En una ciudad llena de rascacielos y oficinas, había una empresa donde el trabajo nunca parecía terminar. En esta empresa, el Departamento de Gastos estaba conformado por tres trabajadores muy dedicados: Carlos, Ana y Daniel. Carlos, un hombre de mediana edad con cabello castaño corto y gafas, llevaba años en la empresa y era conocido por su atención a los detalles. Ana, una joven mujer con larga cabellera rubia, siempre vestía impecables trajes de negocios y era famosa por su eficiencia. Daniel, con su cabello rizado y una sonrisa amigable, era el encargado de mantener el ánimo en alto incluso en los momentos más difíciles.
Era el cierre de mes y la presión en el Departamento de Gastos era palpable. Las pilas de papeles se acumulaban en los escritorios, las computadoras no dejaban de sonar con notificaciones y el teléfono sonaba constantemente con nuevas peticiones del jefe. El jefe, un hombre exigente y poco comprensivo, no dejaba de pedir más y más archivos para los directivos. Cada vez que el teléfono sonaba, el estrés de Carlos, Ana y Daniel aumentaba un poco más.
Una tarde, cuando el sol ya se había ocultado y las luces de la oficina eran las únicas que brillaban, Ana suspiró profundamente y miró a sus compañeros. «No puedo creer que aún tengamos tanto trabajo pendiente. ¿Cómo vamos a lograr terminar todo esto a tiempo?»
Carlos, ajustándose las gafas, respondió con cansancio en su voz: «Tenemos que mantenernos enfocados y seguir adelante. No hay otra opción.»
Daniel, tratando de animar a todos, dijo con una sonrisa: «Vamos, equipo, podemos hacerlo. Sólo tenemos que trabajar juntos y no rendirnos.»
Pero a medida que la noche avanzaba, el cansancio comenzaba a pasar factura. Ana se sentía abrumada, Carlos tenía dolor de cabeza y Daniel luchaba por mantener sus ojos abiertos. Fue entonces cuando el teléfono volvió a sonar. Esta vez, ninguno de los tres quiso contestar. «¡No más trabajo!», pensaron. Pero sabían que no podían ignorar la llamada. Con un suspiro, Ana levantó el auricular.
«Departamento de Gastos, habla Ana», dijo tratando de mantener una voz profesional.
Del otro lado de la línea, la voz del jefe sonó aún más demandante de lo habitual. «Necesitamos esos informes para la primera hora de la mañana. No quiero excusas.»
Ana colgó el teléfono y miró a sus compañeros. «No tenemos otra opción. Tenemos que seguir.»
Carlos asintió, pero su expresión mostraba lo agotado que estaba. «Sí, pero necesitamos un plan. No podemos seguir trabajando así sin organizarnos mejor.»
Daniel, siempre el optimista, propuso una idea. «¿Y si dividimos el trabajo de manera que cada uno se encargue de lo que mejor sabe hacer? Así podríamos avanzar más rápido y con menos errores.»
Ana y Carlos estuvieron de acuerdo. Decidieron hacer una lista de tareas y asignar responsabilidades según las habilidades de cada uno. Carlos se encargaría de revisar y corregir los detalles, Ana organizaría y clasificaría los documentos, y Daniel se encargaría de ingresar los datos en el sistema.
El nuevo plan comenzó a funcionar. A medida que avanzaban en sus tareas, el ambiente en la oficina mejoró. Aunque seguían sintiendo el peso del trabajo, saber que estaban trabajando de manera más eficiente les dio un renovado sentido de propósito. Daniel, con su energía contagiosa, se aseguraba de mantener los ánimos altos contando chistes y recordando a todos que pronto podrían irse a casa.
Sin embargo, el agotamiento no tardó en hacer su aparición nuevamente. Daniel fue el primero en notarlo. Mientras ingresaba datos, cometió un error que le tomó varios minutos corregir. Frustrado, se llevó las manos a la cabeza. «Lo siento, chicos. Estoy tan cansado que ni siquiera puedo concentrarme.»
Ana se acercó y le puso una mano en el hombro. «Estamos todos cansados, Daniel. Pero lo importante es que estamos haciendo lo mejor que podemos.»
Carlos, que había estado observando en silencio, se levantó de su silla. «Creo que necesitamos un descanso. Aunque sea de cinco minutos. Vamos a tomar un poco de aire fresco.»
Los tres salieron de la oficina y se dirigieron a la terraza del edificio. El aire fresco de la noche y las luces de la ciudad les dieron un respiro necesario. Mientras estaban allí, Ana miró a sus compañeros y dijo: «Estoy muy orgullosa de cómo hemos trabajado juntos. A veces, la presión nos hace olvidar que somos un equipo y que podemos apoyarnos mutuamente.»
Carlos asintió. «Tienes razón, Ana. A veces nos enfocamos tanto en el trabajo que olvidamos lo importante que es cuidarnos entre nosotros.»
Daniel sonrió y agregó: «Es cierto. Y creo que eso es lo que hace que nuestro equipo sea especial. No sólo somos compañeros de trabajo, somos amigos.»
Después de unos minutos de descanso, regresaron a la oficina con renovadas energías. Aunque aún quedaba mucho trabajo por hacer, se sentían más unidos y motivados para enfrentarlo juntos. Carlos revisó los documentos con más atención, Ana organizó los archivos con precisión y Daniel ingresó los datos con cuidado. Trabajaron en silencio, pero la presión parecía menos pesada porque sabían que podían contar el uno con el otro.
Finalmente, cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, terminaron los informes. Ana, Carlos y Daniel se miraron con sonrisas de alivio. «Lo logramos», dijo Carlos. «Hemos terminado todo a tiempo.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.