Había una vez en un pequeño y pintoresco pueblo, una niña llamada Estelina. Ella tenía siete años y era conocida por su radiante sonrisa y su corazón bondadoso. Su cabello largo y rubio brillaba como el sol, y sus ojos verdes reflejaban la curiosidad y la alegría que sentía por la vida. Vivía con su madre, una mujer cariñosa y dedicada, en una acogedora casa rodeada de flores y árboles frutales.
Estelina tenía una mejor amiga llamada Ana, con quien compartía todas sus aventuras. Ana era una niña alegre con el cabello castaño y rizado, y siempre estaba lista para explorar el mundo con Estelina. Juntas, jugaban en el parque, leían cuentos y soñaban con un futuro lleno de magia y felicidad.
Un día, mientras jugaban a las escondidas en el jardín, Estelina comenzó a sentirse extrañamente cansada. Su madre, preocupada, decidió llevarla al doctor. El doctor, un hombre sabio y amable, examinó a Estelina con mucho cuidado. Después de realizar varios exámenes, el doctor se sentó con Estelina y su madre para explicarles lo que había encontrado.
—Estelina, querida —dijo el doctor con una voz suave—, he descubierto que tienes una condición llamada epilepsia. Esto significa que a veces tu cerebro envía señales que pueden hacerte sentir cansada o darte dolor. Pero no te preocupes, con el cuidado adecuado y mucho amor, puedes llevar una vida feliz y plena.
Estelina escuchó atentamente, sin entender del todo lo que significaba tener epilepsia. Miró a su madre, quien la abrazó con ternura.
—No te preocupes, mi amor —dijo su madre con una sonrisa tranquilizadora—, vamos a aprender a manejar esto juntas. No estás sola.
A partir de ese día, la vida de Estelina cambió un poco. Comenzó a visitar al doctor con regularidad y a tomar medicinas para ayudar a controlar su condición. Aunque a veces se sentía cansada o tenía dolores, su espíritu seguía siendo fuerte y valiente.
Estelina decidió que no dejaría que la epilepsia definiera quién era. Con el apoyo de su madre y de su mejor amiga Ana, comenzó a aprender más sobre su condición. Juntas, investigaron y descubrieron formas de sobrellevar los desafíos que la epilepsia presentaba. Aprendieron sobre la importancia de descansar adecuadamente, llevar una dieta saludable y evitar el estrés.
Una tarde, mientras Estelina y Ana estaban en el jardín, tuvieron una idea maravillosa.
—¿Y si creamos un jardín especial? —sugirió Ana con entusiasmo—. Un jardín que simbolice nuestra esperanza y fuerza. Podríamos llamarlo el Jardín del Arcoíris.
A Estelina le encantó la idea. Juntas, comenzaron a planear y trabajar en su jardín. Plantaron flores de todos los colores del arcoíris: rosas rojas, tulipanes naranjas, girasoles amarillos, lirios verdes, hortensias azules, violetas y muchas otras. El jardín se convirtió en un lugar mágico, lleno de vida y color, donde podían jugar y soñar sin preocupaciones.
El Jardín del Arcoíris no solo se convirtió en un refugio para Estelina y Ana, sino que también atrajo la atención de otros niños del pueblo. Estelina, con su corazón generoso, decidió que quería enseñar a sus amigos sobre la epilepsia y la importancia del amor y la comprensión.
Organizó una reunión en el jardín e invitó a todos los niños del vecindario. Con la ayuda del doctor, quien accedió encantado a participar, explicaron a los niños lo que era la epilepsia y cómo podían apoyar a alguien que la tuviera. Hablaron sobre la importancia de la empatía y el respeto, y cómo un gesto amable podía hacer una gran diferencia en la vida de alguien.
—Todos somos diferentes —dijo Estelina con una sonrisa—, y eso es lo que nos hace especiales. La epilepsia es solo una parte de mí, pero no define quién soy. Con el apoyo de mis amigos y mi familia, sé que puedo superar cualquier desafío.
Los niños escucharon atentamente y aplaudieron a Estelina por su valentía. Muchos de ellos se sintieron inspirados y comenzaron a ver a Estelina como un ejemplo de fortaleza y determinación. El Jardín del Arcoíris se convirtió en un símbolo de esperanza para todos, un lugar donde podían aprender y crecer juntos.
A medida que pasaban los días, el jardín florecía y se llenaba de vida. Estelina y Ana continuaron cuidándolo con esmero, plantando nuevas flores y creando senderos de colores. La madre de Estelina también participaba, aportando su amor y dedicación al proyecto. El doctor visitaba el jardín con frecuencia, siempre con palabras de aliento y consejos útiles.
Un día, mientras Estelina estaba regando las flores, se dio cuenta de algo hermoso. A pesar de los desafíos que había enfrentado, había encontrado una manera de convertir su situación en algo positivo. No solo había aprendido a manejar su condición, sino que también había inspirado a otros y había creado un espacio de amor y comprensión.
Con el paso del tiempo, Estelina creció y se convirtió en una joven fuerte y valiente. Nunca dejó de cuidar el Jardín del Arcoíris y de compartir su historia con otros. El jardín se convirtió en un lugar famoso en el pueblo, conocido por su belleza y por la historia inspiradora de la niña que lo había creado.
Estelina nunca olvidó las palabras del doctor y el amor incondicional de su madre. Sabía que, gracias a ellos y a su mejor amiga Ana, había encontrado la fortaleza para enfrentar cualquier desafío. Y así, con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de esperanza, Estelina continuó viviendo su vida al máximo, siempre dispuesta a ayudar a otros y a compartir la magia de su Jardín del Arcoíris.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.