Cuentos de Valores

La hora de la amistad, más fuerte que el dolor

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En una pequeña y colorida aldea rodeada de montañas, vivían dos mejores amigos: Isidora y Tomás. Cada mañana, el sol sonreía y llenaba todo de luz, mientras los pájaros cantaban melodías alegres. Isidora era una niña traviesa con el cabello rizado y una sonrisa que siempre iluminaba su rostro. Tomás, por otro lado, tenía el cabello lacio y era muy curioso; siempre hacía preguntas y buscaba aventuras.

Un día, mientras exploraban un bosque cerca de su casa, Isidora y Tomás encontraron un camino que nunca antes habían visto. Era un sendero pequeño y cubierto de flores de colores brillantes. “¡Vamos a ver a dónde nos lleva!”, exclamó Isidora, emocionada. Tomás asintió con la cabeza, sintiéndose igualmente intrépido.

Mientras caminaban, comenzaron a contar historias sobre dragones, castillos y tesoros escondidos. El aire era fresco y el sol brillaba con fuerza, haciendo que las mariposas danzaran a su alrededor. De repente, escucharon un extraño sonido que provenía de detrás de un arbusto. “¿Qué fue eso?”, preguntó Tomás, con un poco de miedo en su voz. “No lo sé, pero tenemos que averiguarlo”, respondió Isidora, decidida.

Con cautela, se acercaron al arbusto y descubrieron a un pequeño gatito atascado entre las ramas. Tenía el pelaje de un hermoso color gris y los ojos grandes y asustados. “¡Pobrecito!”, dijo Isidora. “Tenemos que ayudarlo”. Tomás, que era un poco más temeroso, dudó: “¿Y si nos araña?”.

Isidora sonrió. “No te preocupes, Tomás. Si nos acercamos con cuidado y suavidad, no nos hará daño. Los animales sólo reaccionan si sienten miedo”. Con cuidado, ambos se acercaron al gatito y comenzaron a hablarle en voz baja. “Hola, pequeño. No te haremos daño. Solo queremos ayudarte”, dijo Isidora con dulzura.

Poco a poco, el gatito dejó de temer y se acercó un poco más. Tomás, tomando valor, se agachó y extendió su mano. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó, y el gatito, como si entendiera, maulló suavemente. Después de unos segundos, Isidora logró liberar al gatito de las ramas. “¡Lo logramos!”, gritaron al unísono, llenos de alegría.

Al ver que estaban en el mismo camino, decidieron llevarlo con ellos. “Tengo una idea”, dijo Isidora. “Podemos darle un nombre. ¿Qué te parece llamar a este pequeño ‘Nube’ porque tiene el color del cielo?”. A Tomás le encantó la idea. “¡Nube! Es un nombre perfecto”. Así, sus corazones se llenaron de amor y cuidado hacia el nuevo amigo.

Cuando llegaron a casa, Isidora y Tomás decidieron que Nube sería parte de su día a día. Cada mañana, al despertar, jugaban con él, le daban de comer y le enseñaban a saltar como ellos. Sin embargo, un día, mientras corrían detrás de Nube, el pequeño gatito se escurrió por una rendija en la cerca del jardín.

“¡Nube! ¡Vuelve!”, gritó Isidora desesperada, pero el gatito parecía estar demasiado emocionado explorando el mundo exterior. Tomás se detuvo y, con una expresión preocupada, dijo: “No deberíamos dejar que se vaya tan lejos. Podría perderse”. Isidora, que estaba aún más angustiada, decidió que debían salir a buscarlo.

Ambos se adentraron en el bosque, llamando a Nube a cada paso, pero no había rastro del pequeño gato. Tras un rato de dar vueltas, Isidora se sentó en una piedra y dejó escapar una lágrima. “¿Qué haremos si no lo encontramos? Es nuestra responsabilidad cuidarlo”.

Tomás, tratando de consolarla, le dijo: “Podríamos poner carteles en el pueblo, hacérselo saber a todos. La gente siempre está dispuesta a ayudar”. Isidora suspiró, sintiéndose un poco mejor. “Tienes razón. Nunca hemos estado solos en esto. La amistad es más fuerte que el miedo”. Reflexionando sobre esas palabras, se levantó con determinación y comenzaron a hacer carteles.

Mientras caminaban de regreso a la aldea, Isidora sintió un nudo en el estómago. “¿Y si nunca lo encontramos?”, preguntó, apenada. “Isidora, si no encontramos a Nube, siempre lo recordaremos. Hicimos lo mejor que pudimos y, además, a veces las cosas no salen como queremos”, respondió Tomás.

Una vez en el pueblo, colocaron los carteles en todos los árboles y farolas donde podían. Preguntaron a todos si habían visto a su amigo Nube, y aunque recibieron muchas miradas de tristeza y solidaridad, no hubo pista del pequeño gato. Isidora y Tomás estaban desanimados, pero decidieron ir al parque, donde a veces había muchas personas que podrían ayudar.

Al llegar, encontraron a una anciana que estaba alimentando a las palomas. Al verla, Isidora sintió que su corazón se llenaba de esperanza. “¿Podría ayudarnos, por favor?”, le preguntaron. La anciana, con una sonrisa amable, dijo: “Claro, mis pequeños. Cuéntame, ¿qué ha pasado?”. Isidora, llenándose de valor, le contó toda la historia sobre su amigo Nube.

La anciana escuchó atentamente y, después de un momento de reflexión, dijo: “La amistad es el tesoro más valioso que podemos tener. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de ayudar. Yo ayudaré a buscar a Nube contigo”. Juntos, los tres comenzaron a caminar por el parque, preguntando a los vecinos si habían visto al pequeño gato.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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