En la bulliciosa Ciudad de México, una niña llamada Citlali vivía en un pequeño departamento con su madre, Mélanie, y su hermana menor, Fernanda. Desde que Citlali tenía memoria, su hogar había sido un lugar de conflictos y tristeza. Su padre, Pascual, luchaba contra el alcoholismo, y las noches en su casa a menudo se llenaban de gritos y lágrimas. Citlali deseaba con todo su corazón que las cosas fueran diferentes, que su familia pudiera disfrutar de momentos felices como las que veía en las películas.
A pesar de las dificultades, Citlali era una niña valiente y llena de sueños. Siempre trataba de ser el pilar de su familia, cuidando de su madre y su hermana. Mélanie, aunque a veces se sentía derrotada, intentaba mantener un ambiente de amor y calidez para sus hijas. Citlali la admiraba por su fortaleza, pero a menudo se preguntaba si había alguna forma de salir de la oscuridad en la que vivían.
Una noche, después de un día particularmente difícil, Citlali decidió que era hora de actuar. Pascual había llegado a casa más ebrio de lo habitual, y la tensión en el aire era palpable. Citlali y Fernanda se acurrucaron en su habitación, escuchando los gritos que salían de la sala. «Mamá, ¿por qué no podemos ser una familia feliz?» murmuró Fernanda, sus ojos llenos de lágrimas.
Citlali abrazó a su hermana y le respondió: «Un día, todo esto cambiará. Debemos ser fuertes.» Sin embargo, en su interior, se sentía asustada y confundida. Esa noche, cuando finalmente se hizo el silencio, Citlali se quedó despierta, pensando en cómo podría ayudar a su familia.
A la mañana siguiente, Citlali decidió hablar con su madre sobre la situación. «Mamá, creo que debemos hacer algo. No podemos seguir viviendo así,» le dijo, mirando a Mélanie a los ojos. Mélanie suspiró, sintiendo el peso de la realidad. «Lo sé, mi amor, pero es complicado. Pascual necesita ayuda, y yo no sé cómo enfrentar esto,» respondió, su voz temblando.
Con el tiempo, Citlali y su madre decidieron buscar apoyo. Hablaron con Judith, la amiga y vecina de Mélanie, quien siempre les había ofrecido su ayuda. Judith era una mujer sabia y compasiva, y entendía la situación de la familia. «Debemos encontrar la forma de que Pascual busque ayuda,» les dijo con firmeza. «No están solas en esto.»
Las semanas pasaron y, aunque la situación no mejoró de inmediato, Citlali se sintió aliviada al saber que no estaban solas. Con la ayuda de Judith, lograron contactar a un grupo de apoyo para personas con problemas de alcoholismo. Mélanie se mostraba escéptica, pero Citlali la alentaba a seguir adelante. «Mamá, si Pascual realmente quiere cambiar, este es el primer paso,» le decía.
Un día, después de una reunión, Pascual llegó a casa más sereno. «Hola, familia,» dijo con una voz suave, en contraste con las noches anteriores. Citlali se sorprendió al ver que su padre parecía diferente. «Quiero disculparme por todo el daño que he causado. Estoy intentando cambiar,» continuó.
Mélanie, aunque cautelosa, decidió darle una oportunidad. «Si realmente quieres cambiar, estaremos aquí para apoyarte, pero debes ser honesto con nosotros,» dijo, su voz llena de esperanza. Citlali sintió que una pequeña luz brillaba en su hogar.
Con el paso del tiempo, Pascual comenzó a asistir a las reuniones y a hablar sobre sus problemas. Aunque había días difíciles, la familia se mantenía unida. Citlali y Fernanda aprendieron a expresar sus sentimientos y a apoyarse mutuamente. Judith continuó siendo una gran aliada, brindándoles su ayuda cuando la necesitaban.
Una noche, mientras la familia cenaba junta, Pascual compartió algo que lo había marcado. «Hoy, en la reunión, me di cuenta de lo mucho que les he fallado. Ustedes siempre han estado ahí para mí, y yo he dejado que el alcohol me controle,» confesó, con lágrimas en los ojos. Citlali y Fernanda lo miraron, sintiendo una mezcla de tristeza y comprensión.
«Papá, lo importante es que estás aquí ahora, y queremos que sigas mejorando,» dijo Citlali, sintiendo el poder del amor que los unía. Pascual sonrió, sintiéndose agradecido por el apoyo de sus hijas y su esposa.
A medida que los días se convertían en semanas, la familia comenzó a notar cambios significativos. Las noches ya no estaban llenas de gritos, sino de risas y conversaciones. Aunque el camino hacia la recuperación de Pascual no fue fácil, él estaba decidido a no rendirse. Citlali observaba cómo su padre se esforzaba y se sentía orgullosa de él.
Un día, mientras Pascual estaba en una reunión, Citlali y Fernanda decidieron preparar una sorpresa para él. «¡Vamos a hacerle una tarjeta de agradecimiento por todo lo que ha cambiado!» sugirió Citlali. Juntas, dibujaron y escribieron un mensaje lleno de amor. Cuando Pascual regresó a casa, sus ojos se iluminaron al ver la sorpresa.
«¡Miren lo que han hecho! Esto significa mucho para mí,» dijo, su voz llena de emoción. Citlali sintió que su corazón se llenaba de alegría. «Queremos que sepas que estamos orgullosas de ti, papá. Gracias por intentarlo,» dijo.
Con el tiempo, Pascual no solo mejoró su relación con su familia, sino que también se convirtió en un modelo a seguir para otros en el grupo de apoyo. Citlali y Fernanda aprendieron que el perdón y la comprensión eran esenciales en la vida. Su hogar se transformó en un lugar donde el amor y el respeto predominaban. A medida que Pascual continuaba asistiendo a sus reuniones, comenzó a compartir su historia con otros, convirtiéndose en un testimonio viviente de que el cambio es posible.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.