En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, vivían tres amigos inseparables: Diego, César y Danna. Desde pequeños, habían compartido aventuras, risas y secretos. Las tardes de verano las pasaban explorando el bosque que se extendía detrás de sus casas, donde los árboles susurraban historias antiguas y las flores danzaban con el viento. A pesar de su cercanía, eran muy diferentes entre sí.
Diego era el más soñador, siempre con la cabeza en las nubes, pensando en mundos lejanos y en cómo algún día se convertiría en un gran inventor. Le fascinaba construir artilugios extraños con pedazos de metal y madera que encontraba en el taller de su abuelo. Sus ojos brillaban cada vez que hablaba de sus inventos, aunque a veces los demás sólo veían en ellos montones de chatarra.
César era el más práctico del grupo. Con una mente analítica, se preocupaba por los detalles y gustaba de resolver problemas. Era el que aseguraba que todo saliera bien cuando se embarcaban en sus aventuras. Sin embargo, a veces su naturaleza crítica hacía que los demás sintieran que no podían hacer nada sin su aprobación.
Danna, por otro lado, era la más divertida y creativa. Le encantaba contar historias y hacer reír a sus amigos. A menudo, organizaba pequeños teatros donde interpretaba a diferentes personajes, llenando el aire de risas y aplausos, incluso si sólo estaban ellos tres en la audiencia. Pero había algo en su interior que siempre la hacía sentir insegura. A veces deseaba poder ser más como Diego o César, pero no sabía cómo.
Un día, mientras exploraban el bosque, encontraron un viejo y misterioso libro encerrado en una caja de madera cubierta de musgo. El libro estaba repleto de cuentos y leyendas de un tiempo olvidado y, al abrirlo, se dieron cuenta de que estaba escrito en un idioma que no lograban comprender. Sin embargo, en la primera página había un dibujo que llamaba poderosamente su atención. Era una imagen de un niño, una niña y un animal acompañándolos, todos muy felices.
—¿Qué creéis que significa? —preguntó Diego, mientras pasaba las páginas del libro con cuidado.
—Quizá nos está diciendo que debemos ser auténticos —respondió Danna, con un brillo curioso en los ojos—. Mirad la sonrisa de esos personajes. Tal vez, si encontramos lo que nos hace felices, también nosotros seremos así.
César frunció el ceño, pensativo. —Pero, ¿cómo logramos eso? Todos tenemos habilidades diferentes. ¿Cómo podemos encajar en una sola idea de ser nosotros mismos?
Con el libro entre manos, los tres amigos decidieron que cada uno escribiría una pequeña historia sobre lo que significaba ser uno mismo. Estaban ansiosos por compartir sus relatos en una tarde mágica de narraciones. Mientras pensaban en sus historias, de repente, un pequeño zorro apareció entre los arbustos. Su pelaje era brillante y sus ojos reflejaban curiosidad. Los amigos no podían creer lo que veían; parecía que el zorro los estaba invitando a seguirlo.
—¡Sigámoslo! —gritó Diego, emocionado.
El pequeño zorro los llevó a un claro oculto, donde había un lago resplandeciente que reflejaba el cielo azul como un espejo. Al llegar, el zorro se sentó sobre una roca y les miró con atención, como si esperara que comenzaran a contar sus historias.
—Este lugar es mágico —dijo Danna, mientras observaba el agua que brillaba con intensidad—. ¡Es perfecto para nuestras historias!
Diego se sentó en la hierba y comenzó a hablar, dejando fluir sus ideas. —Yo quiero contar la historia de un inventor que crea un artefacto que le permite volar. Al principio, todos en su pueblo se burlan de él, pero un día, el artefacto funciona y el inventor vuela alto por el cielo. Cuando regresa, todos los demás lo ven y empiezan a creer en su sueño. Aprenden que ser diferente no es malo, y que cada uno tiene su propio propósito en la vida.
Danna aplaudió emocionada. —¡Esa es una gran historia! Ahora me toca a mí. Quiero contar sobre una niña que siempre se siente fuera de lugar porque es diferente. Se encuentra con un grupo de amigos que parecen perfectos, pero, con el tiempo, se da cuenta de que no necesita cambiar quién es para ser aceptada. Ella decide ser ella misma y, al final, sus amigos valoran su autenticidad y alegría.
