Mateo era un niño de 12 años que vivía en un barrio tranquilo con su familia y su mejor amigo, Max, un perro juguetón y leal que había sido parte de su vida desde que tenía memoria. Max y Mateo eran inseparables; cada día, después de la escuela, salían juntos a explorar el vecindario, jugar en el parque y correr por el jardín trasero. A Mateo le encantaba la compañía de Max y siempre se sentía más feliz cuando estaban juntos.
Un día, la abuela de Mateo, que vivía en una ciudad cercana, decidió que necesitaba tomarse unas vacaciones. Le pidió a Mateo que cuidara de Max mientras ella estaba fuera, algo que Mateo aceptó con entusiasmo. «No te preocupes, abuela», dijo Mateo con una sonrisa, «Max estará en las mejores manos. ¡Prometo cuidarlo bien!»
La abuela se sintió aliviada al escuchar las palabras de Mateo. Sabía cuánto quería a Max y confiaba en que haría un buen trabajo. Así que, con esa promesa en mente, se fue de viaje tranquila.
Los primeros días, Mateo se encargó de todo. Se levantaba temprano para alimentar a Max, lo llevaba a pasear, y se aseguraba de que tuviera suficiente agua. Sin embargo, a medida que pasaban los días, Mateo comenzó a distraerse con otras actividades. Andrés, su mejor amigo, había conseguido un nuevo videojuego, y Mateo no podía esperar para probarlo. Pronto, las tardes que solía pasar con Max se llenaron de emocionantes batallas en la pantalla de televisión, y las responsabilidades que había asumido empezaron a quedar en segundo plano.
Un día, Mateo y Andrés estaban tan inmersos en el videojuego que no notaron que Max se había ido al jardín solo. La puerta trasera había quedado entreabierta, y Max, curioso como siempre, decidió explorar por su cuenta. Después de un rato, Mariel, la vecina y amiga de ambos, pasó por la casa de Mateo y notó que la puerta estaba abierta. Intrigada, decidió entrar.
—Hola, chicos —dijo Mariel cuando encontró a Mateo y Andrés en la sala—. ¿Dónde está Max?
Mateo levantó la vista, un poco confundido.
—Creo que está en el jardín —respondió, pero cuando se levantó para revisar, su corazón dio un vuelco. Max no estaba en ningún lado.
Corrieron por toda la casa y luego al jardín, pero no encontraron rastro de Max. Mariel, que siempre había sido más observadora, notó unas pequeñas huellas en el barro que llevaban hacia el callejón trasero.
—Mateo, mira esto —dijo, señalando las huellas—. Max debe haber salido por aquí.
El miedo comenzó a crecer en Mateo. Sabía que había descuidado su promesa de cuidar a Max, y ahora su mejor amigo estaba perdido. Andrés, viendo la preocupación de Mateo, trató de tranquilizarlo.
—No te preocupes, Mateo. Vamos a encontrar a Max. Somos un equipo, y lo traeremos de vuelta.
Mateo asintió, aunque la culpa lo abrumaba. Sabía que todo esto había sucedido porque no había cumplido con su responsabilidad.
Los tres amigos decidieron dividirse para buscar a Max. Mateo fue al parque donde solían jugar, Mariel revisó las calles del vecindario, y Andrés fue a preguntar a los vecinos si alguien había visto al perro. Sin embargo, después de horas de búsqueda, no había señales de Max. La tristeza comenzó a apoderarse de Mateo, pero Mariel lo animó a no rendirse.
—Max es un perro inteligente —dijo Mariel con firmeza—. Estoy segura de que encontraremos una pista pronto.
Justo cuando la esperanza empezaba a desvanecerse, Andrés regresó con una noticia.
—Un vecino me dijo que vio a Max correr hacia el bosque al final de la calle —dijo—. Debemos ir allí antes de que oscurezca.
Sin perder un segundo, los tres amigos se dirigieron al bosque. El sol comenzaba a ponerse, y las sombras se alargaban entre los árboles. A medida que se adentraban en el bosque, Mateo no podía evitar pensar en lo que podría haber pasado si hubiera sido más responsable desde el principio. La preocupación por Max y la culpa por haber fallado en su promesa lo hacían sentir peor con cada paso.
—Max siempre ha sido valiente —dijo Andrés, tratando de animar a su amigo—. Tal vez solo esté explorando y no se haya dado cuenta de que nos preocupamos.
A medida que avanzaban, escucharon un débil ladrido en la distancia. Mateo sintió que su corazón se aceleraba. Sin dudarlo, corrió en la dirección del sonido, seguido de cerca por Andrés y Mariel. Después de unos minutos de correr entre los árboles, finalmente lo vieron: Max estaba atrapado en un pequeño claro, con una de sus patas enredada en una rama.
—¡Max! —gritó Mateo, corriendo hacia él.
Max, al ver a su amigo, comenzó a mover la cola con entusiasmo, pero seguía sin poder moverse. Mateo, con cuidado, liberó la pata de Max de la rama, y el perro se lanzó sobre él, lamiéndole la cara con gratitud.
—Lo siento mucho, Max —dijo Mateo con lágrimas en los ojos—. Nunca debí haberte descuidado. Te prometo que nunca más dejaré que algo así vuelva a pasar.
Andrés y Mariel, aliviados de que Max estuviera a salvo, se acercaron a Mateo y le dieron palmaditas en la espalda.
—Lo importante es que lo encontramos —dijo Mariel—. Y que has aprendido una valiosa lección.
Caminaron de regreso a casa, esta vez con Max seguro entre ellos. Cuando llegaron, Mateo se sentó en el sofá con Max a su lado, acariciando su pelaje con suavidad.
—Gracias por ayudarme a encontrarlo —dijo Mateo a sus amigos—. No lo hubiera logrado sin ustedes.
—Somos un equipo —respondió Andrés con una sonrisa—. Y parte de ser responsable es saber cuándo pedir ayuda.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Mateo reflexionó sobre lo que había sucedido. Había aprendido que ser responsable no era solo cumplir con las tareas asignadas, sino también cuidar de quienes dependían de él y ser consciente de las consecuencias de sus acciones. A partir de ese día, Mateo decidió que siempre pondría a Max y a sus otras responsabilidades en primer lugar.
Cuando la abuela de Mateo regresó de su viaje, le contó todo lo que había sucedido. Aunque estaba decepcionada al principio, también se sintió orgullosa de que su nieto hubiera aprendido una lección tan importante.
—Lo más importante es que has aprendido a ser responsable —dijo su abuela con una sonrisa—. Y sé que de ahora en adelante cuidarás de Max con todo tu corazón.
Mateo asintió, sabiendo que sus días de descuidar sus responsabilidades habían quedado atrás.
Y así, con Max a su lado y la lección de la responsabilidad bien aprendida, Mateo continuó creciendo, sabiendo que, aunque a veces cometiera errores, siempre podía corregirlos y aprender de ellos, con la ayuda de sus amigos y el amor por su leal compañero.
Fin del cuento.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.