En el pequeño pueblo de Valleverde, donde las casas de colores brillantes se alinean como lápices en una caja, vivía un niño llamado José. José era conocido por todos por su energía inagotable y su sonrisa contagiosa que iluminaba cada rincón oscuro del pueblo.
José tenía algo especial, un desafío que lo hacía único: él vivía con un trastorno de déficit de atención con hiperactividad, conocido como TDAH. Esto significaba que para José, permanecer quieto era tan difícil como tratar de atrapar una mariposa con las manos vacías. Sin embargo, su madre siempre le decía que cada desafío traía consigo un regalo especial, y José estaba a punto de descubrir el suyo.
Un sábado soleado, la maestra Ana organizó una salida con toda la clase al parque natural de Valleverde. El parque era famoso por su gran laberinto de setos, que cada año atraía a visitantes de lugares lejanos. Para José, este no era un simple paseo, era una aventura, y él estaba decidido a ser el líder de la expedición.
Cuando llegaron al parque, la maestra Ana reunió a todos los niños y explicó las reglas: debían mantenerse juntos y seguir el mapa para encontrar la salida del laberinto. José, con su mapa en mano, se sintió como un verdadero explorador. Sin embargo, en cuanto entraron en el laberinto, la emoción se apoderó de él y, olvidando las instrucciones, corrió hacia adelante dejando atrás a sus compañeros.
Perdido en su aventura, José no tardó en darse cuenta de que estaba solo. Las paredes verdes del seto se cerraban a su alrededor y cada esquina parecía igual a la anterior. Un pánico suave comenzó a brotar en su pecho, pero entonces recordó las palabras de su madre: «Tu energía es tu regalo, úsala sabiamente».
Respirando hondo, José decidió que debía usar su energía para concentrarse y resolver el problema, no para asustarse. Empezó a observar cuidadosamente los patrones en los setos y a compararlos con su mapa. Poco a poco, comenzó a entender cómo se conectaban los caminos y a reconocer los puntos de referencia que había ignorado en su carrera.
Justo cuando José empezaba a sentir que podía manejar la situación, escuchó voces. Eran sus compañeros, guiados por la maestra Ana, buscándolo. José corrió hacia las voces, y usando los signos que había aprendido a reconocer, encontró el camino de regreso a su grupo.
«¡José! ¿Estás bien?» preguntó la maestra Ana, aliviada al verlo. José, con una sonrisa de oreja a oreja, asintió y dijo, «¡Estoy más que bien, maestra! ¡Creo que he aprendido a usar mi mapa!»
El resto del día, José se mantuvo cerca de sus compañeros, pero con una nueva confianza. Había descubierto que su capacidad de moverse y pensar rápidamente, aunque a veces lo llevaba a actuar sin pensar, también podía ayudarlo a resolver problemas si aprendía a controlarla y usarla en el momento adecuado.
Al final del día, mientras los niños se preparaban para volver a casa, la maestra Ana se acercó a José y le puso una mano en el hombro. «Hoy hiciste un gran trabajo, José. Has usado tu energía de una manera maravillosa. Estoy muy orgullosa de ti», le dijo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.