Cuentos de Valores

Entre las alas de mi corazón, late el tuyo

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Helena siempre había sido una mujer llena de amor, paciencia y sabiduría. Su hija Rocío, una niña de once años curiosa y llena de energía, era el centro de su mundo. Vivían en una pequeña casa al borde del pueblo, rodeada de árboles altos y flores que parecían bailar con el viento. Cada día, después de la escuela, Rocío llegaba corriendo a casa, ansiosa por contarle a su madre todas las aventuras y preguntas que se le ocurrían.

Una tarde de primavera, Rocío llegó como de costumbre, con la mochila todavía colgada a un lado y los ojos brillantes de emoción. «¡Mamá! En la escuela hoy aprendimos sobre la importancia de la amistad y la honestidad. Me encanta, pero a veces siento que no siempre sé qué hacer para ser una buena amiga», explicó mientras se sentaba en el sofá.

Helena sonrió, acercándose para abrazar a su hija con ternura. «Ser una buena amiga y una buena persona no siempre es fácil, Rocío, pero siempre se aprende si escuchamos a nuestro corazón. Déjame contarte una historia.» Rocío se acomodó, fascinada por ese comienzo, porque sabía que las historias de su madre siempre tenían algo especial.

«Había una vez,» comenzó Helena, «una niña llamada Emma que vivía en un pueblo muy parecido al nuestro. Emma era amable y tenía un gran deseo de ayudar a los demás. Un día, en la escuela, un nuevo niño llamado Luis llegó y estaba muy tímido y solo. Algunos niños no querían jugar con él porque pensaban que era diferente.»

Rocío frunció el ceño, indignada. «¿Por qué no iban a jugar con alguien solo porque fuera diferente? Eso no está bien.»

«Exacto,» dijo Helena, acariciando el cabello de Rocío. «Pero Emma decidió acercarse a Luis. Le sonrió y le preguntó si quería jugar. Luis aceptó feliz, y poco a poco se hicieron grandes amigos. Emma enseñó a los otros niños que la amistad se trata de aceptar a los demás tal como son, con sus diferencias y sus virtudes.»

Rocío asintió entusiasmada, pensando en sus propios amigos y en cómo a veces veía que no todos se trataban bien. «¿Pero, mamá, qué pasa cuando alguien hace algo que nos molesta? ¿Cómo debemos actuar?»

Helena pensó un instante y respondió: «A veces, lo mejor es ser honestos, pero con respeto y cariño. Como cuando tú me cuentas si algo te preocupó en la escuela. A mí me gusta que seas sincera, porque así podemos entendernos mejor y proteger nuestro amor. La verdad construye confianza, Rocío, y esa confianza es el suelo donde crecen los valores como la lealtad, la generosidad y el respeto.»

Rocío miró a su madre con admiración, sintiendo que cada palabra parecía una pequeña luz dentro de su corazón. «Entonces, ¿un buen amigo siempre debe decir la verdad, aunque sea difícil?»

«Sí, pero también debe hacerlo con amor,» explicó Helena. «Por ejemplo, si un amigo te cuenta un secreto, debes respetarlo. Si algo te duele, tienes que hablarlo, pero pensando en los sentimientos del otro, no buscando lastimarlo. Así mantenemos viva la amistad y el cariño.»

El tiempo pasó y aquella tarde se convirtió en un momento de reflexión para Rocío. Ella recordaba cierta discusión con su amiga Clara, quien se había enojado por un malentendido. Se dio cuenta que, aunque sentía miedo de hablar de lo que pasó, sabía que si no lo hacía, la distancia crecería entre ellas.

Al día siguiente, Rocío decidió poner en práctica lo aprendido. Tras la escuela, fue a buscar a Clara con una sonrisa y le dijo: «Me gustaría hablar contigo, porque creo que hubo un malentendido, y no quiero que estemos distanciadas.» Clara, sorprendida, aceptó y juntas encontraron la manera de disculparse y comprenderse mejor. Desde entonces, su amistad se fortaleció y ambas aprendieron lo valioso que es ser sinceras y amables al mismo tiempo.

