía su hijo, le preguntó:
—¿Qué te pasa, José? ¿Por qué no estás tan contento hoy?
José miró al suelo y dijo:
—No sé, mamá. A veces siento cosas que no entiendo. A veces estoy feliz, pero otras veces me siento triste sin razón.
Su mamá se agachó y puso una mano en el hombro de su hijo.
—Está bien sentir eso, José. A veces las emociones pueden ser difíciles de entender. ¿Sabes? Hay personas que pueden ayudarte a descubrirlas.
José miró a su mamá con ojos grandes.
—¿Quiénes son esas personas, mamá?
—Hay una psicóloga en nuestro vecindario. Ella ayuda a los niños a comprender sus emociones. Podemos visitar a ella si te gustaría.
José pensó un momento. La idea de hablar con alguien sobre sus sentimientos le pareció un poco aterradora, pero también interesante. Así que asintió con la cabeza.
Al día siguiente, su mamá lo llevó a conocer a la psicóloga. La psicóloga era una mujer amable llamada Sofía. Tenía una gran sonrisa y un ambiente acogedor en su consulta, lleno de juguetes y colores brillantes. Cuando José entró en la sala, se sintió un poco más tranquilo.
—Hola, José. Soy Sofía. Estoy aquí para ayudarte a entender tus emociones. Cuéntame, ¿cómo te sientes hoy?
José se encogió un poco, pero luego empezó a hablar.
—A veces, me siento muy feliz, pero otras veces, siento que algo me pesa en el corazón y no sé por qué.
Sofía lo miró con comprensión.
—Eso es normal, José. Permíteme mostrarte algo. Vamos a imaginar que nuestras emociones son como un viaje en un tren. A veces estamos en un carro muy feliz, lleno de risas y juegos. Otras veces, estamos en un carro que es un poco más silencioso, y eso está bien. ¿Te gustaría hacer un viaje en ese tren conmigo?
Los ojos de José brillaron de emoción.
—¡Sí, quiero!
Sofía sacó un dibujo de un tren y le pidió a José que lo ayudara a colorearlo. Mientras ambos coloreaban, Sofía comenzó a explicar algunas de las emociones que podemos sentir.
—Mira, tenemos el carro de la tristeza. A veces, cuando estamos tristes, es como si el tren se detuviera un poco. Pero no tienes que quedarte en ese carro. Podemos visitar otros carros.
—¿Cómo hacemos eso? —preguntó José mientras pasaba su crayón azul por el dibujo.
—Podemos hablar sobre lo que sentimos y descubrir qué hay detrás de esa tristeza. A veces, compartir nuestros sentimientos con alguien que nos escucha nos ayuda a sentirnos mejor. Además, hay otras emociones que podemos visitar, como la alegría, la ira o el miedo. ¿Te gustaría que hiciéramos un mapa de nuestras emociones?
José asintió entusiasmado. Sofía dibujó un gran mapa en la pizarra. Cada carro del tren representaba una emoción diferente. Había un carro de alegría decorado con arcoíris, uno de tristeza con nubes grises, uno de ira con relámpagos y uno de miedo con sombras misteriosas.
—Ahora, José, quiero que pienses en una emoción que hayas sentido esta semana. ¿Te acuerdas de alguna?
José reflexionó por un momento y luego dijo:
—Ayer, me sentí muy enojado porque mis amigos no querían jugar conmigo.
Sofía sonrió y le preguntó:
—Eso es muy valiente de tu parte, José. Vamos a imaginar que estamos en ese carro de la ira. ¿Qué pasaba cuando te enojaste?
—Me sentí como un volcán a punto de estallar. Quería gritar, pero no lo hice porque no quería que se pusieran tristes.
Sofía lo miró con admiración.
—Es excelente que hayas controlado tus ganas de gritar. A veces, cuando estamos enojados, necesitamos buscar una manera tranquila de expresar ese sentimiento. ¿Qué tal si imaginamos que tenemos una caja de herramientas donde podemos guardar maneras de hablar sobre lo que sentimos en vez de gritar?
José pensó y dijo:
—Podemos usar palabras para decir cómo nos sentimos, ¿verdad?
—¡Exactamente! Es un gran comienzo, José. Además, podemos aprender a respirar hondo y contar hasta diez antes de dejar salir esos sentimientos.
Así continuó la charla entre José y Sofía, y poco a poco, José comenzó a sentir que sus emociones no eran tan temibles como pensaba. Sentía que a pesar de las nubes grises de tristeza y los relámpagos de ira, también había un carro de alegría que podía visitar en cualquier momento.
Cuando la sesión terminó, José se despidió de Sofía, y su mamá lo llevó a casa. Durante todo el camino, José no podía dejar de pensar en su viaje por el tren de las emociones. Cuando llegaron a casa, se sintió más ligero. Era como si las nubes en su corazón se estuvieran despejando.
Esa noche, mientras cenaban, José decidió compartir lo que había aprendido con su papá y su mamá.
—¡Mamá! ¡Papá! Hoy hablé con la psicóloga Sofía y aprendí sobre las emociones.¡Son como un viaje en tren!
Su papá, que estaba comiendo un delicioso trozo de pollo, levantó la vista curioso.
—¿De verdad, José? Cuéntame más.
