Había una vez, en un colorido pueblo rodeado de montañas, cinco amigos que se querían mucho. Eran Yelipza, Luisa, Fernando, Cinthia y Rita. Cada uno de ellos tenía una personalidad única que hacía que su grupo fuera muy especial. Yelipza era la más responsable, siempre se aseguraba de que todos hicieran su tarea. Luisa era muy creativa, le encantaba inventar cuentos. Fernando era el más juguetón, siempre hacía reír a sus amigos. Cinthia era muy amable y siempre estaba dispuesta a ayudar. Y Rita era un poco traviesa, pero tenía un gran corazón.
Un día, mientras jugaban en el parque, decidieron que era un buen momento para hacer algo divertido y diferente. «¡Vamos a inventar un juego nuevo!» propuso Luisa con una gran sonrisa. «¿Qué te parece, Yelipza?» preguntó. «Me parece genial, pero tenemos que asegurarnos de jugar de manera justa y respetar las reglas», respondió Yelipza, con su habitual responsabilidad.
Fernando, que estaba haciendo imitar el sonido de un gato, se detuvo y dijo: «¡Entiendo! Podemos tener un juego de aventuras, donde cada uno tiene un rol y debemos seguir las reglas». Todos asintieron emocionados. Así que empezaron a planear su juego. Cinthia, mientras tanto, pensaba en cómo hacer que el juego fuera inclusivo y que todos tuvieran un rol.
«Podemos ser piratas, buscando un tesoro escondido», sugirió Cinthia. «¡Sí! Y cada uno puede tener una misión especial», agregó Rita. A todos les pareció una gran idea. Empezaron a decidir qué rol tendría cada uno. Yelipza sería la capitana del barco, la que guiaba y decía qué hacer. Luisa se encargaría de las historias sobre el tesoro perdido. Fernando sería el divertido marinero que siempre traía ocurrencias graciosas, Cinthia sería la amable cocinera del barco, que se encargaría de poner un poco de comida y alegría a la aventura, y Rita, con su naturaleza traviesa, sería el pequeño loro que guarda el mapa, pero que a veces se escapa y dice palabras secretas para demostrar que se necesita concentración y disciplina.
Los cinco amigos se acomodaron en un rincón del parque y comenzaron a jugar. Yelipza comenzó a dar instrucciones sobre cómo debían buscar el tesoro. Los amigos estaban muy emocionados y listos para la aventura. Sin embargo, a medida que avanzaban en el juego, se dieron cuenta de que no estaban siguiendo las reglas que habían acordado. Rita, la traviesa, comenzó a hacer lo que quería, muchas veces ignorando a Yelipza. Esto causó un poco de desorden y algunos se sentían frustrados.
«Rita, recuerda que tienes que quedarte cerca de nosotros y seguir lo que hemos acordado», dijo Yelipza con amabilidad. «Sí, es más divertido si todos hacemos lo que hemos planeado juntos», agregó Cinthia. Pero en lugar de obedecer, Rita se rió y se alejó un poco más lejos, decidida a hacer de las suyas.
Fernando, que ya estaba un poco cansado de que todo estuviera fuera de control, se acercó a Cinthia y dijo: «No podemos encontrar el tesoro si Rita no sigue las reglas. ¿Qué hacemos?»
«Quizás deberíamos hablar con ella», sugirió Cinthia, con su voz suave. «Cuando todos jugamos juntos y seguimos las reglas, más divertido es el juego».
Así, los amigos, un poco preocupados, se acercaron a Rita. «Oye, Rita, realmente queremos jugar contigo, pero necesitamos que todos sigamos las reglas para que la aventura sea genial», dijo Luisa. «Sí, como en una verdadera tripulación de piratas, todos tienen un papel que desempeñar y debemos trabajar juntos», añadió Yelipza.
Rita, al ver la preocupación en los ojos de sus amigos, se dio cuenta de que sus acciones estaban afectando el juego. “Lo siento, no quería que se frustraran. A veces me emociono y solo quiero jugar a mi manera”, explicó. «Pero tengo que aprender que también es importante seguir las reglas y escuchar a mis amigos».
“Exactamente”, dijo Yelipza, sonriendo. “La disciplina no solo nos ayuda a aprender, también hace que la diversión sea mejor. Si todos seguimos las reglas, podemos llegar juntos al tesoro”.
Rita pensó un momento y luego asintió. “Está bien, prometo ser buena y seguir las reglas. ¡Vamos a encontrar ese tesoro juntos!” Todos sonrieron y se sintieron felices de que Rita había entendido.
Así que volvieron al juego, y esta vez, todos estaban en sintonía. Yelipza lideró el camino con confianza, Luisa contaba historias emocionantes sobre el tesoro escondido, Fernando hacía reír a todos con sus ocurrencias, Cinthia se encargó de mantener el ambiente alegre y Rita, con su energía traviesa, estaba atenta a seguir las instrucciones de su papel. Al final del día, después de buscar y buscar, encontraron una pequeña caja escondida debajo de un arbusto. ¡Era el tesoro!
Cuando abrieron la caja, había dulces y juegos para todos. «¡Lo logramos!», gritaron al unísono. Todos compartieron los dulces y se rieron de las aventuras del día. El gran tesoro no solo era el dulce que encontraron, sino la lección que aprendieron sobre la disciplina y la obediencia que les había permitido disfrutar de la aventura juntos.
Esa tarde, mientras el sol se ponía y el cielo se llenaba de colores, los amigos se sentaron en círculo para hablar. “Hoy aprendimos que cuando seguimos las reglas, todos podemos divertirnos más. La disciplina y la obediencia no son cosas malas, son lo que nos ayuda a ser libres para disfrutar juntos”, dijo Yelipza con una gran sonrisa.
Y así, los cinco amigos reafirmaron su compromiso de seguir apoyándose, respetarse entre ellos y siempre recordar que juntos eran más fuertes y felices. Desde ese día, jugar en su parque favorito se convirtió en una maravillosa aventura llena de risas, amor y sobre todo, mucho respeto y disciplina.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.