Había una vez, en un colorido pueblito rodeado de frondosos árboles y risueñas flores, una pequeña escuela que era el alma de la comunidad. En esa escuela, tres amigas muy especiales solían jugar y aprender juntas. Ellas eran Sofía, Meredith y Regina. Cada una tenía algo único en su personalidad, pero lo que más las unía era su amor por aprender y ser felices.
Sofía era una niña curiosa y valiente. Siempre hacía preguntas sobre el mundo que la rodeaba, deseando conocer cosas nuevas y compartir sus ideas. Meredith, por otro lado, era muy creativa; le encantaba dibujar y crear cuentos que nunca dejaban de hacer reír a sus amigas. Y finalmente estaba Regina, que era muy amable y siempre se preocupaba por los demás. Su risa era contagiosa, como una melodía que animaba a todos.
Un día, mientras jugaban en el patio de la escuela, notaron que un nuevo niño se había unido a la clase. Se llamaba Leo y tenía una gran sonrisa, pero también se le notaba un poco triste. Las chicas decidieron que debían hacer algo especial para que Leo se sintiera bienvenido. «¡Vamos a hacer una fiesta de bienvenida!», sugirió Sofía emocionada. Meredith se puso a pensar en decoraciones y un montón de ideas para juegos, mientras que Regina pensó en hacer una tarjeta bonita para que Leo se sintiera querido.
El día de la fiesta, todo estaba listo. La clase estaba decorada con globos de colores y carteles llenos de dibujos hechos por Meredith. Cuando Leo llegó, sus ojos brillaron al ver la sorpresa. «¡Sorpresa!» gritaron todas las niñas. Leo se sintió feliz de ver tanto alboroto y se unió a ellas en la celebración, sonriendo más que nunca.
Las risas resonaban en la escuela, pero de repente, un grupo de niños en la esquina del patio empezó a murmurar y a reírse, apuntando a Leo. «Mira, el nuevo no sabe jugar bien», dijo uno de ellos. Sofía sintió que su corazón se hundía. No podía creer lo que estaba escuchando. Leo estaba tratando de divertirse, y esos niños no eran amables. Meredith dibujó una nube llena de colores en su mente y decidió que debían hacer algo.
Con valentía, Sofía se acercó a ellos y dijo: «¡Eso no es bonito! Todos merecemos jugar y divertirnos, ¿no creen?» Regina, siempre con su sonrisa, se unió: «Sí, a Leo le encanta jugar, como a todos. No debemos reírnos de él». El grupo de niños se quedó callado, algo sorprendidos por la valentía de las amigas.
Meredith, queriendo cambiar el ambiente, propuso un nuevo juego. «¡Vamos a jugar todos juntos al escondite! Así, leo también puede jugar con nosotros». Al escuchar esto, Leo sonrió con alegría y, lentamente, los niños que antes eran burlones comenzaron a acercarse, aunque un poco tímidos. Al final, todos se unieron al juego de escondite.
Los niños se divirtieron tanto corriendo y riendo que al final del día, ni siquiera se acordaron de lo que habían dicho antes. Sofía, Meredith y Regina estaban felices de ver a Leo sonriendo y jugando con ellos. Se dieron cuenta de que, a veces, la amistad y la inclusión podían vencer cualquier sombra de discriminación, y que siempre debían alzar la voz para defender lo que era correcto.
Desde ese día, Leo se convirtió en parte del grupo. Las tres amigas se aseguraron de que nunca se sintiera solo, invitándolo siempre a jugar y a compartir sus ideas. Leo, por su parte, también comenzó a compartir sus historias, llenas de aventuras emocionantes que hacían volar la imaginación de sus nuevos amigos.
Con el tiempo, los niños de la escuela aprendieron a valorar a cada uno de sus compañeros sin importar las diferencias. Sofía, Meredith y Regina fueron un gran ejemplo para todos, demostrando que la amistad y el respeto son valores muy importantes.
Un día, mientras todos estaban sentados en círculos, Regina propuso un juego de contar historias. «Vamos a decir algo bonito de cada uno», sugirió. Así, comenzaron a turnarse, y cada niño decía por qué apreciaba a los demás. Leo dijo que apreciaba la valentía de Sofía, quien siempre estaba dispuesta a defender a los que lo necesitaban. Meredith, divertida, comentó que le encantaba cómo Leo traía nuevas ideas a los juegos. Y así, uno a uno, compartieron pensamientos amables que fueron construyendo la confianza y el amor entre todos.
Cuando la tarde terminó y el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas, las cuatro amigas se quedaron mirando el atardecer, llenas de gratitud por tenerse las unas a las otras. Sofía, inspirada, expresó: “Hoy aprendí que el amor y el respeto son más fuertes que cualquier palabra hiriente”. Regina sonrió y agregó: “Y que siempre debemos ser valientes y defender a quienes necesitan apoyo”. Finalmente, Meredith cerró el círculo diciendo: “Sí, porque juntos podemos hacer de nuestra escuela un lugar donde todos se sientan amados y aceptados”.
Y así, la pequeña escuela del pueblito se llenó de risas y juegos, cada día más fuerte en amor y amistad. A partir de aquel día, el grupo de amigos se comprometió a cuidar de cada niño, enseñando y practicando nuevos valores que hicieron que su comunidad fuera mejor. Porque, al final, siempre hay algo más hermoso en la diversidad y en el apoyo mutuo, y así, todos pudieron aprender juntos que la inclusión y la bondad son las mejores formas de construir un mundo donde todos puedan brillar.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.