Cuentos de Valores

La melodía de una felicidad intacta

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño y colorido pueblo, tres amigos muy especiales: Jhonn, Maykel y Yerimar. Jhonn era un niño curioso, siempre lleno de preguntas y con ganas de aprender cosas nuevas. Maykel, por su parte, era un niño muy alegre. Su risa era contagiosa y siempre sabía cómo hacer que sus amigos se sintieran felices. Yerimar, la más pequeña del grupo, poseía un corazón enorme y un gran deseo de compartir y ayudar a los demás.

Un día, mientras exploraban la naturaleza cerca del río que pasaba por el pueblo, se encontraron con algo sorprendente. Era un viejo tambor de madera, un tambor que había estado allí por muchos años, cubierto de hojas y tierra. «¡Miren esto!» gritó Jhonn emocionado. Maykel y Yerimar se acercaron rápidamente. «¡Qué hermoso tambor! ¿Creen que funcione?» preguntó Yerimar, sus ojos brillando de curiosidad.

Jhonn, con su curiosidad habitual, decidió probarlo. Golpeó suavemente el tambor con su mano y, para su sorpresa, creó un sonido profundo y vibrante que resonó en el aire. «¡Suena increíble!» exclamó Maykel, riéndose. «Deberíamos hacer música juntos».

Los tres amigos comenzaron a tocar el tambor, siguiendo el ritmo que cada uno sentía en su corazón. Sus carcajadas llenaban el aire, y pronto una melodía única se fue formando. La música atraía la atención de otros niños del pueblo, quienes comenzaron a unirse a ellos. Sin darse cuenta, la pequeña orquesta había crecido.

Todo el mundo en el pueblo se unió alrededor del tambor, sintiendo la alegría de la música. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que un niño, diferente a ellos, estaba sentado solo en una esquina. Era un niño nuevo en el pueblo, su nombre era Timmy. Tenía un aspecto triste y solitario. Yerimar, con su gran corazón, fue la primera en notar su tristeza. «¿Por qué no vienes a jugar con nosotros?» le preguntó con dulzura.

Timmy, al principio, dudó. Se sentía un poco nervioso porque no conocía a nadie. Pero la sonrisa de Yerimar era tan cálida que decidió acercarse. «No sé tocar ningún instrumento», dijo tímidamente. Jhonn, que amaba compartir lo que sabía, le respondió: «No importa. La música se siente dentro de ti. Solo tienes que seguir el ritmo».

Así fue como, poco a poco, Timmy se unió al grupo. Al principio, simplemente movía sus pies al compás de la música, pero luego, Jhonn le mostró cómo podía golpear el tambor suavemente con las palmas de sus manos. En su primer intento, el sonido fue un poco desordenado, pero todos lo animaron. «¡Bien hecho, Timmy!» gritó Maykel, saltando de alegría.

Con el tiempo, Timmy se sintió más cómodo y comenzó a sonreír. Se dio cuenta de que no necesitaba ser perfecto para disfrutar de la música y la compañía de sus nuevos amigos. La melodía que crearon juntos se volvió más hermosa a medida que cada niño agregaba su propio ritmo, cada uno con su propia alegría.

Cuando terminó la canción, Jhonn, Maykel, Yerimar y Timmy miraron hacia el pueblo, donde todos reían y bailaban. Se sentían felices, pero también sintieron que era importante compartir esa felicidad con todos. «¿Y si organizamos un gran concierto en la plaza del pueblo?» sugirió Yerimar. «Podemos invitar a todos y hacer que se sientan tan felices como nosotros».

Con mucho entusiasmo, los amigos comenzaron a preparar todo. Invitaron a los demás niños y adultos, y se aseguraron de que todos tuvieran un instrumento. Algunos traían maracas, otras flautas, y muchos más decidieron unirse con palmas y pies. ¡Tanta emoción había crecido en la comunidad! Timmy, que al principio se sentía fuera de lugar, se convirtió en uno de los más entusiastas. Se daba cuenta de que, aunque no era muy bueno tocando, su entusiasmo contagiaba a los demás.

El día del concierto, el sol brillaba, y había una calidez especial en el aire. Desde muy temprano, la plaza se llenó de niños y adultos emocionados, dispuestos a disfrutar de un momento común de alegría y música. Los niños de Jhonn, Maykel, Yerimar y Timmy dieron la bienvenida a todos. «¡Bienvenidos al gran concierto de la felicidad!» gritó Maykel, y su risa resonó en todo el lugar.

Los amigos comenzaron a tocar su tambor y, con cada golpe, la energía aumentaba. Las personas comenzaron a bailar, a sonreír, y la música llenaba cada rincón del pueblo. La gente se unía a bailar al ritmo del tambor y las melodías de los diferentes instrumentos. Timmy, que al principio había dudado en su habilidad para tocar, ahora sentía que estaba en el centro de una hermosa maravilla. A su alrededor, todos estaban felices, disfrutando y creando una hermosa armonía de amistad.

Cuando terminó el concierto, los aplausos y risas llenaron la plaza. Todos junto a Timmy se sintieron parte de algo especial, de una comunidad unida por la música y la alegría. Jhonn se acercó a Timmy y le dijo: «Lo hiciste genial. Nunca te vi tan feliz. La música hizo que todos nos sintiéramos como una gran familia».

Timmy sonrió. «Sí, lo siento. Gracias por dejarme ser parte de esto», dijo emocionado. Y así, el pequeño grupo de amigos había formado un lazo fuerte, e incluso invitaron a todos a seguir tocando juntos, descubriendo el valor de la amistad y la alegría de compartir momentos felices.

A través de su música, Jhonn, Maykel, Yerimar y Timmy aprendieron que lo más importante no era ser el mejor, sino disfrutar el tiempo juntos, ser generosos con su alegría y compartir con aquellos que puedan necesitar un poco de luz en su vida. La felicidad era aún más hermosa cuando se compartía, y así, el pueblo se llenó de una melodía de alegría y amistad que siempre recordaría.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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