Había una vez en un pequeño y colorido pueblo donde vivían cinco amigos muy especiales: Miguel, Mónica, Susan, Luana y Simón. Eran un grupo muy unido y pasaban sus días explorando, jugando y aprendiendo unos de otros. Aunque cada uno tenía su propia personalidad y gustos, había algo que siempre los unía: su amor por la diversión y los maravillosos valores de la amistad, la honestidad, la cooperación, la generosidad y la empatía.
Un día soleado, mientras jugaban cerca de un hermoso lago rodeado de árboles frondosos y flores de colores, Miguel tuvo una idea brillante. «¡Vamos a jugar un partido de fútbol!», exclamó con emoción. A todos les encantó la idea, así que comenzaron a organizarse. Miguel sería el capitán de uno de los equipos, Mónica el capitán del otro. Así, Susan, Luana y Simón se unieron a sus respectivos equipos. Todos estaban muy emocionados por jugar.
«Mónica, tú tendrás el balón primero, porque eres la capitana de tu equipo», sugirió Miguel con una sonrisa, mostrando el respeto y la amistad que siempre compartían. Al escuchar eso, Mónica se sintió muy feliz y, al mismo tiempo, lista para llevar a su equipo a la victoria.
El juego comenzó y, mientras corrían, reían y patinaban con la pelota, Miguel se dio cuenta de que su equipo necesitaba un poco más de ayuda para defender la portería. No quería que Mónica y su equipo anotaran un gol, así que decidió pedir ayuda a sus amigos. «¡Chicos, necesitamos defender mejor la portería!», gritó Miguel. Todos se unieron para ayudar, mostrando lo importante de trabajar en equipo. Desde el primer momento, Miguel había aprendido que, cuando las cosas se ponen difíciles, es mejor pedir ayuda que quedarse solo.
Mónica lideró a su equipo con gran energía, animando a todos a dar lo mejor de sí. Cada vez que un jugador fallaba un objetivo, se acercaba a él y le decía palabras de aliento. «No te preocupes, ¡sigue intentándolo!», decía con una sonrisa, un acto que demostraba su gran espíritu deportivo y empatía. Así, el juego continuó y realmente todos se estaban divirtiendo.
Sin embargo, mientras jugaban, apareció una pequeña ardilla que estaba buscando algo de comer. Susan, que siempre había tenido un gran corazón para ayudar a los animales, se asustó al ver a la ardilla tan desesperada. «¡Pobre ardillita! Parece que necesita ayuda», dijo mientras corría hacia ella. «Podemos darle parte de nuestras meriendas», sugirió. Los demás amigos se unieron rápidamente a ella y, antes de continuar el juego, decidieron brindar algunos bocados de sus meriendas a la pequeña ardilla. Le dieron galletas, frutas y hasta unos pedacitos de pan. La ardilla se sintió tan feliz y agradecida.
Esa pequeña acción demostró a todos que ser generoso y prestar atención a los demás, incluso a los animales, es un valor importante. Con el corazón lleno de alegría, volvieron a jugar al fútbol. El partido seguía con gran diversión, cuando Luana, mientras corría, se dio cuenta que estaban siendo muy competitivos y olvidando la diversión que significaba jugar juntos. Entonces, muy sabiamente, Luana se detuvo y dijo: «Chicos, debemos recordar que ganar no es lo más importante. Lo que realmente cuenta es que estamos juntos y disfrutando este tiempo».
Todos se detuvieron por un momento y reflexionaron sobre sus palabras. Miguel, sintiéndose un poco avergonzado por haber olvidado el verdadero significado del juego, fue el primero en responder: «Tienes razón, Luana. A veces me emociono tanto por ganar que olvido cuánto nos divertimos al jugar juntos».
Los demás asintieron con la cabeza, reconociendo que en su afán por ganar, habían dejado de lado la verdadera esencia del juego. Así que decidieron que en lugar de enfocarse solo en ganar, se centrarían en disfrutar el tiempo juntos. De repente, el partido volvió a cobrar vida, pero esta vez era diferente; en cada jugada, se reían, se abrazaban y aplaudían los esfuerzos de cada uno. La competencia se sintió más amigable, y eso hizo que la alegría se multiplicara.
Simón, el más risueño del grupo, comenzó a hacer pequeños trucos con el balón mientras corría. «Miren esto», decía mientras se esforzaba por mantener el balón en el aire. Todos se reían y animaban. Miguel también quiso unirse y comenzó a intentar hacer lo mismo. Mónica, no queriendo perderse la diversión, también mostró algunos de sus trucos.
La armonía en el juego fue tan contagiosa que todos los aldeanos que pasaban por el lago se acercaron a disfrutar de la maravillosa escena. Al ver a sus amigos tan felices, Mónica recordó algo muy importante. «¡Chicos! Tal vez deberíamos invitar a los demás a jugar con nosotros. El fútbol es más divertido con más personas». Miguel estuvo de acuerdo, así que decidieron invitar a todos los que estaban mirando.
Así que, en un abrir y cerrar de ojos, habían convertido el partido en una fiesta. Nuevos amigos se unieron al juego, uniendo así a los niños del pueblo y creando un gran ambiente de cooperación y amistad. Mientras corrían de un lado a otro, compartieron el balón, ayudaron a quienes no sabían jugar tan bien y todos juntos hicieron un maravilloso y divertido juego.
El caldo de alegría y risas se escuchaba en todo el pueblo. La ardilla también observaba desde un rincón, fascinada por la energía que los niños proyectaban. Estaba muy feliz de haber encontrado unos amigos tan bondadosos y alegres.
Después de un rato, Simón decidió que era hora de hacer una pausa. Con el sudor en las frentes y las sonrisas en sus rostros, se sentaron en la hierba fresca para descansar. “Hoy fue un gran día, ¿verdad?”, preguntó Simón. Todos afirmaron con entusiasmo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.