Cuentos de Valores

La tierra que nos rodea, un grito silencioso en medio de la basura y el olvido

Lectura para 10 años

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Español

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La tierra que nos rodea, un grito silencioso en medio de la basura y el olvido

En una pequeña y colorida aldea, donde los árboles susurraban secretos a los niños y las flores pintaban el suelo de mil colores, vivían tres amigas inseparables: Devani, Jazmín y Rosa. La claridad del sol iluminaba sus días, y el viento siempre parecía llevar consigo risas y susurros de aventuras por venir.

Devani era una niña curiosa, con ojos que brillaban como estrellas y una mente siempre en busca de descubrir nuevos mundos. Jazmín, por su parte, tenía un gran amor por la naturaleza; pasaba horas observando el vuelo de las aves y cuidando las plantas del jardín de su abuela. Rosa, conocida como “La Escoba”, era una escoba especial que había cobrado vida gracias a la magia de la aldea. No solo barría las hojas caídas, sino que también soñaba con el día en que se convertiría en una heroína.

Una tarde, mientras exploraban el bosque cercano, se encontraron con una escena que las dejó sin aliento. En un claro del bosque, entre los árboles y las flores, había un montón de basura: botellas de plástico, papeles, y todo tipo de desechos que no pertenecían allí. La belleza del lugar se desvanecía, ahogada por la negligencia de las personas que no cuidaban su entorno.

– ¡Miren eso! – exclamó Devani, mientras tapaba su nariz con una mano. – ¿Cómo es posible que alguien tire su basura aquí? Esto es terrible.

– Es muy triste – dijo Jazmín, mirando a su alrededor con preocupación. – La naturaleza está sufriendo y nosotros no podemos permitir que esto continúe.

Rosa, con su mimo de escoba, no pudo evitar sentir un profundo deseo de ayudar: – Tal vez podamos hacer algo. Si nos unimos, podemos limpiar este lugar y darle la vida que merece.

Las tres se miraron emocionadas. Había algo especial en la decisión que tomaron en ese momento. Sabían que no podían revertir todo lo que había sido dañado, pero sí podían empezar por un pequeño rincón de su amado bosque. Después de un pequeño debate, acordaron que, para motivar a los demás habitantes de la aldea a cuidar el medio ambiente, harían una gran limpieza y la convertirían en una especie de fiesta.

– ¡Sí! – dijo Devani entusiasmada. – Llamaremos a todos y organizaremos un concurso: el que recoja más basura ganará un premio especial.

Jazmín estaba de acuerdo: – ¡Es una gran idea! Podemos hacer carteles y repartirlos por la aldea. Así, todos se darán cuenta de que es importante cuidar nuestro hogar.

Así fue como las tres amigas comenzaron a preparar su plan. Pasaron horas creando coloridos carteles llenos de dibujos y letras brillantes, que decían “¡Ven a la Gran Limpieza del Bosque! Juntos podemos hacer la diferencia”. La emoción era contagiosa, y pronto la noticia se corrió por toda la aldea.

El día de la limpieza llegó. Les acompañaron muchos niños y adultos de la comunidad, todos armados con guantes y bolsas para recoger la basura. Rosa, “La Escoba”, se sintió orgullosa; se movía ampliamente como si fuera la mascota de la fiesta, mientras todos la seguían.

– ¡Vamos! – anunciaron Devani y Jazmín, con gran alegría. – Juntos podemos hacer de este lugar un sitio hermoso nuevamente.

Mientras recogían, las risas y las charlas llenaban el aire. Pero, en medio de la limpieza, ocurrió algo inesperado. Una niña llamada Sofía, que solía jugar cerca del área, se acercó a las tres amigas.

– ¿Qué están haciendo? – preguntó, mirando a su alrededor con curiosidad.

Devani, con una sonrisa, le explicó: – Estamos limpiando el bosque porque es importante cuidar de nuestra tierra. ¿Te gustaría ayudarnos?

Sofía se quedó pensativa por un momento, y luego, con una sonrisa, aceptó un par de guantes y se unió a ellas.

– Nunca había pensado en lo feo que se ve todo esto, quiero ayudar – dijo, entusiasmada.

A medida que avanzaban, Sofía comenzó a notar más cosas. Se daba cuenta de que los animales del bosque, que antes se veían alegres y libres, parecían tristes y asustados. Vio un grupo de pájaros que, al encontrar un lugar limpio, comenzaron a cantar de nuevo.

Con cada bolsa de basura que recolectaban, el bosque parecía volver a la vida. Las flores se abrían con más fuerza, y el sonido de los ríos parecía más alegre. Pronto, no solo recogieron basura, sino también historias de los habitantes de la aldea sobre cómo habían descuidado el bosque durante años.

La jornada avanzó, y al final del día, todos en la aldea se sentaron en una gran manta bajo un árbol centenario. Rosa se puso en marcha y, con su escobita, hizo un espectáculo improvisado, enseñándoles a todos cómo hacer magia con una escoba mientras contaba chistes sobre la limpieza.

