Cuentos de Valores

La Gimnasia Rítmica que Une a una Familia de Sueños y Pasión

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, vivía una familia muy especial. La familia Martínez estaba compuesta por Lucía, una niña de diez años llena de energía y sueños; Inés, su madre, quien había sido una atleta destacada y había enseñado a su hija la importancia del ejercicio y la disciplina; y Julen, el hermano menor, un niño curioso que siempre se maravillaba con todo lo que veía. Juntos, compartían risas, juegos y un amor que se reflejaba en cada rincón de su hogar.

Era un día soleado cuando Lucía, entusiasmada, se acercó a su madre. “¡Mamá! En la escuela nos han hablado sobre un torneo de gimnasia rítmica, y creo que sería increíble participar. ¡Imagínate bailando con cintas de colores y pelotas brillantes!” Inés sonrió, recordando su propia experiencia en la gimnasia. “Me parece fantástico, Lucía. Sin embargo, recuerda que no solo se trata de bailar y hacer figuras; también implica mucha práctica y dedicación”, le dijo mientras le acariciaba el cabello.

Con la mirada llena de determinación, Lucía respondió: “¡Estoy lista para esforzarme al máximo!” Y así fue como comenzó la aventura de Lucía en la gimnasia rítmica. Pero ella no estaba sola. Inés le ofreció su apoyo y se convirtió en su entrenadora en casa, mostrando los movimientos básicos y dándole consejos sobre cómo mejorar cada día. Julen, aunque era muy pequeño para participar, se convertía en su entusiasta animador, tomando un silbato y haciendo ruidos como si estuviera en un gran espectáculo.

Pronto, Lucía comenzó a practicar en el parque del pueblo, donde el aire fresco y el canto de los pájaros la motivaban. Cada día, dedicaba tiempo a perfeccionar sus rutinas. Sin embargo, no todo era sencillo. Un día, mientras trataba de realizar un complicado movimiento con la cinta, se tropezó y cayó al suelo. Un pequeño rasguño en su rodilla y unas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Julen, al ver a su hermana triste, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. “No te preocupes, Lucía. Los grandes atletas también se caen a veces. ¡La próxima vez lo harás mejor!” dijo con su voz animada.

Inés, al llegar al parque y ver a su hija llorando, se agachó a su lado y le ofreció un pañuelo. “Todo el mundo enfrenta obstáculos, y lo importante es cómo los superamos. Levántate, sacúdete la tierra y sigue intentándolo. Cada caída es una oportunidad para aprender”, le dijo con cariño. Lucía respiró hondo, se secó las lágrimas y, con el apoyo de su familia, decidió intentarlo de nuevo.

Con el pasar de las semanas, Lucía se sintió más confiada y comenzó a presentar su rutina ante sus compañeros de clase. Inés pensaba que el apoyo de su madre era fundamental para que su hija lograra los objetivos que se había propuesto. Pero un día, al volver del colegio, Lucía llegó con una noticia que le causó un nudo en el estómago: “Mamá, en el colegio me dijeron que mi rutina no es lo suficiente buena. Me compararon con otra niña, que es más talentosa. ¡Ya no sé si quiero seguir!” La tristeza la invadía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Inés, sintiendo la angustia de su hija, se sentó a su lado y le dijo: “Lucía, no importa lo que digan los demás. La clave de la gimnasia, como en la vida, está en disfrutar el camino y esforzarte por ser la mejor versión de ti misma. Cada persona tiene talentos diferentes, y lo que importa es tu esfuerzo, tu dedicación y cómo te sientes contigo misma. Nunca permitas que las opiniones de otros te desanimen”.

Lucía miró a su madre y sintió un nuevo impulso. “Tienes razón, mamá. Voy a seguir practicando, no solo para competir, sino porque me encanta.” Así que, decidió volver al parque y practicar con más ganas. Pero ahora, no solo se enfocaba en compararse con los demás, sino en disfrutar cada movimiento, cada salto, cada giro, sintiendo la música en su corazón.

Fue entonces cuando conoció a Sofía, una nueva niña que se había mudado al pueblo. Sofía también era apasionada por la gimnasia y, al ver a Lucía practicar, se acercó para presentarse. “Hola, soy Sofía. ¡Me encanta lo que haces! ¿Te gustaría que practicáramos juntas?” Lucía, llenándose de alegría, aceptó de inmediato. La amistad entre las dos floreció rápidamente, y cada entrenamiento se convirtió en una fiesta donde podían compartir trucos y aprender la una de la otra.

Poco a poco, las dos comenzaron a crear una rutina que combinaría los mejores movimientos de ambas, y cada día eran más cercanas. Julen, como siempre, las animaba desde un lado, incluso organizó un pequeño evento en el parque para que todos sus amigos pudieran ver las maravillas que hacían Lucía y Sofía.

El día del torneo llegó y la emoción era palpable. Lucía, junto con Sofía, se prepararon para presentar su rutina. A pesar de los nervios, recordaron las palabras de Inés: “Lo importante es disfrutar y dar lo mejor de nosotras”. Cuando subieron al escenario, frente a un público animado, Lucía sintió que todo el esfuerzo había valido la pena. Se movían como si fueran una sola, sus cuerpos danzando al ritmo de la música, las cintas volando en el aire como banderas.

Al finalizar, fueron recibidas con aplausos. Aunque no ganaron el primer premio, lo que verdaderamente les importó fue la amistad que habían cultivado, la confianza en sí mismas que habían construido y la experiencia inolvidable que compartieron. Al caer la noche, sentadas juntas, Lucía miró a Sofía y dijo: “Gracias por ser una gran amiga. Me has enseñado que la verdadera victoria no es el primer lugar, sino disfrutar de lo que haces y sentirte feliz contigo misma”.

A partir de ese día, el espíritu de la gimnasia rítmica unió a Lucía, Inés, Julen y Sofía de una manera especial. Aprendieron que el verdadero valor está en el esfuerzo, la amistad, la perseverancia y sobre todo, en disfrutar cada momento. Y así, juntas, continuaron bailando y soñando, creando recuerdos que atesorarían por el resto de sus vidas, mientras el sol brillaba en el pequeño pueblo donde todo comenzó.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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