Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de suaves montañas y ríos tranquilitos, una escuela donde iba un grupo de niños muy alegres. Entre ellos, había un niño llamado Simón. Simón era un niño curiosito, siempre con preguntas en la cabeza y aventuras en su corazón. Sin embargo, había algo que le preocupaba un poco: sentía que no era tan valiente como sus amigos.
Un día, Simón llegó a la escuela y no encontró a su maestra, la señora Clara. Los niños murmullaban entre ellos, ¿dónde podría estar? La señora Clara siempre llegaba puntual y jamás faltaba. Justo cuando todos empezaban a preguntarse, la puerta se abrió lentamente y la señora Clara apareció. Tenía una sonrisa luminosa en su rostro.
—¡Hola, mis pequeños aprendices! —saludó con entusiasmo—. Hoy tenemos una actividad muy especial porque un nuevo amigo vendrá a visitarnos. Él se llama Tico, un pájaro muy sabio.
Los niños, llenos de curiosidad, se pusieron a murmurar emocionados. ¿Un pájaro sabio? Eso sonaba a una gran aventura. Esperaron ansiosos mientras la señora Clara comenzó a preparar el aula con algunos coloridos dibujos de aves y árboles.
De pronto, Tico, un hermoso pájaro de plumas azules y verdes, voló por la ventana. Los niños se quedaron admirados, y Tico, con su voz melodiosa, comenzó a hablarles:
—¡Hola, pequeños! Vengo a contarles algo muy importante. La voz que mueve la tierra es aquella que proviene de sus corazones.
Simón, intrigado, levantó la mano con un poco de timidez.
—¿Qué quieres decir, Tico? —preguntó.
—Te lo explico con un cuento —respondió Tico—. Había una vez en un bosque un grupo de animales. Cada uno tenía una voz especial, pero había un pequeño ratón llamado Rápido que creía que no podía ayudar porque su voz era tan pequeña. Sin embargo, cuando un gran incendio empezó a arrasar el bosque, fue Rápido quien corrió y avisó a todos los animales. No pensó en su tamaño; pensó en lo que podía hacer.
Los niños escuchaban con atención, sus ojos brillando de emoción.
—Así es, amigos —continuó Tico—. Rápido aprendió que ser valiente no significa no tener miedo, sino actuar aunque lo sientas. A veces, los más pequeños pueden tener los mayores corazones.
Simón sentía que su propio corazón latía más rápidamente. Pensaba en cómo, a veces, no se animaba a participar en juegos nuevos o a hablar en clase. Quería ser valiente como Rápido, ¡pero no sabía cómo!
—Tico, ¿cómo puede uno ser valiente si siente miedo? —preguntó otra vez Simón.
El pájaro sonrió y dijo:
—Gran pregunta, Simón. Ser valiente es como aprender a montar en bicicleta. Al principio, puedes caerte y sentirte asustado, pero con la práctica y el apoyo de tus amigos, te vuelves más fuerte. Y a veces, sólo se necesita un pequeño empujoncito, como lo que Rápido recibió de sus amigos.
Los niños asintieron, comprendiendo mejor lo que Tico decía. Mientras escuchaban, la señora Clara sugirió un juego para practicar la valentía. Decidieron hacer una carrera de brazos entre ellos, donde tendrían que alzar sus brazos y gritar ideas valientes.
Cuando llegó el momento, cada niño tuvo la oportunidad de mostrar su voz. Algunos gritaron cosas como «¡Yo puedo ayudar!», «¡Voy a ser un gran científico!» O «¡Jugaré con el niño nuevo en el recreo!». Simón, sintiéndose un poco nervioso, decidió que quería participar también. Respiró hondo y alzó su voz:
—¡Yo quiero ser valiente y ayudar a mis amigos siempre!
Todos aplaudieron y Simón sintió que la valentía crecía dentro de él. La señora Clara sonrió feliz.
—¡Eso es, Simón! Todos juntos somos más fuertes.
Cuando terminaron el juego, Tico dijo que tenía algo más importante que compartir.
