Había una vez una familia que vivía en una casa amarilla de dos pisos. La casa estaba rodeada de un jardín lleno de flores de todos los colores, y en el patio trasero había un gran árbol donde los niños del vecindario solían jugar. La familia estaba compuesta por mamá, papá, y sus dos hijas, Jazmine y Victoria. Los padres eran inmigrantes de Sudamérica, y se habían mudado a ese país en busca de un futuro mejor para sus hijas.
Jazmine era la mayor. Tenía un cabello castaño y ondulado que le caía sobre los hombros y una sonrisa cálida. Sin embargo, Jazmine era invidente y, aunque tenía una personalidad encantadora y muchos talentos, no le gustaba su nombre ni su condición. En el instituto, se hacía llamar Andrea porque sentía que ese nombre le ayudaba a encajar mejor y a esconder su verdadero yo. Su familia estaba preocupada por ella porque veían que no se aceptaba tal como era.
Victoria, su hermana menor, era una niña llena de energía y curiosidad. Le encantaba explorar el jardín y trepar al gran árbol del patio trasero. Aunque Victoria y Jazmine eran muy diferentes, se querían mucho y disfrutaban pasar tiempo juntas. Mamá y papá siempre les enseñaban la importancia de los valores como la aceptación, la empatía y el amor.
Un día, llegó una nueva estudiante al instituto. Se llamaba Elena y era una niña alegre y amigable. Tenía el cabello rubio y rizado, y sus ojos verdes brillaban con entusiasmo. Desde el primer momento, Elena sintió curiosidad por Jazmine. A Elena le gustaban las mismas cosas que a Jazmine, como la música y la lectura, y no le importaba que Jazmine fuera invidente. Para ella, lo más importante era la amistad y la conexión que sentía con ella.
Elena se acercó a Jazmine un día durante el recreo. «Hola, me llamo Elena. ¿Quieres sentarte conmigo y escuchar música?» Jazmine, aunque un poco sorprendida, aceptó con una sonrisa tímida. A partir de ese momento, comenzaron a compartir muchas cosas y se hicieron muy buenas amigas. Elena nunca juzgó a Jazmine por su ceguera ni le importó que se hiciera llamar Andrea. Simplemente, la aceptaba tal como era.
Con el tiempo, gracias a la amistad con Elena, Jazmine comenzó a sentirse más segura de sí misma. Empezó a darse cuenta de que no necesitaba esconderse detrás de otro nombre y que podía ser aceptada y querida tal como era. Poco a poco, Jazmine dejó de llamarse Andrea y comenzó a presentarse como Jazmine, su verdadero nombre.
Un día, Elena invitó a Jazmine a su casa para pasar la tarde juntas. Mientras caminaban, Jazmine le confesó a Elena lo difícil que había sido para ella aceptar su ceguera y cómo había tratado de ocultarlo en el instituto. Elena la escuchó atentamente y le dijo: «Jazmine, tú eres una persona maravillosa tal como eres. No necesitas cambiar nada para que los demás te quieran. Eres valiosa y especial, y todos tus amigos te queremos por lo que eres.»
Las palabras de Elena llenaron de alegría el corazón de Jazmine. Por primera vez, sintió que podía ser ella misma sin miedo a ser rechazada. Cuando regresó a casa esa noche, les contó a sus padres y a Victoria lo que había aprendido. Mamá y papá se sintieron muy orgullosos de su hija y la abrazaron con cariño. Victoria, emocionada, le dijo: «Jazmine, siempre has sido mi hermana favorita, y ahora sé que eres la más valiente de todas.»
La amistad con Elena trajo muchos cambios positivos en la vida de Jazmine. Empezó a participar más en las actividades del instituto y a compartir sus talentos con los demás. Descubrió que tenía una gran habilidad para tocar el piano y se unió a la banda del instituto. También empezó a escribir poesía, y sus poemas pronto se hicieron populares entre sus compañeros de clase.
Un día, el instituto organizó un concurso de talentos, y Jazmine decidió participar. Acompañada por Elena, quien siempre estaba a su lado apoyándola, Jazmine se subió al escenario y tocó una hermosa pieza de piano. Al terminar, el público la ovacionó con aplausos y vítores. Fue un momento muy especial para Jazmine, quien finalmente sintió que había encontrado su lugar.
Después del concurso, la directora del instituto felicitó a Jazmine y le pidió que hablara a sus compañeros sobre la importancia de aceptarse a uno mismo. Jazmine, con el apoyo de Elena, subió al escenario y compartió su historia. Les habló de lo difícil que había sido para ella aceptarse tal como era, pero cómo la amistad y el apoyo de Elena la habían ayudado a encontrar su verdadero yo.
El discurso de Jazmine conmovió a todos, y muchos estudiantes se acercaron para felicitarla y agradecerle por compartir su experiencia. A partir de ese día, Jazmine se convirtió en un ejemplo de valentía y superación para todo el instituto.
La vida de Jazmine y su familia cambió para mejor. Mamá y papá estaban felices de ver a su hija mayor tan segura de sí misma y rodeada de buenos amigos. Victoria, siempre curiosa y aventurera, seguía explorando el mundo a su manera, inspirada por el ejemplo de su hermana.
La casa amarilla de dos pisos, con su jardín lleno de flores y el gran árbol en el patio trasero, se convirtió en un lugar de alegría y amor. La familia aprendió que la aceptación, la empatía y el amor son los valores más importantes, y que con ellos se puede superar cualquier desafío.
Jazmine y Elena siguieron siendo amigas inseparables. Juntas, exploraron nuevos intereses y aventuras, y siempre se apoyaron mutuamente en todo lo que hacían. La amistad verdadera, como descubrieron, es un tesoro invaluable que nos ayuda a crecer y a ser mejores personas.
Así, la historia de Jazmine, Elena, y su familia en la casa amarilla de dos pisos se convirtió en una fuente de inspiración para todos en el pueblo. Aprendieron que la verdadera belleza está en aceptarse a uno mismo y en valorar a los demás por quienes son, sin importar las diferencias.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.