—Sí. Hay carros de diferentes emociones: alegría, tristeza, ira y miedo. A veces, me siento en el carro de la tristeza, pero ahora sé que puedo pasar al carro de la alegría.
Su mamá sonrió mientras escuchaba atentamente.
—Eso suena increíble, hijo. Es muy importante saber que está bien sentirse triste a veces, pero también tenemos que recordar buscar la felicidad.
José asintió con seriedad. Luego continuó:
—Ayer me enojé porque no querían jugar conmigo. Pero ahora sé que puedo hablar con ellos y decirles cómo me siento.
Su papá le palmeó la espalda.
—¡Muy bien hecho, José! Comunicar tus sentimientos es muy importante. Después de todo, nuestros amigos también tienen emociones, y hablar sobre ellas nos ayuda a entendernos mejor.
Mientras cenaban, José se dio cuenta de que sus amigos, como Martín, Laura, y Ana, también podían estar aprendiendo sobre sus emociones. Esa noche, José se fue a dormir con una sonrisa en el rostro, soñando con la próxima aventura que tendría hablando con sus amigos sobre sus sentimientos.
Al día siguiente, decidió invitar a sus amigos a jugar al parque. Cuando llegaron, todos estaban felices de verse. Mientras corrían y jugaban, José recordó lo que había aprendido sobre compartir emociones y decidió que era un buen momento para ponerlo en práctica.
—Oigan, chicos, ¿podemos sentarnos un momento? Quiero hablarles de algo.
Los amigos se miraron con curiosidad, y se sentaron en círculo, listos para escuchar.
—Hoy fui al psicólogo y aprendí sobre cómo nos sentimos. Yo a veces me tengo que sentir triste y no sé cómo decirlo. ¿Alguna vez ustedes se sienten así?
Martín, el más impulsivo del grupo, fue el primero en responder.
—¡Sí! A veces me siento frustrado cuando no puedo hacer algo bien en el fútbol.
Laura, que era muy sensible, agregó:
—Yo a veces me siento triste cuando veo a otros jugar sin mí. Me gustaría que todos jugáramos juntos siempre.
Ana, la más pequeña, bajó la cabeza.
—Yo a veces me siento con miedo cuando hay ruidos fuertes. No sé por qué, pero me asusta.
José se dio cuenta de que cada uno de sus amigos tenía diferentes emociones, y eso les estaba ayudando a unirse. Así que, después de hablar, decidieron nombrar sus emociones.
—Podemos hacer un juego donde nombramos nuestras emociones y luego contamos qué podemos hacer para sentirnos mejor —sugirió José.
Todos estuvieron de acuerdo, y así comenzaron a compartir. Empezaron a bailar y a jugar al «juego de las emociones», donde cada uno contaba una situación donde se había sentido feliz o triste, enojado o asustado.
Rieron al recordar las veces que habían superado juntos sus miedos. José se sintió contento al ver que sus amigos se estaban abriendo, y a él no le dio miedo compartir lo que había descubierto sobre sí mismo.
Mientras jugaban, el sol brillaba y el aire era fresco. De repente, un pequeño gato negro apareció y se acercó. Su curioso comportamiento les hizo reír a todos. José lo acarició y dijo:
—Este es un amigo perfecto, ¿no creen? Hasta los animales tienen emociones. ¡Miren cómo juega!
Disfrutaron del momento con el pequeño gato, y cada uno compartió lo que sentían al abrazar al nuevo amigo. Cada emoción era válida, cada uno era especial, y juntos aprendían a afrontar lo que sentían.
Así pasaron el día, jugando y compartiendo, descubriendo la importancia de expresarse y ser sinceros con sus amigos. Era una tarde maravillosa en la que no solo jugaron, sino que también aprendieron a ser más comprensivos.
La tarde terminó, y poco a poco, los amigos se fueron a casa. José llegó contento y lleno de energía. Su mamá lo esperaba en la puerta.
—¿Cómo fue tu día, José?
—Fue increíble, mamá. Hablé con mis amigos sobre nuestras emociones, y compartimos lo que sentimos. ¡E incluso conocimos a un gato!
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, José pensó en todo lo que había aprendido. Se dio cuenta de que no estaba solo en sus emociones; todos a su alrededor también sentían cosas. La tristeza, la ira, el miedo, y la alegría eran parte de la vida.
Así, José entendió que hablar sobre lo que sentimos es muy valioso. Al día siguiente, en la escuela, decidió seguir compartiendo lo que había aprendido. Con mucho entusiasmo, habló con su maestro y otros compañeros, trayendo a la clase un nuevo juego en el que todos expresaban sus emociones.
Con cada palabra que José compartía, su felicidad crecía, y las nubes grises de tristeza se desvanecían, dejando espacio para un cielo azul lleno de comprensión y amistad.
Finalmente, José aprendió que las emociones son como un viaje en tren donde hay estaciones alegres y otras tristes, pero lo más importante es que, al compartir y apoyar a los demás, siempre podemos encontrar maneras de crear un viaje lleno de amor y alegría.
Desde aquel día, José y sus amigos se convirtieron en un grupo unido, siempre listos para hablar sobre sus sentimientos y apoyarse mutuamente, viajando juntos en el colorido tren de las emociones, donde el amor y la comprensión siempre eran la mejor ruta.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.