Había una vez, en un pequeño y colorido pueblo, una niña llamada Arlet. Arlet era una niña muy alegre, siempre sonriendo y descubriendo maravillas en su alrededor. Le encantaba pasear por el bosque, observar a los animales y sentir la brisa suave en su rostro. Pero lo que más amaba en el mundo era el arcoíris. Cada vez que llovía y los rayos del sol aparecían, ella corría a salir al campo para ver cómo los colores se deslizaban por el cielo.
Un día, después de una lluvia suave, Arlet salió corriendo a su lugar favorito. Sus ojos brillaban de emoción al ver un arcoíris enorme que parecía haber tocado el suelo en el prado. Tenía colores brillantes: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Arlet danzó bajo el arcoíris, saltando felizmente de un lado a otro. Pero mientras disfrutaba de la belleza del cielo, escuchó un extraño sonido: un llanto.
Curiosa, Arlet siguió el sonido y encontró a una pequeña mariposa amarilla que estaba llorando en una flor. Arlet se acercó a la mariposa y le preguntó: «¿Por qué lloras, pequeña amiga?»
La mariposa levantó su cabeza y con voz temblorosa dijo: «Yo quería volar alto y jugar entre los colores del arcoíris, pero mis alas son frágiles y no puedo alcanzar la cima.»
Arlet se sintió triste al ver a la mariposa tan desanimada. Pensó en cómo podía ayudarla. «¡No te preocupes! Yo te ayudaré a llegar al arcoíris,» dijo Arlet con una sonrisa. La mariposa se secó las lágrimas y le sonrió a Arlet, sintiendo que había encontrado una amiga dispuesta a ayudarla.
Juntas, Arlet y la mariposa comenzaron a pensar en cómo podrían alcanzar el arcoíris. “Podríamos hacer una gran torre con flores”, sugirió Arlet. “Las flores son fuertes y podríamos subir sobre ellas”. La mariposa asintió con entusiasmo.
Así que Arlet recogió flores de todo el prado: flores rojas, naranjas, amarillas, verdes, azules y violetas. Mientras recogía las flores, Arlet pensaba en cómo cada color era especial, al igual que cada persona. Mientras más flores recogían, más idea le daba a Arlet de la importancia de la unión y la amistad.
Finalmente, comenzaron a construir la torre de flores. La mariposa volaba de un lado a otro ayudando a colocar las flores en su lugar. Al principio, la torre se tambaleaba un poco, pero Arlet no se rindió. «¡Juntas podemos hacerlo!», animó a la mariposa, que ahora se sentía mucho más valiente.
Después de un largo rato de trabajo y complicidad, la torre quedó realmente alta. Arlet ayudó a la mariposa a subir a la cima. «¡Ahora puedes volar hacia el arcoíris!», le dijo emocionada. Pero antes de que la mariposa pudiera volver a volar, le dijo a Arlet: «Espera, ¿y tú? ¿Cómo harás para llegar?»
Arlet pensó por un momento y se dio cuenta de que no había pensado en eso. De hecho, se había olvidado de su propio deseo de tocar el arcoíris. La mariposa la miró con preocupación. «No puedo dejarte sola aquí, Arlet. Hicimos esto juntas, y debemos llegar juntas», dijo la mariposa con su suave voz.
Arlet sonrió. «Tienes razón. No quiero dejarte atrás. Amistad significa ayudar y estar juntas. Busquemos otra forma». La mariposa sonrió agradecida y ambas se pusieron a pensar en nuevas ideas.
De repente, apareció el Globo Rojo, un simpático globo que paseaba cerca y escuchó a las dos amigas hablando. El Globo, que flotaba alto en el aire, se acercó volando y les dijo: «¿Qué ocurre, pequeñas amigas? ¿Por qué están tristes?»
Arlet le explicó que querían alcanzar el arcoíris pero que no podían hacerlo solas. El Globo, con su gran corazón, les propuso una idea brillante. “Puedo llevar a ambas hasta el arcoíris. ¿Quieren subirse en mí y volar juntas?” La mariposa y Arlet se miraron y gritaron emocionadas: “¡Sí!”
Sin perder tiempo, Arlet se subió cuidadosamente sobre el Globo, y la mariposa se posó suavemente al lado de Arlet. «¡Listas! Vamos hacia el arcoíris», gritó el Globo con entusiasmo. Y así, se elevaron por el cielo, sintiendo el viento en sus rostros mientras volaban alto, cada vez más cerca del arcoíris.
Cuando finalmente llegaron al arcoíris, Arlet y la mariposa miraron maravilladas los colores vibrantes y brillantes que se deslizaban juntos en el cielo. «¡Es hermoso!», exclamaron las dos al unísono. El Globo, con mucho cuidado, les permitió tocar el arcoíris. Arlet se sintió tan feliz como nunca antes.
Pero, mientras disfrutaban de esa maravillosa vista, Arlet comprendió algo muy importante: “La verdadera felicidad no está solo en alcanzar nuestros sueños, sino en compartirlos con amigos y ayudarnos mutuamente en el camino”. La mariposa asintió con una sonrisa, y también el Globo, quien ya había hecho grandes amistades siguiéndolas.
Así, el día terminó lleno de risas y colores, y las tres amigas aprendieron que, al respetarnos y apoyarnos mutuamente, las aventuras se convierten en recuerdos inolvidables. Desde entonces, Arlet, la mariposa y el Globo siempre recordaron que la amistad y el respeto son lo que hacen brillar aún más los colores de la vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.