Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de color y alegría, una niña de tres años llamada Carla. Carla tenía un hermano mayor, Marco, con quien compartía juegos y risas todos los días. La vida de Carla era un cúmulo de felicidad, especialmente cuando iba al colegio Alejo Lorén, un lugar donde las risas nunca faltaban.
En el colegio, Carla tenía muchos amigos, pero su mejor amigo era Acher, un niño alegre y lleno de imaginación. Juntos, Carla y Acher, disfrutaban de aventuras increíbles en el patio del colegio, creando mundos mágicos donde todo era posible.
Carla, con su amor por el color naranja, siempre llevaba algo de ese color, ya fuera en su ropa o en su mochila. Y tenía una pasión especial: el chocolate y las canciones. Cantaba con una voz dulce y melodiosa, y su canción favorita era el himno de Caspe, que entonaba con entusiasmo cada vez que podía.
La maestra de Carla, Manuela, era una mujer amable y cariñosa que enseñaba a los niños no solo letras y números, sino también importantes valores como la amistad, el respeto y la bondad. Con ella, los días en el colegio se convertían en una aventura de aprendizaje y diversión.
Los abuelos de Carla vivían en una casa con un gran jardín, y tenían un perrito de orejas largas llamado Maggie. Carla adoraba visitarlos, especialmente para jugar con Maggie, correr por el jardín y escuchar las historias que sus abuelos le contaban.
Un día, mientras jugaba en el jardín, Carla y Acher encontraron una puerta pequeña y misteriosa que nunca habían visto antes. Era una puerta de madera, adornada con flores y mariposas, que parecía conducir a algún lugar mágico.
«¿Dónde llevará esta puerta?» Preguntó Acher con curiosidad.
«No lo sé, pero podríamos descubrirlo,» respondió Carla con una sonrisa.
Manuela, que había escuchado su conversación, se acercó y les dijo: «Esa es la puerta al Jardín Encantado, un lugar mágico donde todo puede suceder. Pero recuerden, solo pueden entrar si llevan consigo valores como la amistad, el respeto y la bondad en sus corazones.»
Carla y Acher, tomados de la mano, decidieron entrar. Al abrir la puerta, un mundo de colores y maravillas se desplegó ante ellos. Había árboles que cantaban, flores que bailaban y animales que hablaban.
En su aventura, conocieron a un conejo sabio que les enseñó la importancia de compartir, a una mariposa que les mostró cómo ser amables con los demás, y a un pájaro que les habló sobre el respeto a la naturaleza.
Mientras exploraban este mundo mágico, Carla y Acher aprendieron muchas lecciones valiosas. Entendieron que ser amables y respetuosos con los demás los hacía sentir felices y completos. También aprendieron que cada acción, buena o mala, tenía un efecto en el mundo que los rodeaba.
Después de un día lleno de aventuras y aprendizajes, Carla y Acher encontraron el camino de regreso a casa. Al cruzar la puerta del Jardín Encantado, se dieron cuenta de que aunque habían regresado al mundo real, las lecciones aprendidas y las maravillas vistas siempre estarían con ellos.
Al volver a casa, Carla y Acher contaron a Manuela, Marco y los abuelos todo sobre sus aventuras. La familia escuchaba con asombro y alegría, felices de ver cómo Carla y Acher habían crecido y aprendido.
Desde ese día, Carla y Acher se convirtieron en aún mejores amigos, siempre recordando las lecciones del Jardín Encantado y aplicándolas en su día a día. Compartieron su experiencia con sus compañeros de clase, inspirándolos a ser también amables, respetuosos y bondadosos.
Y así, Carla vivió muchas más aventuras, siempre acompañada de su hermano Marco, su mejor amigo Acher, su maestra Manuela, y por supuesto, Maggie, el perrito de orejas largas. Aprendió que la magia no solo se encuentra en jardines encantados, sino también en los pequeños actos de bondad y amor en la vida cotidiana.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.