Cuentos de Valores

La gran imaginación de Sophia

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez una niña llamada Sophia. Tenía 4 años, el cabello castaño que caía suavemente sobre sus hombros y una sonrisa tan brillante como el sol de la mañana. Sophia era especial, no solo por su alegría y curiosidad, sino porque vivía en un mundo lleno de aventuras. Le encantaba bailar ballet, dibujar coloridos mundos y trepar por todo lo que pudiera encontrar, como si cada rincón de su hogar fuese una montaña mágica.

Su papá, Ciro, tenía 23 años, el cabello negro y la piel morena. Siempre jugaba con ella, se sentaban en el suelo del salón, inventando historias mientras Sophia movía sus pequeños pies de ballet. Su mamá, Priscila, también de 23 años, con su cabello castaño y la piel morena, siempre la miraba con orgullo mientras la pequeña bailaba o dibujaba, y se aseguraba de que Sophia tuviera todo lo que necesitaba para expresar su imaginación.

Un día, Sophia se despertó con una idea brillante en su mente. Mientras miraba por la ventana y veía cómo el sol iluminaba las hojas de los árboles, algo increíble comenzó a pasar. Todo a su alrededor parecía más colorido y vibrante de lo habitual, como si el mundo estuviera pintado con los mismos crayones que ella usaba para sus dibujos.

«Hoy será un día lleno de aventuras», pensó Sophia emocionada. Se puso su falda de ballet, cogió sus crayones de colores y salió corriendo al salón. Pero este no era un salón cualquiera. Sophia lo había imaginado transformado en un enorme castillo, con paredes hechas de nubes de algodón y montañas de juguetes.

—¡Mira, papá! —exclamó Sophia, dando vueltas como si estuviera en el escenario más grande del mundo—. ¡Estoy en mi castillo de nubes!

Ciro, con una gran sonrisa, se sentó a su lado.

—¿Y qué hay en tu castillo, Sophia? —preguntó.

—¡Hay dragones amigables que bailan conmigo! —respondió ella, dando otro giro mientras dibujaba en el aire con su crayon—. ¡Y montañas que puedo escalar!

En la imaginación de Sophia, todo era posible. Mientras seguía bailando y dibujando con su crayon en el aire, las líneas brillaban y se formaban animales mágicos, montañas gigantes y puentes hechos de arcoíris.

Priscila entró en la sala justo a tiempo para ver cómo Sophia terminaba de crear un gran dragón azul con su crayon. Sophia miró a su mamá y le dijo:

—Mira, mamá, es un dragón que nos lleva a volar.

Priscila se unió a la fantasía de su hija y, con una sonrisa, extendió sus brazos como si estuviera volando. Juntos, los tres subieron al lomo del dragón imaginario de Sophia, surcando el aire sobre las montañas y atravesando nubes de algodón.

Sophia era una niña que veía el mundo de una manera única. A veces, no necesitaba palabras para expresarse. Simplemente dibujaba, bailaba o señalaba lo que quería decir, y su papá y mamá siempre sabían lo que ella estaba pensando. Ellos entendían que su imaginación era tan grande y hermosa como las aventuras que inventaba.

Un día, mientras Sophia escalaba una de las «montañas» del parque (en realidad, era una colina pequeña, pero en su mente era una montaña inmensa), se detuvo y miró el cielo.

—¿Qué ves desde allá arriba, Sophia? —preguntó Ciro, mirando a su hija desde abajo.

—¡Veo el sol! —gritó ella, mientras señalaba con su crayon—. ¡Y veo otro castillo, mamá! Pero este es más grande que el mío. ¡Vamos a explorarlo!

Sophia, Ciro y Priscila imaginaron que subían al castillo que Sophia había dibujado en su mente. Al entrar, descubrieron que el castillo estaba lleno de música y luces brillantes. Todo era tan hermoso como lo había imaginado, y allí dentro, Sophia no estaba sola. Había otros niños, como ella, que también vivían en mundos llenos de aventuras. Algunos jugaban a ser piratas, otros pintaban grandes cuadros, y otros, como Sophia, bailaban con sus crayon en la mano.

A través de estas aventuras, Sophia aprendía lo importante que era ser ella misma, expresar lo que sentía y compartir su mundo con los demás. Sus padres siempre la acompañaban, respetando su forma de ver la vida y apoyándola en cada nueva aventura. Aprendieron, junto con ella, que todos tenemos un mundo interior que debemos cuidar y explorar.

Cuando el día llegaba a su fin y la noche se acercaba, Sophia se acostaba en su cama, pero su imaginación no descansaba. Siempre soñaba con nuevas aventuras, nuevos amigos, y más dragones azules que la llevaban a volar por el cielo.

—Buenas noches, Sophia —decía Priscila, dándole un beso en la frente—. Sueña con tus aventuras.

—Buenas noches, mi pequeña aventurera —añadía Ciro, arropándola suavemente.

Y así, Sophia cerraba los ojos, sabiendo que siempre podría contar con su imaginación y con sus papás, que la acompañarían en cada paso, en cada baile y en cada dibujo que hiciera.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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