Helena, viendo esa transformación en su hija, sintió un orgullo inmenso. Sabía que Rocío estaba creciendo con valores firmes, preparados para enfrentar cualquier situación que la vida le presentara. Pero lo más importante, pensó Helena, era que ese amor tan profundo que compartían las protegía como un escudo invisible.

Una noche, antes de dormir, Rocío se acercó a su madre y le dijo: «Mamá, a veces me pregunto si tú y yo tenemos una forma especial de querernos. Como si estuviéramos conectadas de una manera que nadie más puede entender.»

Helena la envolvió en un abrazo y susurró: «Eso es porque entre las alas de mi corazón late el tuyo, Rocío. Siempre estaremos juntas, sin importar lo que pase, porque el amor verdadero no se ve ni se toca, pero se siente en todo momento y en cada acción.»

Rocío sonrió, sintiendo cómo esas palabras se acomodaban en su pecho, llenándola de calma y seguridad. En ese instante comprendió que el amor entre madre e hija es un valor único, un lazo que enseña a ser mejores, más fuertes y, sobre todo, más humanos.

Pasaron los días y Rocío continuó aprendiendo, no solo de las palabras de su madre, sino también viendo sus acciones. Helena siempre ayudaba a los vecinos, respetaba la naturaleza y cuidaba con cariño a quienes necesitaban apoyo. Eso le mostró a Rocío que los valores no solo se hablan, se viven cada día, en cada gesto pequeño o grande.

Un sábado por la mañana, Helena y Rocío decidieron plantar un jardín juntas. Mientras cavaban, sembraban y regaban, hablaron sobre la paciencia, la generosidad y la perseverancia. «Verás, hija,» dijo Helena, «los valores son como estas plantas. Tienen que crecer con tiempo, con cuidado, y a veces enfrentan tormentas, pero si los cuidamos, florecerán hermosos.»

Rocío se sintió inspirada y comprendió que, en la vida, cada persona es responsable de sus propios valores, pero también puede ayudar a otros a cultivarlos. Así era como ella quería vivir: sembrando buena voluntad, amor y respeto, como su madre le había enseñado.

Con los días, el jardín se fue llenando de colores y aromas que alegraban la casa. Pero lo que más brillaba era la relación entre madre e hija, que se hacía más fuerte y profunda, alimentada por la confianza, la honestidad y el cariño.

Una tarde, mientras leían juntas en la sala, Rocío preguntó: «Mamá, ¿tú crees que un día yo podré enseñar a alguien más lo que tú me has enseñado?»

Helena la miró con ternura y respondió: «Por supuesto que sí, Rocío. Ese es el regalo más hermoso que podemos dar: transmitir los valores que hemos aprendido y vivirlos con nuestro ejemplo. Así el mundo será un lugar mejor, poco a poco, gracias a personas como tú.»

Rocío cerró el libro, abrazó a su madre y supo que ese amor incondicional era el motor que la impulsaría siempre. En los ojos de Helena vio la esperanza de un futuro lleno de luz y bondad, y en su propio corazón albergó la promesa de ser una persona auténtica y buena, siguiendo el ejemplo de la mujer que más amaba.

Así, entre risas, consejos y palabras sinceras, madre e hija continuaron su camino de vida, comprendiendo que el amor, la honestidad y la amistad son las alas que nos llevan lejos, siempre acompañados por aquellos que laten con nosotros. Porque en el vuelo de la vida, el corazón de una madre y el de su hija siempre vuelan juntos, protegiéndose y creciendo en un vínculo eterno.

Y la verdad es que, cuando el amor es tan fuerte, nunca dejamos de aprender a ser mejores. Esa es la lección que Rocío y Helena llevan en sus almas, una historia que sigue viva cada día, como un hermoso cuento de valores que inspira a quienes las rodean y que tú, querido lector, también puedes hacer crecer en tu corazón.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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