César, un poco tenso, empezó a narrar su historia. —Mi cuento es sobre un joven que siempre sigue las reglas y las expectativas de los demás. Un día, conoce a una sirena que le enseña a ser valiente y a tomar decisiones por sí mismo. Al final, él encuentra su propio camino, sin miedo a fracasar; comprende que ser uno mismo es lo más importante, y que está bien equivocarse.
Mientras escuchaban a César, el pequeño zorro movió la cola, pareciendo emocionado. Entonces, se dio cuenta de que cada uno tenía una perspectiva única sobre el valor de ser uno mismo. Era una lección imprescindible para ellos.
Una vez que terminaron de contar sus historias, el zorro saltó de la roca y dio vueltas alrededor de ellos, como si estuviera celebrando la conexión entre sus relatos. Se acercó a Diego y lo miró con profundidad, como si le dijera que sus sueños eran válidos. Luego se volvió hacia Danna, entendiendo la importancia de la aceptación. Finalmente, se paró frente a César, quien había utilizado su conocimiento para descubrir el camino hacia su propio corazón.
Mientras disfrutaban de la frescura del entorno, los amigos sintieron que el zorro tenía algo más que decirles. Sin embargo, no podía hablar como un humano. En su lugar, parecía moverse con una agilidad especial, guiándolos de un lado a otro del lago. Entonces, por arte de magia, el agua comenzó a brillar aún más, formando imágenes de ellos mismos. Se vieron en sus propios mundos, siendo auténticos, felices y rodeados de amor. Estaban sorprendidos por lo que veían.
—¡Miren! —exclamó Danna—. ¡Es como si el lago reflejara quiénes somos realmente!
—Sí —afirmó Diego—. Este lugar nos está mostrando el poder de ser nosotros mismos.
César, que normalmente era el más lógico, también se dejó llevar por el momento. —Tal vez deberíamos recordar esto cada vez que dudemos de nosotros mismos.
Con la tarde volando rápidamente, los amigos sintieron que debían regresar a casa, pero llevaban consigo una nueva chispa en sus corazones. Habían aprendido que a veces el mayor desafío era aceptar quienes eran, con sus diferencias y singularidades. Esa noche, cada uno decidió que, al día siguiente, en el colegio, compartirían su experiencia, así como lo hicieron en el claro junto al lago. Serían capaces de inspirar a otros a ser auténticos también.
Al llegar al colegio, Diego fue el primero en levantar la mano en clase, dispuesto a compartir su historia. Mientras relataba su cuento, sus compañeros le escucharon con atención. Poco a poco, se sintieron inspirados, y al finalizar, otros niños empezaron a contar sus propias historias de aceptación y autenticidad. Algunos revelaron sus miedos, mientras que otros celebraron sus diferencias.
Por su parte, Danna se sintió más valiente que nunca y organizó un pequeño evento en la escuela llamado «El Festival de Historias de Autenticidad». En él, todos los estudiantes estaban invitados a compartir sus propios relatos. Con el apoyo de César, se aseguraron de que cada voz fuera escuchada, creando un ambiente donde todos se sintieran libremente expresados. Así, aprendieron unos de otros y formaron lazos más fuertes.
César, aunque siempre había sido un poco serio y controlador, se dio cuenta de que permitir que otros hablaran y compartieran sus sentimientos daba lugar a momentos valiosos. Poco a poco, cada integrante del grupo se sintió más seguro y orgulloso de ser quien realmente era. El zorro, que había sido su guía en el bosque, los miraba desde la distancia, como un protector de sus secretos y sueños.
El tiempo pasó, y cada uno de los amigos siguió su camino, explorando sus pasiones y habilidades. Diego se convirtió en un joven inventor conocido por su creatividad. Danna se destacó en el mundo del arte y la narrativa, inspirando a otros con sus historias. César, tras sus experiencias, supo equilibrar su necesidad de ordenar con la valentía de ser flexible y disfrutar el momento.
Bajo el cielo estrellado, en aquel claro junto al lago, el pequeño zorro había desaparecido, pero su esencia permanecía en sus corazones, recordándoles siempre que ser uno mismo es el mayor regalo que se puede ofrecer al mundo. Lo único que se necesita es atreverse a ser auténtico, abrazar el propio yo y descubrir que cada uno de ellos, con sus diferencias y singularidades, era valioso y importante en este vasto tejido de la vida.
Y así, en ese pequeño pueblo, el valor de ser uno mismo se convirtió en un legado que perduró a través de generaciones, comenzando con tres amigos que aprendieron que la autenticidad es lo que realmente nos une. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.