– ¡Miren! – dijo mientras barría un puñado de hojas. – Así es como se hace. Y si se olvidan de cuidar la naturaleza, ¡podrían terminar como un desorden!

Los niños se reían a carcajadas, y los adultos disfrutaron de la tarde en comunidad, reflejando sobre los valores de la responsabilidad y el cuidado por el entorno. Devani, Jazmín, Sofía y Rosa motivaron a todos a ser más conscientes de sus acciones cotidianas.

– Recuerden, cada uno de nosotros tiene un papel importante en cuidar nuestro hogar. No se trata solo de recoger basura una vez al año, ¡es un trabajo continuo! – dijo Jazmín.

El evento fue un gran éxito, y muchos se comprometieron a hacer de la limpieza un día anual. Habían aprendido que la naturaleza no solo era un recurso que podían utilizar, sino también un regalo que debían cuidar.

A medida que pasaron los días, se notó un cambio en la aldea. Las familias comenzaron a entender la importancia de la reciclaje, y en las escuelas, los maestros enseñaron sobre la conservación del medio ambiente. Devani, Jazmín, y Rosa se sintieron orgullosas de haber inspirado a los demás.

Pasaron los meses, y un día, mientras caminaban por el bosque, encontraron un pequeño grupo de animales que, al verlas, se acercaron sin miedo. Parecía que la vida en el bosque había regresado. Había más pájaros que cantaban, más mariposas volando y hasta pequeñas ardillas saltando de un árbol a otro.

El bosque se había transformado en un lugar vibrante y alegre. Era un recordatorio constante de que sus acciones realmente habían hecho una diferencia. Se dieron cuenta de que no solo habían limpiado el ambiente, sino que también habían sembrado una semilla de conciencia en cada hogar de la aldea.

Aunque todo parecía perfecto, había un viejo hombre en el borde de la aldea que siempre miraba con desdén. Se decía que no creía en la importancia de cuidar el medio ambiente. Era conocido como Don Alberto, y a menudo dejaba caer residuos de su hogar en el bosque. Cada vez que las niñas veían que él lo hacía, se sentían frustradas, pero sabían que debía haber una forma de cambiar su perspectiva.

Un día, Devani tuvo una idea. Propuso que, en lugar de pelear contra él, lo involucrarían. – Tal vez si lo invitamos a ayudar en nuestra próxima limpieza, podríamos abrirle los ojos – sugirió.

Así, se acercaron a Don Alberto mientras recogían algunas hojas caídas. – Buenas tardes, Don Alberto – comenzaron las tres, sonriendo con amabilidad. – Estamos planeando otra limpieza del bosque. Nos encantaría que se uniera a nosotros. Necesitamos todas las manos posibles.

El hombre, al principio reacio, miró a las niñas y luego a Rosa, quien lo miraba con confianza. – Bueno, supongo que podría ayudar un poco – respondió, dudoso.

El día de la limpieza llegó, y para sorpresa de todos, Don Alberto se presentó con un par de guantes nuevos. Al principio, actuó un poco distante, pero a medida que pasaba el tiempo y se unía a las risas de los niños, comenzó a abrirse. Mientras recogían, compartió historias de su juventud, cuando jugaba en el bosque.

Al final del día, se sentaron en una gran roca, admirando el trabajo que habían hecho. Don Alberto, ya no tan distante, sonrió y dijo: – No sabía que hacer esto podía ser tan gratificante. Gracias por invitarme, creo que he aprendido algo valioso hoy.

Las niñas se miraron, llenas de alegría. Habían logrado hacer un cambio no solo en el entorno, sino también en el corazón de alguien que antes no entendía lo que estaban haciendo.

La historia de la aldea continuó transformándose. Con cada limpieza, cada inversión en educación y cada acción colectiva, comenzaron a vivir en armonía con la naturaleza. Aprendieron no solo a cuidar el bosque, sino también a respetar y cuidar a sus vecinos y amigos.

La tierra que les rodeaba se convirtió en un grito silencioso, un recordatorio constante de que el verdadero valor reside en la acción colectiva, en el compromiso con aquellos que amamos y en el cuidado de nuestro planeta.

Así, mientras Devani, Jazmín, Rosa y Sofía caminaban alegremente por el bosque restaurado, sabían que, aunque aún habría más desafíos por delante, el viaje que habían comenzado había tenido un impacto duradero no solo en la aldea, sino en sus corazones. Y con el viento cálido acariciando sus rostros, entendieron que cada pequeña acción cuenta, ¡y que siempre hay lugar para soñar y crear un mundo mejor!

Porque en su aldea, y en cada rincón del mundo, la historia de cuidar la tierra continuaría escribiéndose, un día a la vez, entre risas, amor y amistad. Y así, en la sencillez de sus corazones, aprendieron que el valor más grande es cuidar y proteger lo que amamos, empezando por nuestro planeta.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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