—Quiero hablarles de otra historia. ¿Alguna vez han escuchado acerca de Sofía, la tortuga? Ella tenía que cruzar un río caudaloso para llegar a su hogar. Todos sus amigos le dijeron que no podía hacerlo, que era demasiado lenta. Pero Sofía decidió no escuchar esos comentarios. Sin importarle lo que le dijeran, se preparó, levantó la cabeza en alto y dio un pequeño primer paso.
Los niños estaban pegados a la narración.
—Sofía aprendió que la perseverancia es otra forma de ser valiente. Pasó horas intentando, y aunque se cansaba, no se rindió. Finalmente, cuando llegó su momento, todo el esfuerzo valió la pena y cruzó el río. Todos sus amigos estaban asombrados.
Simón reflexionaba sobre lo que Tico decía. A veces, las cosas que le atemorizaban a él eran solo desafíos esperando a ser superados. Se dio cuenta de que los amigos «eran como las plumas en sus alas», siempre ahí para apoyarse.
Después de escuchar las historias, los niños decidieron que debía haber algo más que pudieran hacer juntos para demostrar su valentía. La señora Clara sugirió hacer una pequeña obra de teatro en la que cada uno de ellos representaría lo que habían aprendido sobre la valentía, la perseverancia y la importancia de sus voces. Todos estaban muy emocionados.
Simón se ofreció a ser el narrador. Aunque le daba un poquito de miedo hablar frente a todos, sabía que podían contar con el apoyo de sus amigos. El día que se realizó la función, todos estaban nerviosos pero también muy entusiasmados.
Al principio, Simón temblaba un poco al hablar, pero al ver las sonrisas de sus compañeros y la mirada orgullosa de su maestra, comenzó a sentirse más confiado. Cuando terminó la obra, todos aplaudieron y Tico voló por el salón, aplaudiendo con sus alas.
—¡Bravo, pequeños! —gritó el pájaro—. ¡Hoy demostraron que pueden ser valientes y que sus voces importan!
Simón se sintió realizado. Había enfrentado su miedo y había aprendido que, aunque a veces sienta inquietud, tiene dentro de él la fuerza para hablar y ayudar a los demás.
Los días pasaron y Simón se dio cuenta de que cada vez era más fácil ser valiente. Cuando conocía a un niño nuevo en el patio de la escuela, ahora se acercaba y le decía:
—¡Hola! ¿Quieres jugar conmigo?
No sólo se sintió más valiente, sino que también alegró el día de alguien más y eso era lo que más le gustaba. Aprendió a valorar la importancia de ser parte de un grupo, de respetar y ayudar a los demás.
Un día, mientras jugaban al aire libre, Tico regresó al pueblo.
—Hola, mis pequeños amigos —saludó con su voz melodiosa—. He venido para ver cómo están después de todo lo que pararon aquí, en la escuela.
Los niños le contaron emocionados todas las aventuras que habían tenido y cómo juntos se ayudaban a ser más valientes. Simón, con una gran sonrisa, le dijo:
—Tico, creo que la voz que mueve la tierra también es la de la amistad y el apoyo que nos damos.
Tico sonrió y dijo:
—Exactamente, Simón. Cuando usamos nuestras voces para animar y fortalecer a otros, creamos un poderoso eco que resuena en todo el mundo.
Desde ese día, Simón, sus amigos y Tico se convirtieron en grandes aliados. Organizaron actividades para ayudar a otros en su comunidad, como recoger basura en el parque o enseñar a los más pequeños a leer. Cada vez que hacían algo bueno, la voz de su corazón resonaba aún más fuerte.
Y así, Simón aprendió que la voz que mueve la tierra no solo es la valentía que uno puede sentir, sino también cómo al levantarse y ayudar a los demás, todos juntos forman una orquesta de esperanza y amor. Las montañas y los ríos del pueblo parecían estar siempre sonriendo, porque los corazones de los niños ahora eran valientes, brillantes y unidos.
Al final, Simón entendió que cada uno es especial y que, aunque a veces se sienta pequeño o asustado, puede superar esos miedos con apoyo y amor. Cada uno de nosotros tiene una voz que, cuando se escucha, puede mover el mundo. Y así, con sus amigos a su lado y el apoyo de su maestra, Simón siempre se sintió lista para escribir su propia historia, un día a la vez, con mucha valentía y amor en su corazón.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.